La moción de censura de la pichula

El insigne economista irá al Congreso de los Diputados llevado por quienes le han regalado los oídos haciéndole creer que su luz crepuscular brillará sin dificultad por encima de la mediocre clase política que padecemos

Tengo para mí que a Ramón Tamames le va a pasar con la moción de censura lo mismo que a Mario Vargas Llosa con Isabel Preysler cuando reconoció que “fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí”. El Nobel de Literatura ha llegado a decir que fue un “enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida”. 

Es cierto que determinados trenes solo pasan una vez y no hay que dejarlos escapar. Pero estaremos de acuerdo en que intentar cogerlos en marcha con cerca de 90 años puede resultar peligroso. Incluso fatídico. Pero es lo que tiene recibir descargas de vitalidad en el ocaso de nuestra vida, ya sean de carácter sexual o en forma de concentrado alimenticio para egos con falta de colágeno. Y si Vargas Llosa se dejó arrastrar por la pichula, todo indica que el insigne economista irá al Congreso de los Diputados llevado por quienes le han regalado los oídos haciéndole creer que su luz crepuscular brillará sin dificultad por encima de la mediocre clase política que padecemos. Un poco de justicia poética para quienes pilotaron la Transición del 78.

Tamames debe ser consciente de que si tuviera alguna posibilidad de ganar a Pedro Sánchez, el candidato de Vox no sería él

Vargas Llosa tenía tantas posibilidades de recuperar la fogosidad juvenil con Isabel Preysler como Ramón Tamames de ganar la moción de censura. El genial peruano tenía que saber que si la filipina buscaba una pichula, la suya no tenía ninguna opción. De la misma forma que Tamames debe ser consciente de que si tuviera alguna posibilidad de ganar a Pedro Sánchez, el candidato de Vox no sería él.  

El efecto sorpresa del flechazo dura lo que duran las portadas de los periódicos y las revistas del corazón. Pero pasan los días y se van descubriendo pequeños detalles que no auguran nada bueno. Se va sabiendo, un decir, que el mundo del autor de “La fiesta del chivo” está tan lejos del de Isabel Preysler como Ramón Tamames de la ideología de Vox. Ellos hacen un esfuerzo encomiable por encajar, por salvar las diferencias. Les sobra educación y saber estar. Y saben por experiencia que el único reto imposible es el que no se intenta.  

Pero Mario Vargas Llosa ha vuelto a su casa y con su mujer tan cabizbajo como su pichula. Y Ramón Tamames saldrá del hemiciclo con la misma dificultad al caminar que tendrá al entrar. No hay derrota en ninguno de los dos casos. Porque ninguno ha ido a medirse con nadie, salvo consigo mismos: uno con su pichula y el otro con su ego de brillante profesor. Su esfuerzo está encaminado a recordar lo que fueron, que debe ser otra forma de sentirse vivo. Porque a esa edad, por lo visto, también se necesitan respuestas.

La petición de un adelanto electoral al 28 de mayo lo más que puede provocar es una sonrisa condescendiente en el líder socialista

Pero Ramón Tamames, -lo siento por él- no va a obtener ninguna por parte de Pedro Sánchez. El discurso de este viejo economista, filtrado ya por la prensa, no cuestiona nada que no haya sido criticado antes en el Congreso por el principal partido de la oposición. Y la petición de un adelanto electoral al 28 de mayo lo más que puede provocar es una sonrisa condescendiente en el líder socialista. Ni siquiera en la bancada de Vox se entenderán algunos de los planteamientos que hará su candidato. Pero no pasa nada. Aquí ocurre como con la señora de Vargas Llosa, que no ve traición ni siquiera contradicción en el abandono y posterior regreso de su marido a la casa familiar. 

Hay algo de épica quijotesca en estos casi nonagenarios que quieren ver gigantes donde saben que solo hay molinos. Tamames dará una lección de economía práctica, hablará de la concordia que trajo la Constitución de 1978, de la superación de las diferencias históricas entre españoles y de la necesidad de autocrítica de un Gobierno que se dice progresista y transparente. Exigirá grandeza, altura de miras. La misma que tuvieron los políticos de su generación en uno de los momentos más difíciles de la historia reciente de España.  

Y desde el Gobierno le escucharán y seguramente hasta le arroparán como, por lo visto, Isabel Preysler despedía por las noches a Mario Vargas Llosa después de darle un besito de buenas noches con la luz apagada.