La recentralización y la nueva izquierda Jacobina 

Los que hoy claman por la recentralización fiscal solo quieren que los ciudadanos de Andalucía o Madrid no puedan establecer comparaciones porque si lo hacen perderán las elecciones en el resto de comunidades

Tras más de 40 años fraccionando España hasta convertirla casi en la Confederación austro-húngara de repente la izquierda, incluso los nacionalistas, se han vuelto Jacobinos. Ahora, abogan, por la recentralización. La ocurrencia de Escrivá sobre quitar competencias en materia  fiscal a las Comunidades Autónomas no es un exabrupto, es una idea que lleva tiempo cociéndose en la cocina del gobierno. El Presidente de la Generalitat Valencia, Ximo Puig, fue el primero que hablo de dumping fiscal y pidió que la Comunidad de Madrid perdiera competencias fiscales y dese entonces son varios los ideólogos del PSOE y Podemos que acarician esa idea.  

Pero debemos preguntarnos: ¿de verdad la izquierda ha llegado a la conclusión de que el nuestro es un país fragmentado, sin unidad de mercado y lastrado por una maraña de normas siempre excesivas y en muchos casos contradictorias que es preciso resolver para que España no vea lastrado su desarrollo? La respuesta es no.  

La realidad es que la caja de la fiscalidad fue troceada entre las autonomías como la túnica de Cristo tras la crucifixión. A cada investidura en la que era necesario el voto de Pujol o del PNV se cedía un tramo de IRPF. A cada presupuesto del Estado en el que el voto nacionalista era preciso para alcanzar la mayoría se cedía un impuesto especial y a cada gran acuerdo en el que la aritmética parlamentaria requería la participación de los nacionalista se otorgaba capacidad regulatoria en materia fiscal para las Comunidades Autónomas.  

A cada presupuesto del Estado en el que el voto nacionalista era preciso para alcanzar la mayoría se cedía un impuesto especial

Esas concesiones son las que utilizo en su día Madrid y ahora Andalucía para decretar la base 0 del impuesto de patrimonio. La gran paradoja de lo que sucede es que ni los que cedían capacidad regulatoria a las CC.AA ni las que lo pedían, los nacionalistas, pensaron jamás en usar dicha potestad para reducir impuestos, solo para aumentarlos.  

La queja de Pere Aragonés sobre la decisión andaluza y su grito desesperado “quiten sus manos de Cataluña, déjenos en paz” revela la idea medieval de los territorios y la consideración de súbditos y no de ciudadanos libres que el nacionalismo tiene sobre las comunidades y la gente que gobierna.  

La otra gran paradoja es que los que trocearon administrativamente España hasta convertirla en algo parecido a la “Odisea de los Dioses” de Asterix hoy piden recentralización y a los que desde la izquierda se les atribuye un tic centralista – o sea la derecha- hoy se refugian en la capacidad normativa de las autonomías para huir de las normas empobrecedoras del Estado.  

Los que hoy claman por la recentralización fiscal no han llegado a la conclusión de la inviabilidad del estado de las autonomías, solo quieren que los ciudadanos de Andalucía o Madrid no puedan establecer comparaciones porque si lo hacen perderán las elecciones en el resto de comunidades donde gobiernan y esquilman a impuestos a la gente.  

Si la izquierda creyera que es preciso dotar a España de unidad de mercado y de un marco común en algunos aspectos fundamentales como la educación o la sanidad no permitiría lo que está pasando con la lengua en Cataluña o con los contenidos educativos en toda España donde los afluentes de los ríos que nacen y mueren en una región acaban siendo el centro de la geografía perdiéndose la visión global o donde los protagonistas locales de la historia engrandecen frente a la inexistencia de los Reyes Católicos, Blas de Lezo, Gálvez, Pizarro, Cortes, los héroes de la guerra de la independencia.  

Durante más de 40 años se ha creado un ente gigantesco, ineficaz, duplicado en recursos y competencias, carísimo y fomentador de disputas que al fin, como le sucedía a Hall2000, el ordenador de “2001, Odisea en el espacio” ha cobrado vida propia y ahora nadie lo puede gobernar.