Las felices tribulaciones del funambulista Sánchez

Pedro Sánchez, que se mueve como pez en el agua en zonas de inestabilidad, ve cada vez más cerca el momento de negociar los presupuestos

A pesar de los quiebros y requiebros de su principal apoyo, el asediado Pablo Iglesias, Pedro Sánchez cuenta al comienzo del nuevo curso político, iba a decir escolar, de patio de escuela, con más posibilidades de acabar la legislatura que antes de vacaciones.

Sin constantes chutes de adrenalina, el poder puede resultar aburrido. Para Sánchez, lo importante no es gobernar mejor, peor o aún peor, sino mantenerse ahí arriba sorteando dificultades imprevistas. Como equilibrista vocacional, casi patológico, el presidente es alérgico a la propia estabilidad.

Extraña combinación la suya, puesto que, no contento, o sea aburrido, con mantener los apoyos que le catapultaron por dos veces consecutivas a La Moncloa de la forma más rocambolesca, sorprendente, imprevista y afortunada imaginable se buscó en secreto un nuevo socio, Ciudadanos, por completo innecesario, lo que provocó y provoca graves descontentos entre todos sus socios.

Sánchez es alérgico a la estabilidad

Así es el personaje. La única explicación posible dentro de los límites de la lógica es que prefiere el desafío total a gobernar cediendo parcelas de poder a quienes le apoyan. Vaya, que lo normal en la Europa de las coaliciones y de las geometrías complejas apenas forma parte de la tradición hispana, y desde luego no de las opciones que baraja nuestro personaje.

O sea, que ni escora hacia la izquierda como pareció en los debates de investidura ni mucho menos la prometida mesa de diálogo a ERC. Los dos flancos que le conferían estabilidad a cambio de algo se van a quedar el segundo sin nada y el primero con casi nada.

Es innegable que la operación Arrimadas ha cambiado los parámetros de análisis y las posiciones de buena parte del arco parlamentario. En primer lugar, Pablo Casado, convencido al fin de que su asalto a los cielos no se produciría en la próxima semana ni en los meses inmediatos, se ha visto obligado a apearse del caballo de batalla de la confrontación sin cuartel.

Con el giro al centro de C’s y bajo la alargada y temible sombra de Alberto Núñez Feijóo, Casado ha pasado de líder natural del tripartito de derechas a competidor de Arrimadas como prestador de servicios a Sánchez.

Podemos sigue siendo imprescindible, pero Iglesias teme que si hace caer a Sánchez su propio electorado le castigaría por facilitar un posible y subsiguiente gobierno de derechas.

Tal consideración bastaría por ella misma para rebajar las pretensiones hasta la transformación de díscolo en alfombra roja. Pero unida a los apuros judiciales de

Podemos produce efectos fulminantes de inclinación dorsal y abertura de tragaderas ante un Sánchez que ha pasado de escollo al que enfrentarse a roca salvadora de pobres náufragos.

De la fidelidad del PNV bajo cualquier circunstancia es imposible dudar. El pacto de legislatura que Urkullu acaba de firmar con el PSOE conlleva una sola cláusula, la única no escrita en un documento que es un blablabla, llamada lealtad a toda costa. Aquí no hay dilema del prisionero sino solidaridad forzosa entre dos que perderían demasiado si se perjudicaran entre ellos.

Por su parte, Junqueras se ha dado cuenta al fin de que sus diputados son casi por completo imprescindible para formar mayorías. De todos modos no se sabe si cae del caballo a cámara lenta o solamente efectúa un movimiento táctico a fin de taponar la hemorragia de votos que, perdidos por perdidos, desembocan en el río revuelto de Puigdemont.

De todos modos, si después de tanta subasta a la baja de apoyos, resultara que al fin Casado y Arrimadas, que bien pueden ir en algún momento de pareja da baile, subieran el precio en el último minuto, no es descartable que se volviera a activar el cartucho ERC.

Aprobar los presupuestos es sinónimo de agotar la legislatura

Todo ello con una sola, única y muy comprometida finalidad. Salvar los presupuestos. No sus presupuestos, no los presupuestos en sí mismos puesto que no le interesan lo más mínimo, sino como pasaporte y pasillo triunfal de legislatura. Aprobarlos, en términos políticos, es prácticamente sinónimo de agotar la legislatura. Y al revés, si no pasa lo que para él supone matrícula de honor en la universidad del equilibrismo, correrá un serio riesgo de precipitarse.

Por eso sus enviados deben andar con sumo tiento. En las negociaciones que se avecinan estarán presentes, claro que siempre bajo las múltiples mesas, ocultos a las indiscretas miradas del irrespetable y por todos no respetado votante, una multitud nunca vista de cuchillos.

Tribulaciones, las venideras, que son miel sobre hojuelas para el funambulista mayor del reino. Cuanta más incertidumbre mejor. Cuantos más vaivenes, en buena parte provocados por él mismo, más llamada a la imprescindible unidad en tiempos de zozobra. Así nos va y así nos seguirá yendo.