Los amorfos gobiernos de coalición ‘Made in Catalonia’

España ha ido multiplicando gobiernos de coalición que no aprenden de sus propios errores. El Gobierno catalán lo demuestra cada día

Algunas tendencias políticas nacen en Cataluña. Las malas, sobre todo. Sin acritud.

Cuando en España no se conocía la metodología de los gobiernos de coalición, en Cataluña aquellas elecciones de 2003 facilitaban la constitución de una fusión de partidos que nunca estuvieron alineados para ir a una, pero gobernaron: el tripartito. Presidido por el PSC, con ERC como principal aliado e Iniciativa (ICV) como comparsa, logró ofrecer días de locura política, elevada al cubo.

Aquel tripartito jamás fue un gobierno único. Dividió las responsabilidades en tres micro mundos muy evidentes, y hasta se organizó espacialmente el mismo Palau de la Generalitat en estancias según la presencia del arco parlamentario. Un despropósito.

Aquello acabó mal, no una, sino en dos ocasiones. La primera con la marcha en pleno de todos los consellers de Esquerra, dejando sólo al PSC de Pasqual Maragall y a la Iniciativa de Joan Saura al frente de todos los departamentos.

Y una segunda, con una relación muy desgastada, que acabó provocando la vuelta de CiU a la presidencia de la mano de Artur Mas, con aquel supuesto Govern friendly. Así lo llamó, aunque jamás lo pusiera en marcha.

De aquello han pasado 17 años, a pesar de que la velocidad que ha adquirido la política desde aquellos días nos parezca poco tiempo.

Tras dos años de Mas, se fraguó una alianza sin contenido ideológico ni programa electoral

España ha ido multiplicando gobiernos de coalición que han demostrado no tener ningún tipo de ganas de aprender de sus propios errores. El Gobierno catalán actual lo demuestra cada día, a pesar de la importancia del momento debido a la Covid-19. El Gobierno de España, más o menos lo mismo, con la coalición con Podemos.

Tras el tripartito, y una agónica y corta legislatura de dos años donde la crisis llevó a Mas a impulsar el denominado procés independentista, el entonces convergente tuvo cuatro años para mantener en su gobierno a una coalición formada por los habituales de Convergència y de Unió.

Aquello duró poco ya que en junio de 2015 los consellers democristianos abandonaron aquel gobierno debido a las tensiones que les provocó la decisión de repetir la consulta.

Tras dos años donde Mas buscó el apoyo parlamentario de Oriol Junqueras (ERC), se fraguó una alianza sin contenido ideológico ni programa electoral, donde el único objetivo era la independencia y que le valió a Mas salir por la puerta de atrás y el entronamiento de Carles Puigdemont. En este caso, la coalición de gobierno se construyó antes de las elecciones, y vino dado por su victoria electoral.

Esa alianza nunca fue real pero sí necesaria para demostrar al movimiento independentista de forma fraudulenta que la forma de hacer política en Cataluña era diferente. Existía un proyecto de pueblo único porque quien no estaba de acuerdo con él, evidenciaba no ser buen catalán.

En aquellos momentos, las consejerías se repartieron el poder visualizando las siglas de los partidos: las de Esquerra y las de los entonces todavía convergentes. Como la experiencia del tripartito era muy cercana, decidieron que el número dos de cada departamento fuera de la otra formación.

Aunque ganó Ciudadanos, fue Waterloo quien ganó la batalla ‘indepe’

Y funcionó un año y medio, fundamentalmente porque no había nada que discutir ni decidir. Todo era la consulta y la independencia. Fueron aquellos famosos 18 meses que se dio Puigdemont para liberarse de España.

Tras las elecciones del 155, en diciembre de 2017, los resultados volvieron a ser favorables a crear un gobierno con mayoría independentista. Aquí el artefacto no estaba construido antes de las elecciones y muchos de sus líderes estaban en prisión o fugados.

Y aquí se produce el origen de todas las trifulcas públicas que el actual Gobierno catalán está deparando como si fuera guion de una serie de Netflix. Los que quedaron segundos (ERC) llevaban meses pensando que ellos ganarían. Y, aunque ganó Ciutadans, fue Waterloo quien ganó la batalla ‘indepe’.

Ese malestar, esa remora, la arrastran todos los dirigentes de Esquerra desde aquellas elecciones. Ahora, estamos a tres meses de la próxima convocatoria electoral al Parlament catalán. En este caso es la pandemia la que marca las distancias electorales entre el departamento cercano a la sanidad, en manos de ERC, y a la economía, controlado por JxCat.

Pero podría ser cualquier otro tema. Cualquiera. La cuestión es que este es muy grave. De máxima sensibilidad con la población. Poca ideología puede existir entre los enfermos provocados por la Covid-19 y los cierres de negocios auspiciado por el confinamiento. Se juegan la vida y el futuro.

Y algún dirigente parece seguir jugando a convocar consultas ilegales.