Los balcones de la Diada enmudecen

Han vuelto las Diadas de los 2000. Las ideas de los independentistas se mantienen y están enraizadas, pero no son prioritarias.

Es una tradición personal asomarme las mañana del 11 de septiembre a descubrir cuántas “senyeres” cuelgan de los balcones de mi calle. El porqué de mi observación no siempre fue el mismo. A finales de los 70 y principios de los 80 era un interés democrático y colectivo. Saber qué cantidad de ciudadanos se sentían con los nuevos tiempos de libertad y cómo llegaba ese estado de opinión a la sociedad.

Durante los 90 y la primera década del siglo XXI el interés se situaba en conocer cómo ese sentido se mantenía en la sociedad. Fueron años de observar la forma en que la cuatribarrada iba desapareciendo poco a poco de la realidad de la Diada.

También las manifestaciones eran cada vez menos multitudinarias. Se comenzó a hablar de que el “Onze de setembre” era una jornada festiva y no reivindicativa. Y las noticias que al final acababan en la prensa era sólo sobre los actos violentos de la noche.

2010: cambio de inflexión

Así llegamos al año 2010. En esa Diada hubo un cambio de inflexión. Entonces el interés visual desde el balcón de casa era observar cómo las “esteladas” iban llenando las ventanas de la ciudad. Nunca eran mayoritarias, pero su colorido inundaba las calles. Un recuento exhaustivo marcaba un porcentaje muy inferior. Pero ¿quién se pone a contar banderas?

Las fachadas de la Diada han ido explicando, a lo largo de estos años, el estado de opinión de Cataluña. La de este año ha sido un desierto de banderas. Se han mantenido las que ya estaban instaladas durante todo el año, ahora mustias y deshilachadas. En mi calle ni una sola bandera del día, antes tan habituales.

¿Qué ha ocurrido? Las respuestas son variadas y seguro que puede ser narradas de diferentes formas. En todo caso, la reflexión también podía ser planteada a partir de lo que ocurrió hace 12 años. ¿Qué pasó en 2010 para que, de forma paulatina, pero también progresiva, fueran incrementándose las “esteladas” en los balcones de Cataluña? En los dos casos hay que responder con la política.

Diada 2022. EFE/ Toni Albir

Me refiero a la idea, en ocasiones insistente, que el procés era una respuesta del “poble”. “El pueblo habla porque el pueblo es soberano”, se decía. Ese es uno de los mayores engaños del “proces”. El pueblo es soberano a través de las urnas y de la decisión del voto ciudadano, siempre a partir de los mensajes políticos.

Por ello, si las “esteladas” inundaron los balcones fue porque hubo unos partidos y unas organizaciones enmarcadas en partidos políticos, estilo Òmnium o la ANC, que dirigieron esa respuesta. De la misma forma que ahora son las directrices y enfrentamientos entre estas dos organizaciones y los partidos políticos independentistas los que están logrando que las banderas de las estrellas desaparezcan.

Vuelta a las Diadas del 2000

Por lo tanto, hemos vuelto, no exactamente pero sí aproximado, a las Diadas de principios de 2000. Ello no significa, como reitero siempre, que los independentistas hayan desaparecido. Sus ideas se mantienen y están enraizadas, pero no son prioritarias.

Después podemos hablar del independentismo práctico y utópico, muy evidentes tanto la noche del 10, como durante los actos del 11, no sólo en Barcelona, sino en todo el territorio. Pero esas ideas fuerzas todavía no tienen unos mensajes fáciles.

¿Cómo se puede reinventar el independentismo actual y que sea suficiente para mantener vivo el proyecto? Una de las formas más sencilla es gobernando. Ello siempre va acompañado de presupuesto. Pero el resumen de la idea no está todavía construido.

La profunda división del independentismo es una buena noticia para el constitucionalismo. Pero cuidado. Si es tratada como una derrota, en algún momento de la historia renacerá con cualquier excusa. Es así. No hay otra. La necesidad de que el Estado actúe con inteligencia es fundamental; o sea, todas las fuerzas políticas nacionales representadas en el Congreso. Aunque observando cómo actúan con el Constitucional, el Supremo o el Consejo General del Poder Judicial, las dudas se acumulan. Ni con velas a Santa Rita, la patrona de los imposibles.