Los ciudadanos me tienen manía

Pedro Sánchez, políticamente hablando, está bajo sospecha. Y ello es así, porque ha perdido, o está perdiendo, la empatía y la confianza de los ciudadanos.

De vuelta a casa: “Mamá, el profesor me ha castigado, porque me tiene manía”. Y la madre le dice que algo habrá hecho para que le castiguen. Y el niño contesta: “Que no, que todo lo hago siempre bien y siempre me porto muy bien y lo que pasa es que el profesor me tiene manía”. Algo parecido le ocurre a Pedro Sánchez con la ciudadanía: siempre lo hace todo bien y, sin embargo, los ciudadanos le tienen manía.

Cosa que se ha reflejado recientemente en las Autonómicas de Castilla y León y Andalucía –por no hablar de la Comunidad de Madrid- así como en algunas protestas callejeras y la mayoría de las encuestas. A excepción, claro está, de las encuestas del CIS del mago José Félix Tezanos. ¿Y si fuera cierto, si fuera verdad, que un número indeterminado, pero numeroso, de ciudadanos tiene manía a Pedro Sánchez?

De qué hablamos cuando hablamos de manía

Antes de enumerar los motivos que podrían generar manía hacia la imagen y figura de Pedro Sánchez, conviene aclarar de qué hablamos cuando hablamos de manía. Entendemos la manía no en el sentido psicopatológico que le da Emil Kraepelin –unos de los fundadores de la psiquiatría moderna y reconocido adversario intelectual de Sigmund Freud- en su clásico Compendio de psiquiatría (1907), sino en el sentido que le otorga la sociología recreativa. Esto es, la manía como el estado de ánimo airado. El enfado, sí. La ojeriza, también. Y es que –dejando a un lado los intereses múltiples en juego- la manía también tiene sus manías.

Por qué los ciudadanos podrían tener manía a Pedro Sánchez

Porque, muchos ciudadanos perciben que el cambio de la política social del PSOE se debe a las derrotas electorales autonómicas en Castilla y León y Andalucía –antes, en la Comunidad de Madrid- y algo tenía que hacer Pedro Sánchez para neutralizar el ascenso del PP y Alberto Núñez Feijóo.

Porque, muchos ciudadanos entienden que las medidas tomadas –el aumento lineal de las pensiones, el incremento de sueldo de los funcionarios o las ayudas a las personas vulnerables- se explican, tout court, en función de un electoralismo de bajo vuelo que va a la caza y captura, no solo del voto perdido, sino también –sobre todo- del voto de los colectivos de jubilados, funcionarios y clases medias o bajas trabajadoras o sin trabajos. Así se compran votos, afirman los maníacos.

Porque, muchos ciudadanos –mala administración, pésima gestión, lentitud o burocracia- tienen la mala experiencia de unos impagos todavía pendientes -ayudas o subsidios- que solo existen en el papel. Una cosa parecida ocurre con los fundos europeos que nunca llegan por la incompetencia administrativa del Estado.

Porque, muchos ciudadanos desconfían de que las ayudas se hagan finalmente realidad si se tiene en cuenta el hiato que existe entre lo presupuestado –previsiones equivocadas o hinchadas- y lo que el Estado –un menor crecimiento de lo esperado y una deuda que roza lo astronómico- acabe realmente recaudando en una economía que podría entrar en recesión.

Porque, muchos ciudadanos temen que Pedro Sánchez administre la inflación a la manera de la administración de la pandemia.

Porque, muchos ciudadanos no se creen el cuento de la lechera de un Pedro Sánchez falto de credibilidad como consecuencia del reiterado incumplimiento de sus promesas.

Porque, muchos ciudadanos prefieren la deflactación del IVA a los bonos parciales o universales. El criterio del ciudadano: el dinero está mejor en mi bolsillo. ¿Por qué he pagar yo su campaña electoral?, dicen.

Porque, muchos ciudadanos no quieren ser señalados en público –“eres un vulnerable”-, ni aceptan la beneficencia, ni admiten la caridad, ni desean vender su voto a cambio de un plato de lentejas.

Porque, muchos ciudadanos no se fían de un Pedro Sánchez que suele jugar a dos o tres bandas al mismo tiempo.

Porque, muchos ciudadanos se molestan cuando Pedro Sánchez, de forma reiterada y poco subliminalmente, sostiene que “Todo eso lo pago Yo”. Como si el Estado del bienestar fuera Él.

Porque, muchos ciudadanos se irritan cuando, por ejemplo, se subvenciona a bulto el transporte ferroviario o se regala 400 euros a quienes –vuelve el electoralismo- cumplan 18 años en 2022. Un Bono Cultural Joven, dicen. ¿Cultural?, replican los irritados.

Porque, muchos ciudadanos repudian los pactos con Unidas Podemos, ERC y Bildu. Y repudian también los indultos a los condenados en firme por sedición y malversación. Y lo que vendrá, sospechan.

Porque, muchos ciudadanos temen que Pedro Sánchez sea una copia de José Luis Rodríguez Zapatero.

Porque, muchos ciudadanos –la teoría del caballo ganador o el efecto arrastre o efecto bandwagon- creen que Pedro Sánchez es un perdedor en ciernes –con frecuencia parece el jefe de la Oposición y no el presidente del Gobierno- al que hay que dejar caer. Los ciudadanos prefieren a los ganadores y no a los perdedores.

Porque, muchos ciudadanos se han dado cuenta de que Pedro Sánchez tiene la virtud de dividir todo lo que toca.

Porque, muchos ciudadanos están literalmente extenuados de las homilías y exhortaciones –añadan, engaños- de ese alter ego de Pedro Sánchez llamado Félix Bolaños.

Porque, muchos ciudadanos manifiestan ya una suerte de alergia ante Pedro Sánchez. División de opiniones: para unos, un oportunista; para otros, un falaz: para los terceros, las dos cosas a la vez.

Pedro Sánchez está bajo sospecha

Al parecer, a Pedro Sánchez ya no le funciona ni la teoría ni la práctica de la sugestión. Cosa grave para un político si tenemos en cuenta que la sugestión es una suerte de don de gracia que consigue que la gente acepte -sin más- las actitudes, ideas, propuestas y proyectos de los personajes dotados de empatía.

Pedro Sánchez, políticamente hablando, está bajo sospecha. Y ello es así, porque ha perdido, o está perdiendo, la empatía y la confianza de los ciudadanos.

Francis Fukuyama: “Confianza es la expectativa que surge en una comunidad con un comportamiento ordenado… basándose en normas compartidas por todos los miembros que la integran… normas [que] pueden referirse a cuestiones de `valor´… [que] engloban también las normas deontológicas… y códigos de comportamiento” (Trust: la confianza, 1998).