Los nuevos banqueros y la política

Con motivo de la presentación de los resultados ante las juntas generales, los presidentes de los grandes bancos españoles se han acostumbrado, desde hace mucho tiempo, a lanzar mensajes a los políticos.

Especialmente dos presidentes, Emilio Botín y Francisco González, se han caracterizado por dar «consejos» al Gobierno de turno. En ambos casos siempre elogiosos. El primero por ser el del banco líder tenía un especial interés en aproximarse a los presidentes del Gobierno, fueran estos conservadores o progresistas. El segundo, que fue propuesto y aupado por el Gobierno conservador a presidente del BBVA, se le ha considerado el «banquero del PP», pero Emilio Botín se acercó a la Moncloa con cierta frecuencia porque quería ser escuchado.

Sin embargo, esta «costumbre» ha cambiado a medida que otra generación de ejecutivos de banca van incorporándose a puestos de máxima responsabilidad. En su primera junta general después de ser nombrada presidenta del Santander, Ana Botín ha cambiado el discurso, el posicionamiento y el alcance geográfico de su intervención.

Se ha referido a la necesidad de crear empleo, al crecimiento económico con progreso social en el medio y largo plazo, en referencia al agrandamiento de las desigualdades debidas a la crisis.

Hizo una referencia explícita a Europa, como marco, para presentar propuestas. Y además subrayó que iban a trabajar para contribuir al progreso de las familias y empresas de España y en los demás países «donde operamos». En otras palabras, se situó en el mundo, fuera de los problemas domésticos que preocupaban a su padre y al resto de los banqueros.

Esta actitud responde, por un lado, a la necesidad de estar presente en los distintos ámbitos geográficos donde la entidad esta mayoritariamente implantada, es decir, Reino Unido, Brasil y España. Pero, por otro, es una manifestación explícita de lo mucho que España y sus profesionales han cambiado en poco tiempo.

Se hace una mención de pasada a la política doméstica, pero el foco es Europa y el mundo. La competencia se dirime en el mercado global, con multidivisa, regulaciones distintas, costumbres sociales y políticas diversas, y, a veces, contradictorias. Es en este contexto donde hay que posicionar el banco.

Su padre fue un adelantado en su tiempo, fue el más agresivo –venía de ser un banco muy pequeño–, pero ganó la batalla de ser el primero a base de compras y de diferenciación. Su hija sabe, porque se ha formado fuera, que ahora priman los equipos cohesionados con una visión global, menos doméstica.

Nada más llegar, ha cambiado al consejero delegado, que no llevaba más de un año en el cargo, y ha remodelado tanto el equipo de dirección como el consejo. Y el Santander vuelve a crecer en el activo en el mercado doméstico. Otra vez es el primero.

No quiero que se entienda que el Santander sea ya un banco muy distinto y sin problemas (por ejemplo en EEUU), pero sí que va por delante, en la carrera de ser un banco global.

Y lo demuestra porque reparte el dividendo que puede (lo ha dividido por tres), que se capitaliza sin contemplaciones (7.500 M€), con exclusión del derecho de suscripción preferente, cuando lo necesita.

Es el primero en dar un paso adelante. Tanto los clientes como los accionistas saben qué pueden esperar del banco. En esto, el padre y la hija son iguales.