Los paraísos fiscales y la desmemoria de Artur Mas
Los ciudadanos asisten atónitos a las revelaciones periodísticas sobre los ricachones pillados con fondos en la filial suiza del Hong Kong & Shanghai Banking Corporation (HSBC). Como es sabido, un empleado infiel, el informático Hervé Falciani, robó un listado de clientes del banco. Lo grabó en un disco compacto y lo vendió a las autoridades francesas. A continuación, éstas repartieron copias a la Hacienda de otros países interesados, entre ellos España.
La relación abarca tres millares de compatriotas nuestros. Sus nombres van emergiendo con cuentagotas. La nutrida representación catalana incluye, por ejemplo, a Jorge Trias Sagnier, porfiador abogado que en su día ganó fama al destapar la trama Gürtel y los sobresueldos de la cúpula del PP. También están Alfons Godall, ex vicepresidente del FC Barcelona, y el magnate portuario José Mestre Fernández, que acaba de ingresar en prisión para cumplir una condena 12 años por tráfico de cocaína.
Así mismo sale, cómo no, el ubicuo Jordi Pujol Ferrusola, que se mueve como pez en el agua por los paraísos fiscales de medio mundo. Abrió cuenta en HSBC hace cerca de 20 años, junto con su entonces esposa Mercè Gironès Riera y sus tres hijos.
Las primeras filtraciones del escándalo Falciani aparecieron en 2009. El año siguiente, el Gobierno de Zapatero, ya con la relación de evasores en su poder, empezó a cursarles requerimientos para que se pusieran al día. Los afectados regularizaron, pagaron lo que les correspondía, y aquí paz y después gloria.
El caso más asombroso es el de los banqueros Botín, que desde tiempo inmemorial tenían 2.000 millones a buen recaudo en el HSBC. Enterrar el desliz les costó la nadería de 200 millones.
Justo cuando afloran los detalles de esta magna fuga de capitales, el azar de la actualidad ha hecho reverdecer el episodio de los más dos milloncejos de euros que Artur Mas padre ocultó en el banco LTD de Liechtenstein.
Amnesia olímpica
El president compareció el otro día ante la comisión indagadora del parlamento catalán. Dijo que tenía conocimiento de tal dinero desde «finales de los años 80 o principios de los 90». Esta versión difiere de la que ofreció en 2010, al difundirse en la prensa la fortuna de su padre. Entonces aseguró «no tener ni la más remota idea de su existencia». Queda claro que o mintió entonces o ha mentido ahora. O ambas cosas a la vez, que también podría ocurrir.
A título de disculpa, Mas explicó a los miembros de la comisión que un juez de la Audiencia Nacional ya investigó tiempo atrás los fondos de su familia en aquel Principado, y archivó el expediente. Olvidó mencionar el nimio detalle de que el juez adoptó tal decisión porque el delito ya había prescrito. Pero que su linaje vulneró la ley, va a misa. Sólo que el curso del tiempo le granjeó la impunidad.
Desde finales de los años 80, Mas ha sido concejal del Ayuntamiento de Barcelona, diputado del Parlament, consejero de Política Territorial y Obras Públicas, consejero de Economía y Finanzas, consejero primero de la Generalitat y, finalmente, presidente. O sea que mientras él se encargaba de moler a impuestos a los catalanes, su señor padre los escamoteaba a sabiendas y con la firma de su primogénito. Desvergüenza se llama esa figura.
Por lo demás, don Artur reconoció ante la comisión de marras que no se entera de nada. Nunca supo de las mordidas que el Palau de la Música ingresaba en las arcas de CiU. O de los apaños con Casinos para financiar el partido. O de los cambalaches de Oriol Pujol con las ITV y los cierres empresariales. O de las comisiones archimillonarias de Jordi Pujol Ferrusola, por no citar el reguero de asignaciones de obra pública a la caterva de paniaguados habituales.
Por no saber, el president ignora que unas empresas en las que militan su cuñado y su sobrina, se adjudicaron en poco tiempo la friolera de 450 millones en contratas de la Generalitat. Interrogado por esa insignificancia, el muy honorable se salió por la tangente y se autoproclamó «víctima de una campaña indecente de la prensa».
El hecho de que seis de los siete hijos del clan Pujol hayan trabajado y cobrado de la Generalitat, obedece –según Mas– a la gran «vocación de servicio público» que siempre ha caracterizado a los Pujol Ferrusola. A los diputados les debió de dar la risa ante semejante aserto. Alguno de ellos, suelto de lengua, pregonó que evidenciaba un cierto cinismo. Vivir para ver.