Los presupuestos generales de Arnaldo Otegi

La fotografía de Colón va a ser sustituida en nuestro imaginario por una imagen bizarra y caleidoscópica formada por Sánchez, Iglesias, Otegi y Rufián

Que nadie se lleve a engaño. Los presupuestos generales que han comenzado a debatirse en el Congreso no van a ser ni los de Pedro Sánchez ni los de Pablo Iglesias, van a ser los de Arnaldo Otegi.

Vaya por delante que soy de los que cree que EH Bildu está mejor en las instituciones que fuera de ellas, pero ver al partido que combatió con las armas al Estado convertirse en la clave de bóveda de la gobernabilidad, además de sumirme en la melancolía, solo demuestra la gravedad de la enfermedad que afecta a nuestra democracia.

Sordo, agonizante y soberbio

Enfermedad, porque solo un país muy enfermo podría otorgar esa centralidad a quien no hace ni un lustro aún se hacía el orejas para no condenar los asesinatos de sus correligionarios.

Enfermedad, porque solo un gobierno en fase terminal y que haya perdido cualquier asidero con la realidad puede preferir un voto aún manchado con la cobardía de los que justificaban la violencia al de los partidos que defendieron la democracia aun a riesgo de perder las vidas de sus militantes.

Enfermedad, porque solo un presidente sordo y endiosado podría pretender que EH Bildu sea un partido progresista. No lo es porque, a pesar de gente como Oskar Matute, es aún un partido carlistón e identitario y, por tanto, un partido profundamente reaccionario.

Las patologías de Podemos y del PSOE

Enfermedad, porque solo un vicepresidente ciego de ira y soberbia podría pretender que lo que no ha funcionado para su propio partido, es decir, la formación de coaliciones electorales instrumentales con politiquillos locales que no ven más allá de su boina (o de su barretina), pueda funcionar para España.

Enfermedad, porque es tal la tristeza que produce ver al PSOE, un partido que un día fue el fiel reflejo de la sociedad española, un ente vivo, dinámico y crítico tanto hacia dentro como hacia fuera, convertido un cascarón vacío sin voz ni voluntad más allá de los intereses de su mesías, que dan ganas de meterse uno en la cama y no levantarse hasta que pase la pesadilla.

Los que son aliados y los que no lo son

En medio de una crisis global, un momento político que podría haber sido propicio para que Sánchez abandonase (o al menos matizase) la coalición negativa que le llevó al poder pactando los presupuestos ( o al menos una parte de ellos) con Cs o con el PP, partidos con los que no debería tener grandes diferencias estratégicas a la hora de construir una respuesta a la pandemia, Sánchez ha preferido retratarse con ERC y EH Bildu dos partidos en cuyo objetivo es el desmembramiento del país cuyos presupuestos van a apoyar.

Es que ni siquiera hubiera tenido que pactarlos. Le habría bastado con amagar que a lo mejor querría hacerlo, con eso hubiera sido suficiente para abaratar las pretensiones de la tropa independentista.

Pero ni eso, durante el periodo de supuesta negociación Sánchez solo ha dedicado sus esfuerzos a conseguir los votos del independentismo y el nacionalismo, humillando de paso unas cuantas veces a una Inés Arrimadas cuyo voto le habría salido gratis y ninguneando al PP de Pablo Casado.

Y todo esto tiene una consecuencia y una externalidad

La consecuencia, que a partir del día que se aprueben los presupuestos, porque se van aprobar, Arnaldo Otegi va a sustituir en nuestro imaginario colectivo a Cristóbal Montoro como máximo artífice del prodigio de que nuestro país cuente con unos presupuestos generales, algo que sin duda va a tratar -legítimamente- de rentabilizar en su pelea con el PNV por situarse en la centralidad del espacio nacionalista.

Y la externalidad, que a la fotografía de Colón, aquella en la que salían Casado y Rivera contaminados por el nacionalpopulista Abascal y que sirvió para que Sánchez pudiera gobernar movilizando a toda la izquierda, va a ser sustituida en nuestro imaginario político por otra, una imagen bizarra y caleidoscópica formada por Sánchez, Iglesias, Otegi y Rufián, la foto de los presupuestos, la nueva foto del poder en España.

Que no les extrañe que tenga un efecto igualmente movilizador… justo al otro lado del río Pecos.