Las primeras impresiones: Màxim Huerta y el poli más corrupto de Nueva York

Pedro Sánchez no puede hacer lo que quiera, sino lo que pueda. Pero para que luzca, necesita evitar que le vuelvan a sacar los colores

Aunque dicen que las apariencias engañan, con los años se aprende a confiar en las primeras impresiones. Siempre existe el riesgo –subsanable– de equivocarse, pero la mayor parte de las veces, los hechos acaban por confirmar el pálpito inicial.

Me pasó con Màxim Huerta. Desconocía su trayectoria televisiva, y más aún la literaria, así que cuando Pedro Sánchez le puso de ministro, pensé “este pega al nuevo Gobierno como a un Cristo unas pistolas”.

Y me pasó con Bernard Kerik, que fue Comisionado de Policía de Nueva York durante el ataque a las Torres Gemelas y luego fue nominado por George W. Bush para dirigir el Departamento de Seguridad Nacional norteamericano… solo que la historia tiene algo más de glamour.

Era 2002. Hacía poco que Rudolph –Rudy– Giuiliani había concluido su segundo mandato como alcalde y estaba montando Giuliani & Partners, una consultoría especializada en asuntos de seguridad sobre la base de la fama ganada a raíz del 11-S.

Cena en el ‘rainbow room’

Entre sus contactos para explorar posibles alianzas estaba la empresa multinacional en la que yo ocupaba un puesto directivo. Es así como asistí a una cena en el Rainbow Room del Rockefeller Plaza con Giuliani y sus socios que, en su mayoría, eran sus más cercanos colaboradores en la alcaldía. Me tocó al lado de Bernie Kerik.

Al terminar, comenté a mi CEO que el tipo me había puesto los pelos de punta (“that guy gave me the creeps”). Era un cruce entre Harry el Sucio y el personaje de Harvey Keitel en Copland.

Dos años después, la nominación de Kerik como jefe de Homeland Security fracasó por los pecadillos que la prensa y el FBI fueron desvelando sobre el personaje: desde contratar a inmigrantes sin papeles a recibir sobornos de empresas vinculadas a la mafia; desde defraudar a hacienda a mentir a la Casa Blanca. Le cayeron cuatro años de cárcel.

¿A Huerta no le parecieron suficientemente importantes sus lances con Hacienda como para avisar de que era radioactivo?

Fraude fiscal y mentir a la Casa Blanca. ¿Les suena? A Màxim Huerta, un supuesto profesional de los medios y activo participante en las redes sociales, ¿no le parecieron suficientemente importantes sus lances con Hacienda –resueltos, es verdad– como para avisar a Sánchez de que era radioactivo?

Nada más conocer a Kerik se intuía que su criterio respecto de la ley era laxo. Tanto como el de Huerta sobre lo invalidante que resulta para un cargo público de primer nivel cualquier disputa con Hacienda.

O, para el caso, tan laxo como su concepto mismo de la Cultura. Nombrar a Huerta fue una frivolidad que se tornó en crisis en apenas seis días. El PSOE la resolvió en horas haciendo lo que al PP le costaba semanas: forzar la dimisión del interfecto.

Pero limitar el daño no es lo mismo que evitarlo. Fue un error de aficionados.

‘Vetting process’

Si Kerik me dejó helado en aquella cena, el ex alcalde Giuliani causaba asombro por la crudeza moral de las opiniones que expresaba en privado.

No me sorprendió que, cuando cazaron a Kerik, se disociara como si nada del que había sido su colaborador más cercano durante 20 años: “Debería haber comprobado mejor su pasado”, se disculpó.

Giuliani usó el verbo «to vet» para referirse al examen metódico del historial público y privado de las personas seleccionadas para ocupar puestos de alta responsabilidad política. En EEUU, por ejemplo, unas 4.000 posiciones de la Administración deben someterse a esa investigación y, encima, ser ratificadas por el Senado.

El proceso no es exportable. Pero sí el concepto: un procedimiento que contribuya a que las personas seleccionadas para puestos de la mayor responsabilidad tras un cambio de gobierno, en expresión de Esperanza Aguirre, “no salgan rana”… como a ella tan frecuentemente le ocurrió.

La cuestión no es baladí. Si la institución encargada de realizarlo –¿la Policía, el CNI, un juzgado especial?– lo hace con las tutelas que aseguren la confidencialidad de los datos y el destino de los informes, se reducirían considerablemente varios riesgos.

Másters espurios o episodios con el fisco

El primero es el de las revelaciones embarazosas. Desde los títulos universitarios y másters espurios que tanto abundan, a los episodios adversos con el fisco o los encontronazos con el código penal: esa vieja disputa doméstica, esa detención por conducir borracho hasta las trancas…

El segundo, mucho más serio, es la detección de riesgos potenciales a la seguridad. Las ministras y ministros prometen mantener el secreto del las deliberaciones del Gobierno.

Esa discreción no se limita a lo que se trata los viernes en La Moncloa. Es una actitud permanente que requiere una toma de conciencia. Pasar por un proceso en el que a uno le han mirado hasta las notas de bachillerato es una buena manera de empezar.

Si alguien tiene un secreto que pueda aflorar en una investigación, es dudoso que acepte ser considerado para un alto cargo

Y ese mismo el es tercer efecto del vetting process. Consentir a que a uno le examinen el pasado con lupa es, en sí mismo, el principal filtro. Si un posible nominado tiene algún secretillo que pueda salir a la luz en una investigación, es dudoso que acepte siquiera ser considerado para un ministerio o un alto cargo.

¿Complicado? No tanto. Los nombramientos pueden retrasarse unos días, pero es un bajo precio por evitar los daños a la credibilidad que genera un faux pas como el de Huerta.

Como casi todo, la metodología ya está inventada. La administración civil británica dispone de un servicio unificado de comprobación, con varios niveles de rigor, para todos los puestos que comportan el manejo de información confidencial.

El UK Security Vetting System es el principal proveedor de informes para los cargos que manejan información sensible (militar, económico-financiera, tecnológica, comercial y medioambiental) para el Reino Unido.

Error no forzado

El nuevo ejecutivo cuenta con 84 diputados y un programa de acción basado en no defraudar las expectativas de un abanico extremadamente amplio de acreedores políticos. Para gobernar, Sánchez depende, fundamentalmente, del respaldo de la calle y de hacer que sus rivales políticos se tienten la ropa antes de intentar echarle antes de tiempo.

Patinazos como el de Huerta son graves porque son innecesarios. Es probable que el nuevo ministro José Guirao estuviera en una terna original pero se optó por la frivolidad del famoseo en lugar de poner a un señor que sabe distinguir un Modigliani de un Michelangelo.

Es una equivocación que no se puede repetir.

Quizá por eso, se ha optado por poblar los segundos niveles con una mezcla de recuperados de la era Zapatero como Octavio Granado para la Secretaría de Estado de la Seguridad Social, y personas de confianza del hombre de confianza de Sánchez, José Luis Ábalos, como Ana Botella Gómez, nueva secretaria de Estado de Seguridad.

En otros casos –la cúpula militar, la dirección del CNI y la jefatura de gabinete de Exteriores– la decisión más económica en términos de capital político y mediático ha sido no tocar nada y confirmar los cargos de gobierno anterior.

Tras los primeros golpes de efecto, al ejecutivo de Sánchez le toca ahora intentar gobernar desde una inusitada debilidad parlamentaria. En esas condiciones, no puede aspirar a hacer lo que quiera, sino lo que se pueda.

Pero para que luzca, necesita evitar que sus más cercanos colaboradores le vuelvan a sacar los colores y se conviertan munición para desgastarle.