El muro y el Puente

Todos sabemos que nuestra democracia ha sido vendida por siete miserables votos

La ambición de Pedro Sánchez es el punto débil de España. Lo olieron los separatistas catalanes, y consiguieron trasladar el procés a la Moncloa. Y lo han olido también los nacionalistas vascos. La ambición de Sánchez alimenta la radicalización de unos socios en competencia electoral. Nunca encontrarán una mejor oportunidad para debilitar el Estado y hacerse fuertes en sus cantones. Nunca encontrarán una mejor oportunidad para aplastar los derechos de una oposición democrática prácticamente indefensa.

El proceso español -la política de la mentira, la degeneración de las instituciones y la división de la sociedad inducida desde el poder- generará nuevos procesos, a saber, un segundo y más peligroso procés catalán, uno vasco, uno navarro… Ningún nacionalista querrá quedar atrás en la carrera de los privilegiados. La mutación confederal de España se acelera. Y Sánchez ya ha diseñado las palabras y los tonos para justificar esta decadencia impuesta.

Construcción de un muro

En la sesión de investidura anunció la construcción de un “muro”. La metáfora no podía ser más democráticamente desafortunada, pero explica perfectamente el proyecto que el PSOE ha venido pergeñando desde José Luis Rodríguez Zapatero.

Desde el pacto del Tinell al pacto de Waterloo, los socialistas no han dejado de construir ese muro. Con el único objetivo de evitar la alternancia en el poder, el PSOE no sólo se muestra dispuesto a compartimentar el Estado, sino también a levantar un telón de acero entre españoles. Es la repetición de un error histórico, el del trágala.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE/ J.J.Guillen
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE/ J.J.Guillen

Para construir su muro, Sánchez ha dinamitado el espíritu de la Transición. La concordia entre españoles es, para él, un obstáculo. La discordia es su arma para disolver el Estado de derecho. Así, Sánchez cambia la separación de poderes por la separación de la ciudadanía. Su muro protegerá a las castas políticas que le apoyen. Las ideas y los principios son aquí secundarios. Es simplemente una cuestión de poder, de retener el poder.

Ley de amnistía

La ley de amnistía certificará la defunción de la igualdad ante la ley. Amigos y socios de Sánchez gozarán de impunidad. Para ellos las leyes no serán más que simples recomendaciones; mas ¡ay de aquéllos que osen contradecirle! Serán expulsados. Deberán sobrevivir extramuros como la mayoría de los españoles. Sus delitos no serán olvidados, tampoco sus deudas.

Construido con y sobre las ruinas de las instituciones democráticas, el muro protege a Sánchez. Dentro de la fortaleza de los privilegiados, el PSOE ansía un poder casi inexpugnable. Por esta razón, no habrá puente, pero sí Óscar Puente. Sánchez ha encontrado en el tono del ministro vallisoletano unas formas a la altura de su moralidad, unas formas que galvanizan la discordia y consolidan el muro. El macartismo político de Sánchez merecía el macarrismo retórico de Puente.

A Puente no le importan los principios, pero tampoco lo disimula. Es el cinismo de Sánchez, pero ya sin maquillaje. El sincero reconocimiento de que la amnistía a violentos y corruptos secesionistas nada tiene que ver con la concordia y el reencuentro es, al menos, de agradecer, ya que desmantela de un plumazo toda esa empalagosa propaganda de tertulianos y periodistas prosaicos, de esos clérigos sanchistas que pretendían convencernos de que la verdad es justamente la contraria a lo que defendían antes del verano. Al final la verdad siempre se abre paso y ya todos sabemos que nuestra democracia ha sido vendida por siete miserables votos.

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