No hay industria sin I D i ni esta sin ecosistema
Fomentar la investigación pública o privada no es tan sencillo. No sólo es cuestión de dinero. Hay que construir un ecosistema, un entorno favorable formado por muchos componentes. Veamos algunas cifras.
En todos los países europeos, el 99,5% de las empresas son pymes, grupos con menos de 250 empleados –sobre la tipología de grandes o pymes, habría mucho que hablar, pero esta es la clasificación de la UE–. Sin embargo, es más significativo el número de empresas catalogadas como grandes. En Alemania, por ejemplo, lo son el 0,5%; en Francia, el 0,4%; y en España, el 0.1%. Ahí radica la diferencia, porque es ampliamente sabido y aceptado que la productividad aumenta con el tamaño.
En este sentido, España lo tiene mucho peor. Sería importantísimo que se fomentara de manera decidida y con todo el arsenal de políticas posibles, el tamaño empresarial.
También es de sobras conocido que, para estimular la investigación y su despliegue, no es suficiente dedicar dinero de forma sistemática a este fin, a pesar de que es una condición necesaria.
Catalunya destina 3.000 millones de euros cada año a I D. Esta cifra corresponde, aproximadamente, al 1,5% de su PIB. De éstos, un tercio son aportaciones públicas, de las cuales sólo el 5% van a proyectos industriales. Así lo describe el investigador de la Universitat de Vic Xavier Ferrás, quien acuña una descripción muy gráfica. Relata que es necesario un «entorno empapado de conocimiento» para tener I D i de verdad, eficiente. Y ahí radica la dificultad. La I D no se puede improvisar ni depende del límite de los recursos que se destinen. Su éxito está ligado a muchos factores de diferente naturaleza.
¿Cómo, pues, se puede generar un ecosistema o entorno favorable? Para empezar, habría que seleccionar y concentrar líneas de investigación (los programas ARPA en EEUU serían un ejemplo) y centros investigadores. Hay que emplear el dinero público de la mejor manera posible. La Administración tiene que apoyar y coordinar, gestionar y conectar a los centros. Su labor también pasa por ensamblar investigación pública con la privada y crear centros de excelencia de cierta dimensión. La Generalitat está en ello. Tiene que estimular un entorno competitivo de ciencia y tecnología.
Esto significa popularizar la investigación, publicitar los resultados y poner en competencia los centros y laboratorios. Es decir, fomentar un clima de excitación por la ciencia y la tecnología. También se debe reducir la distancia que existe entre ciencia y mercado. Convertir lo más rápido posible la investigación en PIB.
Los obstáculos son conocidos. La estructura organizativa y de gestión de las universidades no ayuda en absoluto a fijar los incentivos correctos para orientar la investigación en el camino más productivo. Es evidente que producir papers no es una condición para investigar y aplicar el conocimiento, pero es lo que permite progresar en la carrera académica. Aquí se produce una desalineación entre la carrera del doctor académico y del investigador.
Los salarios y el reconocimiento social tampoco son los adecuados para atraer talento hacia la I D. Hasta ahora, su gestión no ha empezado a mejorar. Debido, en cierta manera, a la crisis presupuestaria.
La I D i requiere de una sociedad abierta donde el intercambio sea su razón de ser, que tenga que competir en el espacio europeo. De hecho, lo está haciendo para beneficiarse de los fondos comunitarios en programas europeos. Y es una política a largo plazo. Por tanto, programas plurianuales con dotaciones garantizadas, pero también con rendición de cuentas a la sociedad.
El minifundismo empresarial tiene muy mal arreglo a corto plazo y es una pescadilla que se muerde la cola. Si la I D i no llega a las pymes, éstas no gana productividad y, en consecuencia, no ganan dimensión.
Se deben hacer todos los esfuerzos por ganar tamaño, y constituir «consorcios de innovación para pymes», un buen instrumento para difundir la investigación necesaria. Xavier Marcet define bien lo que sería un buen ecosistema para la I D i. Sería una combinación de grandes empresas innovadoras, con pymes ágiles que crecen vía la incorporación de la I D i, más un clima que favorezca las starts up. Obviamente, debería completarse con instrumentos financieros adaptados a este nuevo mundo empresarial.
Lo importante es que las empresas grandes tomen como partners a las pequeñas, que las ayuden y enseñen. Así se conseguiría una masa crítica necesaria para germinar un clima general de innovación en toda la sociedad.
Y la innovación abierta –la que se realiza fuera de la gran empresa– ha demostrado ser un buen procedimiento para, en general, todas las grandes empresas. Reduce costes para la compañías, es más dinámica y competitiva. Para conseguir resultados, se requiere una relación de confianza, dar una compensación justa a la pyme tecnológica, y no querer explotarla, lo que no es sostenible. Es una opción que sirve también para evaluar la innovación interna.
Finalmente, en este entramado todavía muy imperfecto se debería apostar de forma firme por la transferencia de tecnología entre los centros, universidades y la empresa. Existe un déficit evidente en las fases intermedias, entre el producto de los investigadores y su puesta en el mercado. Es preciso poder realizar pruebas de concepto, testar prototipos y la escalibilidad del invento.
Y alguien tiene que hacer el transfer desde una cultura y un lenguaje propios a otro entorno de competencia con unas reglas muy distintas. Este intermediario no creo que tenga que ser público. Ambos, investigadores y empresas, deberían fomentarlo. Es imprescindible.