Oriente Medio y norte de África, un barómetro de impunidad y justicia

En el pulso que las grandes potencias han librado en la región y cuyas únicas víctimas son las poblaciones locales, Rusia, con sus políticas de tierra quemada, ha ostentado un liderazgo geopolítico que actualmente consolida en Afganistán

Hace más de diez años que los procesos revolucionarios bautizados como Primavera Árabe sacudieron Oriente Medio y norte de África, portando lemas de libertad, justicia y dignidad que desafiaban dictaduras enquistadas durante décadas. Y aunque se trata de contextos de gran complejidad, en los que se entremezclan dinámicas locales, regionales y globales, muchos de los acercamientos actuales a la región parten de un planteamiento de éxito o fracaso que no contempla los matices de estos procesos ni las lecciones que se pueden extraer de ellos.

Oriente Medio, barómetro de impunidad

La actualidad de los países que en 2011 protagonizaron los levantamientos populares nos muestra, a grandes rasgos, tres tipos de escenarios. Procesos de transición democrática, como es el caso de Túnez, que tras la caída de Ben Ali inició un proceso que vive hoy grandes dificultades; regreso del statu quo, como sucede en Egipto, donde el golpe de estado del general Sisi ha devuelto al país a cotas de represión anteriores a 2011; y guerras o conflictos armados en países como Siria, Libia o Yemen, cuyo tejido social, político, económico y prácticamente todas sus infraestructuras han quedado destruidas en la última década.

Para comprender esta deriva no caben los análisis simplistas basados en cuestiones puramente religiosas o identitarias. En la región de Oriente Medio y norte de África, gran barómetro de tendencias que avanzan en el resto del mundo, cada potencia ha jugado sus cartas a costa de las poblaciones locales. Para reprimir unas reivindicaciones populares sin precedentes en la historia de la región han tenido que conjugarse autoritarismos domésticos, fuerzas reaccionarias e intereses regionales y geopolíticos.

En el pulso que las grandes potencias han librado en la región y cuyas únicas víctimas son las poblaciones locales, Rusia, con sus políticas de tierra quemada, ha ostentado un liderazgo geopolítico que actualmente consolida en Afganistán, tras la decisión de Estados Unidos de huir del país, cediendo el poder a los talibán. «Nuestra misión en Afganistán nunca fue construir una democracia, sino evitar ataques terroristas contra suelo estadounidense«, declaraba tras su salida el presidente estadounidense Joe Biden, toda una declaración de intenciones que supone un vuelco en el discurso de promoción de la liberación y la democratización del resto del mundo. La situación en la que dejan a miles de civiles a los que decían proteger y su responsabilidad con el sufrimiento al que su país ha contribuido en la denominada “guerra más larga de su historia” no ocupan ya ni los márgenes del discurso de la administración estadounidense.

“Los sectores más reaccionarios de la región continúan contando con el respaldo de aliados como la Unión Europea, que les proporciona legitimidad para continuar sus abusos y dificulta que puedan darse procesos de rendición de cuentas”

El caso paradigmático de Afganistán muestra una deriva alarmante en la región, convertida en un gran barómetro de impunidad en el que el destino de los civiles no ocupa ni siquiera consideraciones discursivas. Pese a las diferencias entre países en una región compleja y diversa, es innegable que en esta década las violaciones de derechos humanos han ido en aumento.

Se ha disparado la cifra de víctimas civiles en los conflictos, con cifras que, en casos extremos como el sirio, son tan altas que las Naciones Unidas llegaron a declararse incapaces de continuar el recuento. Ha aumentado la represión de manifestantes, defensores de derechos humanos y periodistas en contextos tan autoritarios como la Siria de Asad, el Egipto de Sisi o el Bahréin de los Jalifa. Los bombardeos para reprimir los levantamientos se han cebado con infraestructuras civiles como escuelas y hospitales, y se han usado armas químicas contra núcleos de población civil. La larga lista de abusos ha elevado el umbral de la impunidad y apunta a un retroceso en los mecanismos de protección de civiles y de rendición de cuentas.

Frente a este aumento de la impunidad, que pese a sus implicaciones locales y regionales tiene efectos globales, resulta más importante que nunca reivindicar la protección de los derechos humanos y la rendición de cuentas de quienes cometen crímenes contra la humanidad. Sin embargo, los gobiernos autoritarios y los sectores más reaccionarios de la región continúan contando con el respaldo de aliados como la Unión Europea, que les proporciona legitimidad para continuar sus abusos y dificulta que puedan darse procesos de rendición de cuentas.

Refugiados afganos en el aeropuerto de Kabul // EFE

Así lo afirman miembros de la comisión egipcia de Derechos y Libertades, que alertaban recientemente del peligro de respaldar la dictadura de Sisi en Egipto, donde hay más de 150.000 presos políticos dispersos en decenas de cárceles, una cifra que continuó aumentando con la expansión de la pandemia. Entre ellos, el reconocido Alaa Abdelfattah, símbolo de la resistencia pacífica en el país y cuya situación se ha agravado tras años encarcelado en condiciones infrahumanas, según informa su familia.

También del contexto europeo han surgido medidas específicas que agravan la situación de las víctimas de conflicto. Es el caso de Dinamarca, que en marzo de 2021 anunció la decisión de retirar el permiso de residencia a personas refugiadas procedentes de Siria, alegando que el país, concretamente las zonas controladas por el régimen sirio, son ya «un lugar seguro». Es el primer país europeo en dar este paso, criticado por la Unión Europea y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, una medida que sienta un precedente alarmante en materia de derechos humanos.

«Prefiero morir en Dinamarca que regresar a Siria», confesaba Simaf, una adolescente kurda de 14 años, en uno de los testimonios recogidos por la investigadora Alysia Alexandra para alertar de lo que supone esta medida en personas, muchas de ellas muy jóvenes, con un fuerte grado de arraigo en su país de acogida.

Las reivindicaciones de una vida digna, más vigentes que nunca

En este contexto de impunidad, y frente a la debilidad de los apoyos institucionales, continúan surgiendo respuestas ciudadanas que promueven la defensa de la justicia, la lucha contra el autoritarismo o la reparación de las víctimas. En el caso de Siria, donde se vive una represión incesante por parte de las autoridades, siguen celebrándose manifestaciones de protesta contra el autoritarismo, como hemos visto recientemente en Daraa, cuna del levantamiento popular sirio de 2011.

En el ámbito legal encontramos iniciativas como las del abogado sirio Anwar el Bunni, que desde Alemania recopila evidencias de crímenes contra la humanidad por parte del régimen de Asad en Siria, o la de Syrian Families for Freedom, un grupo liderado por esposas y madres de personas presas y desaparecidas en cárceles gubernamentales y de ISIS que reclaman justicia para sus familias y para su país.

Son numerosas las iniciativas que muestran que las aspiraciones de justicia y de una vida digna siguen vivas y se alzan con fuerza incluso en los contextos más represivos. El ejemplo más reciente es el afgano, donde reclaman justicia y libertad, ante la huida de Estados Unidos y el oscurantismo de los talibán, miles de personas afganas, con las mujeres a la vanguardia.

Los talibanes toman Kabul. // EFE
Los talibanes toman Kabul. // EFE

Según Rocco Rossetti, coautor del libro De Egipto a Siria: Principio de una revolución humana, que analiza las lecciones que se pueden extraer de los procesos de 2011, las reivindicaciones que caracterizaron esos procesos no han sido anuladas pese a las derrotas militares, sino que siguen vigentes y son hoy más necesarias que nunca. Prueba de su vigencia es el hecho de que, pese a la represión desplegada en países como Siria o Egipto, estos valores han continuado inspirando movilizaciones en países como Líbano, Sudán o Argelia, donde se vivieron en 2019 movimientos de contestación contra estados autoritarios y corruptos.

“No podemos decir que las ideas que inspiraron los procesos revolucionarios de la región hayan sido derrotadas, porque esas fuerzas contrarrevolucionarias que son Asad, Sisi o Putin no tienen otra legitimidad que la de la violencia, es decir no han podido ni encauzar ni reemplazar los ideales revolucionarios. Y ni toda la represión que han desplegado ha logrado anular las aspiraciones de una vida digna», afirma.

Este artículo está incluído en el último número de la revista mEDium ‘La noche oscura de Occidente’. La edición completa en papel puede adquirirse en nuestra tienda online:  https://libros.economiadigital.es/libros/libros-publicados/medium-9/