Oxímoron

La izquierda debe decidirse de una vez por todas a rechazar programáticamente los pactos contra natura con el nacionalismo catalán

Se entiende por oxímoron una figura retórica que implica calificar un sustantivo, por ejemplo, con un adjetivo de significado contradictorio u opuesto. Con frecuencia calificar como tal un sintagma nominal determinado, encierra una ironía. Un ejemplo clásico se le atribuye a Pío Baroja. Siempre combativo con el carlismo, lo cual casi le cuesta la muerte al principio de la Guerra Civil, se refería a una determinada cabecera periodística de Pamplona, El Pensamiento Navarro” como una clara muestra de oxímoron.

Pues bien, dejando aparte ironías, he llegado a la conclusión de que, posiblemente, y tal como muestra ese ejemplo, es en el campo de la política donde podría presentarse más fácilmente la referida figura. Por ejemplo, cuando se acepta sin discusión la compatibilidad semántica entre “izquierda” y “nacionalismo”, por parte de las fuerzas que se consideran dentro de la primera denominación y que, en principio, no cabría calificar de nacionalistas.

Cuestión aparte, más allá de la retórica, es, por supuesto, la contradicción entre el calificativo y la práctica. Aquí, en Cataluña, un ejemplo muy claro es el partido denominado Esquerra Republicana de Catalunya.

ERC y la pequeña burguesía

No solo hace ya mucho tiempo que dicha organización política dejó atrás cualquier veleidad que pudiera considerarse izquierdista, sino que es el núcleo duro, junto con la CUP, del nacionalismo más radical, disfrazado, cómo no, de progresista.

Aunque en el seno de ERC siempre convivieron diferentes almas, desde el viejo radicalismo europeo, hasta posturas fascistizantes, es evidente que, a partir de su resurrección con la democracia, el partido se ha convertido en un instrumento de la pequeña burguesía nacionalista extrema, con prontos incluso xenófobos. Y si queda alguna duda sobre lo inadecuado del sustantivo “Esquerra”, basta echar un vistazo a la gestión, nada progresista, que han llevado a cabo cuando han tenido poder decisorio.

El show en Badalona ha evidenciado la contradicción entre la ideología progresista y la nacionalista

En parecidos términos cabe hablar de esa ficción que se denomina “izquierda alternativa”. No dudo que sea una propuesta alternativa, pero ¿alternativa respecto a qué? Por mucho que su base programática se justifica con los manidos tres colores (rojo, verde, violeta), es cada vez más aparente que, con frecuencia, se olvida el primero en beneficio de los otros dos. Algo que no sorprende, dado que una parte importante de su electorado son clases medias, fundamentalmente interesadas en ideologías de las denominadas como “transversales”.

Todo eso lleva tiempo en mi mente y no pretendo que sea en absoluto una idea genial y única. Pero el reciente “show” que se ha montado en Badalona, con respecto a la elección de alcalde, me ha evidenciado que no solo la contradicción entre las dos ideologías, la nacionalista y la progresista, existe, sino que hay una incapacidad total por parte de la izquierda tradicional de aceptarla.

Desengañémonos, si Dolors Sabater no es en este momento alcaldesa de la cuarta ciudad de Cataluña, por población, no es en absoluto porque el PSC hubiera priorizado la alternativa constitucionalista, sino porque la referida candidata de la CUP se subió a la parra con sus exigencias, poniendo al socialismo ante la eventualidad de, como se dice vulgarmente, “una bajada de pantalones” hasta los tobillos. Con su actitud, el PSC ha perdido una ocasión única de “marcar” a García Albiol. El voto favorable de los concejales del PSC hubiera convertido al actual alcalde en su deudor; todo lo contrario de lo que se planteará a partir de ahora.

Realmente no sé cuál es la correlación actual de fuerzas en el seno de los socialistas catalanes. Mi impresión, que pudiera ser errónea, es que a pesar de la existencia de cuadros jóvenes que podrían pensar diferente, en los momentos decisivos siguen siendo los “dinosaurios” anclados en el doble binomio izquierda-derecha, catalanismo-españolismo los que marcan, en última instancia, las pautas. 

Por no hablar de los restos del naufragio PSUC-IC, vampirizados por los Comunes, que siguen repitiendo la consigna del derecho a la autodeterminación, que el viejo PCE ha mantenido, sin propósito de enmienda, a lo largo de un siglo.

Y diciendo esto no es que me apunte, ni mucho menos, a la idea de que el primer binomio está trasnochado, que estamos viviendo el “fin de la historia”. Lo que intento decir es que el movimiento independentista ha conseguido causar un daño grave (esperemos que no irreparable) a la cohesión de las clases populares, cohesión que es instrumento indispensable en la defensa de sus reivindicaciones clásicas.

La izquierda constitucionalista

En cuanto al segundo binomio, y dado el nivel de autogobierno que ha alcanzado Cataluña en este momento histórico. Carece, a mi parecer, de sentido, ya que no le veo más opción al catalanismo, al menos mayoritariamente, que la vía del nacionalismo radical. No es por consecuencia sorprendente la manera como se ha impuesto dicha opción, pues no deja de ser una cuestión de coherencia. Tema aparte será lo que pueda ocurrir cuando cunda el desengaño y la frustración con respecto a la consecución del prometido Valle de Josafat.

En definitiva, cuando se repite el mantra de “gobierno de progreso”, se está dejando constancia que la izquierda constitucionalista (no creo que haya otra) sigue sin entender la contradicción que implica pretender asociar el objetivo independentista y las reivindicaciones clásicas de clase obrera.

Volviendo a Badalona: ¿de veras no da que pensar que Sabater y los suyos tengan su caladero de votos en las zonas de mayor nivel económico, mientras que García Albiol los consigue en barrios populares?

En la actualidad no queda para aquella izquierda, mal que le pese, otra opción que defender la lealtad constitucional; eso supone decidirse de una vez por todas a rechazar programáticamente los pactos contra natura con el nacionalismo, porque él y los valores progresistas clásicos son completamente incompatibles.

La única solución para el país es lograr una mayoría constitucionalista en el Parlament, que, por supuesto, no obvie la defensa del estado del bienestar; dicha mayoría es la única que podría devolver las aguas a su cauce normal, restituyendo al eje social, ya libre del antagonismo nacionalista, la autonomía que nunca tendría que haber perdido.