Patinetes

¿Pretende Pedro Sánchez aguantar hasta el 2020 con las mismas artes que el PP?

Debo ser “de la vieja escuela”, como se declaraba Patti Smith en una entrevista el otro día, pero por mucho que a un patinete le pongan motor y le hagan un rebranding, me cuesta aceptar que no sea ya un juguete sino un vehículo de movilidad personal.

Me los cruzo todas las mañanas mientras cumplo con el rito de dar los 10.000 pasos; ¡siete kilómetros largos! Tiene gracia: cuando por fin me ha dado por caminar, los demás se han subido a un cachivache eléctrico para recorrer la última milla.

A diferencia de la admirable Patti (People Have the Power), no estoy del todo anclado en el siglo XX y hasta tengo una bici eléctrica. Pero es que lo del patinete es una metáfora perfecta para nuestra época. Simboliza la vía alternativa para llegar a una meta por la ruta más corta. Y con el menor trabajo posible. ​

LA ÚLTIMA MILLA

Cada vez se practica más la política del patinete. La ocasión más reciente la protagonizó el PSOE al promover la moción de censura con la que se ha hecho con el Gobierno. Si hubiera esperado a que Mariano Rajoy dimitiera o convocara elecciones, es improbable que Pedro Sánchez hubiera llegado a La Moncloa. La última milla, que convencionalmente pasa por ganar unas elecciones, la hizo en monopatín.

La decisión sobre el Consejo de RTVE indica que el Gobierno no se va a privar del recurso al decreto ley para lograr sus objetivos

La moción no solo fue inevitable, sino saludable. Había que airear la casa, llena de un aire malsano. Pero cuando, en su primera entrevista el RTVE el pasado lunes, Sánchez afirmó que pretende agotar de facto la legislatura hasta 2020, el recurso al patinete adquirió un cierto carácter de engaño. La constatación, tras el último consejo de ministras y ministros, de que el nuevo gobierno no se va a privar del decreto ley para conseguirlo, lo confirma.

La ambigüedad sobre la fecha de las elecciones fue parte de la fórmula con que el PSOE superó al PP y a Ciudadanos en el Congreso. El parlamentarismo es a menudo poco edificante: “Como hacer salchichas”, en palabras del poeta y político americano John Godfrey Saxe, que equivocadamente se atribuyen a Otto von Bismarck.

Pero si la oferta de Sánchez prometía un cambio en la manera de hacer política –la regeneración que tanto reclaman todas las fuerzas— ¿qué cambia exactamente si se sigue basando en el equívoco y en el atajo?

Hasta ahora, la aceptación de un genérico es lo que hay permitió al PP paralizar el trámite legislativo, externalizar los conflictos al poder judicial y administrar a base de decretos en lugar de gobernar. Renovar el Consejo de RTVE es, en efecto, un asunto importante.

El decreto transitorio aprobado el viernes por el Gobierno pretende desbloquear meses de impasse parlamentario. Pero por loable que sea poner fin a la flagrante sumisión de RTVE al poder, la decisión deja una pregunta esencial en el aire: ¿piensa el PSOE aguantar en el poder con las mismas artes que el PP con el pretexto de que ellos son los buenos? 

PLAZO RAZONABLE Y LIMITADO

La moción de censura dio a Sánchez la legitimidad para sustituir a Rajoy. Pero también, implícitamente, un plazo razonable y limitado para abordar las cuestiones más urgentes que afectan a la convivencia y a calidad de la democracia: Cataluña, la restricción de las libertades; los asuntos más inmediatos en materia social y la atención a la agenda europea e internacional. Para lo demás, es necesario pasar por las urnas.

Qué lejos queda el 23 de mayo pero solo ha pasado solo un mes. Cuando Mariano Rajoy consiguió que el PNV le aprobara los Presupuestos estaba convencido de que –con acuerdos puntuales y prorrogándolos, si fuera preciso— acabaría el mandato. ¿Cree Sánchez que ahora, con apoyo diferentes y un estilo más cool, puede calcar el guión sin que se note el tufillo de más de lo mismo que esa estrategia conlleva.

El Ejecutivo debería no sólo limitar la ambición de sus metas, sino los asuntos que incluye en su agenda

Todos buscan atajos en política: para lograr antes un objetivo; para ganar la partida a un adversario; para obtener ventaja en intención de voto ante la sucesión de convocatoria electorales pendientes…

Sánchez comenzó sorprendiendo al formar un gabinete solvente en su mayor parte. El episodio de Màxim Huerta, del que solo le absolvió parcialmente la celeridad con que se resolvió, debería haber enseñado al Ejecutivo a limitar no sólo la ambición de sus metas sino la selección de los asuntos que incluye en su agenda.

Apenas una semana después de superar la crisis ministerial, el escudero más cercano del presidente, José Luis Ábalos, se descolgó con su plan para eliminar los peajes de las autopistas sin explicar cómo hacerlo, cuánto va a costar y quién va a pagar los 45.000 euros anuales que cuesta mantener cada uno de los 2.600 kilómetros (amén de túneles y otras vías de pago) que hay en España.

OCURRENCIAS Y FRIVOLIDADES

El anuncio fue saludado con regocijo por sus potenciales beneficiarios, pero con un colectivo movimiento de manos a la cabeza por buena parte del mundo económico y financiero. No sólo por el impacto que la medida tendría en las cuentas públicas o en las de las empresas concesionarias, sino por cuestiones más fundamentales: ¿pensó el ministro de Fomento en todas las derivadas de la medida? Y más importante aún, ¿cuenta con el aval de la ministra de Economía, Natalia Calviño?

Al día siguiente, Ábalos ya matizaba su discurso y, para finales de semana, el asunto ha desaparecido de las portadas. ¿Le puso un Whatsapp Calviño, a quien Sánchez ha encomendado que no se hagan tonterías con las arcas del Estado, diciéndole “va a ser que no”? La política de patinete tiene su propia tabla medidas y equivalencias. Tres ocurrencias –si es que lo de las autopistas lo fue— equivalen a una frivolidad como la del brevísimo ministro.

Asuntos como el Aquarius recuerdan cómo el azar y los imponderables pueden adueñarse de la agenda

Sánchez dispone de una oportunidad única que gran parte de la ciudadanía está dispuesta a concederle: pilotar un periodo de estabilización y distensión de la vida política que no vaya mucho más allá de las elecciones locales, europeas y autonómicas de mayo del próximo año.

El bloqueo del Pacto de Toledo sobre cómo revalorizar las pensiones y la admisión del propio Sánchez de que no habrá tiempo en esta legislatura para abordar la reforma de la financiación autonómica advierten de que no conviene morder más de lo que se puede masticar. Y asuntos como el del Aquarius lo hacen sobre la importancia del azar y sobre cómo un imponderable puede adueñarse de la agenda.

MANDATO DE LAS URNAS

Para el grueso de las ofertas de su programa –contra-reforma laboral, abordar de una vez la sostenibilidad de las pensiones, pactos de estado sobre educación, defensa, inmigración y la imprescindible cuestión territorial en clave constitucional— Pedro Sánchez necesita una mandato específico de las urnas. Y las restantes fuerzas políticas tienen derecho a contrastarlo con el suyo en buena lid.

Hace un mes, el PSOE no figuraba en los puestos de cabeza en esa carrera; ahora sí. Los estrategas de la Calle Ferraz deberían pensar hasta qué punto es una ventaja agotar la legislatura cuando se tienen 84 diputados. Gobernar en esas circunstancias ofrece mucho margen para cometer errores y para su discurso se acabe pareciendo demasiado al de sus imprescindibles aliados de los Unidos Podemos.  

Es verdad, se va deprisa en monopatín. Pero cuando uno se informa sobre sus prestaciones, resulta que solo van bien en llano, suben poco y se les agota enseguida la pila. Es algo a tener en cuenta cuando se practica la política del patinete.