PENSAR COMO BERLINGUER

En el debate ideológico de la España de hoy, y en la lucha por el poder y la hegemonía, los relatos progresistas y modernizadores tienden a convergir y a convertirse en aliados.

En el debate ideológico de la España de hoy, y en la lucha por el poder y la hegemonía, los relatos progresistas y modernizadores tienden a convergir y a convertirse en aliados.

“En tiempos de polarización política e ideológica en todas partes, también en Catalunya y en España, más que en términos de guerra cultural, deberíamos pensar en términos de Berlinguer, que es en términos de compromiso y acuerdo”.

Carles Campuzano ha sido diputado en el Congreso de los Diputados por Convergència y portavoz del PDeCAT hasta 2019. Actualmente es director de Dincat, Associació empresarial d’economia social.

El concepto de “guerra cultural” aterriza en nuestro debate público proveniente de los Estados Unidos. Como toda expresión importada siempre cuesta de encajar en nuestra realidad concreta. Quizás si aquello que pretendemos enfatizar es la idea que toda victoria política necesita previamente de una victoria en el terreno de las ideas, siempre he conectado más con la expresión “hegemonía cultural” de Gramsci, el brillante intelectual marxista italiano.

Si aquello que pretendemos enfatizar es la sustitución de la confrontación política basada en los distintos intereses materiales de las diversas clases sociales, por el choque político alrededor de los valores postmaterialistas de las sociedades modernas frente a la defensa de los valores y practicas más tradicionales, quizás ahí me encaja más el concepto de guerra cultural.

Ahora bien, en un caso y otro, estamos hablando de la ideas, de su trascendencia en el debate político y en la lucha por el poder y en la capacidad de sustituir un “sentido común” vigente por un alternativa y nuevo “sentido común”, o no tan nuevo a veces cuando son los sectores tradicionales los que pretenden retornar al viejo “status quo” .  En cualquiera caso, habría que exclamar “¡ Son las ideas ,estúpido!”.

En el terreno del género, del derecho a abortar y de la orientación y de la identidad sexuales, la cuestión, a escala global, es muy evidente. Lo será en el debate sobre la regulación de la eutanasia o las drogas. También en España. La brecha estaría entre los partidarios de reconocer nuevos derechos como medio para ampliar la libertad de las personas, en especial de aquellos que habían sido marginados, excluidos o perseguidos, frente a los sectores conservadores que defienden determinadas instituciones y sus formas más tradicionales, que eran excluyentes, como garantía de estabilidad y orden.

Y en todas partes, quizás en España todavía con más intensidad,el papel de la religión en el espacio publico en general y en la escuela en concreto, forma parte de esa “guerra cultural”. Lo hemos vuelto a comprobar en la enésima reforma no acordada en materia educativa. La inmigración y las políticas interculturales, multiculturales o asimilacionistas de gestión de la diversidad, fruto de las migraciones globales, formarían parte también de ese choque. Abiertos o cerrados como alternativa a la clásica confrontación entre izquierda y derecha, defendió hace unos cuantos años el líder del “Nuevo Laborismo”, Tony Blair, es esa ahora la cuestión.

Pero también en nuestro propia “guerra cultural”, la cuestión de la plurinacionalidad es central. Si en Catalunya y en Euskadi, y en menor medida en el País Valenciano, las Islas Baleares o Galicia, el “ sentido común”, permite definir a esos territorios como naciones o nacionalidades, con derecho al máximo autogobierno, incluido el derecho a un estado propio, proteger y impulsar  la lengua y la cultura propias y la necesidad de un Estado español que reconozca esa pluralidad de naciones, lenguas y culturales, que deberían de convivir en pie de igualdad, en la España de matriz castellana, el “ sentido común”, es otro.

Esa otra España, que es la hegemónica en términos de poder político y de reconocimiento legal, afirma que la nación solo es una, que la soberanía es indivisible, que el castellano es la lengua común de todos y que el modelo constitucional del Estado de las Autonomías ha llegado a su techo, si no es que hay que reordenarlo y armonizarlo para garantizar la unidad de mercado y la igualdad de los españoles.

En el debate ideológico de la España de hoy, y en la lucha por el poder y la hegemonía, los relatos progresistas y modernizadores, que amplían los horizontes de libertad de las personas, que reconocen nuevos derechos y libertades, que protegen lenguas y culturales y que pretenden dotar a las comunidades que se reconocen como naciones, de todos los derechos propios que se derivan de esa condición, tienden a convergir y a convertirse en aliados. Ha sido así a lo largo del siglo XX. Es cierto que la izquierda española tiene una base jacobina y unitarista muy fuerte, especialmente en la España castellanohablante, que  acostumbra a reaccionar de manera desaforada contra la realidad plurinacional de España. Pero la verdad es que no hay hegemonía progresista posible en España sin contar con la periferia que se expresa en todas las variantes del catalán, en euskera o en gallego.

Ciertamente, la lógica de la “guerra cultural” o de la lucha por la hegemonía, se aleja de las ideas de pacto, acuerdo y consenso. Y quizás ahí debemos recordar a Enrico Berlinguer, el dirigente eurocomunista italiano, que en defensa del “compromiso histórico” apostaba por gobernar no solo pensando en el 51% de aquellos que te han votado.

En tiempos de polarización política e ideológica en todas partes, también en Catalunya y en España, más que en términos de guerra cultural, deberíamos pensar en términos de Berlinguer, que es en términos de compromiso y acuerdo, que siempre tiende a la decepción, sin renunciar a la ambición de ampliar los derechos individuales y colectivos de todos. Quizás esa es la batalla más importante que deba de librar nuestra débil y maltrecha democracia en los próximos años.