La política cuántica: verdad y mentira en un mismo enunciado

La izquierda española pugna por imponer su relato moral y social para sostenerse como antaño hizo la Iglesia Católica

A la crisis sanitaria y económica, provocada por el Covid, se le une una crisis institucional concienzudamente planificada. Más allá de los embates contra la división de poderes, imprescindible para garantizar la igualdad de los ciudadanos ante la ley, de los ataques a la Constitución, a la Corona y al Rey, a la unidad, a nuestra lengua común, y a la educación en el respeto a los valores y a las opciones ideológicas libremente elegidas, hay organizada una batalla de comunicación que tiene como objetivo ganar la batalla cultural y moral. 

El autentico propósito es el de liderar la opinión pública, tener el control hegemónico de la conciencia colectiva. No hay gobierno en un país democrático que pueda echarle un pulso a la opinión pública, perderlo y mantenerse en el poder, es imposible, y las fuerzas que hoy sostienen al PSOE en la Moncloa lo saben desde siempre.

Parece como si la izquierda que hoy nos dirige se hubiese decidido a usurpar el papel que tuvo antaño la Iglesia, el de someternos a la condición de pueblo guiado por una sola estrella, la que garantiza nuestra salvación. Una Iglesia que imparte una doctrina para salvarnos y guiarnos, que nos dice qué está bien y qué está mal, qué actitudes nos convierten en los elegidos que pueden formar parte del pueblo, y qué malas acciones nos expulsan de él condenándonos al ostracismo.

Conseguir el liderazgo, sino espiritual al menos sí moral y social de un colectivo, no es tarea fácil, se requiere de estrategia, tiempo y medios. Y la izquierda mundial, aunque tal vez con mayor éxito la de aquí (misterios de nuestra condición hispana), ha hecho un buen uso de los tres requisitos. Hoy nuestra izquierda, no la original que respondía a una lucha de clases necesaria sino la que hoy nos gobierna, se ha erigido en intérprete oficial de la realidad, y para que los medios den por buena su interpretación no tiene siquiera necesidad de pruebas que le avalen. Su palabra basta. Y es en la palabra donde radica el secreto de este éxito.

Llevamos años siendo testigos de una manipulación continuada de las palabras desde instituciones separatistas, organizaciones populistas y medios de comunicación. Las palabras como democracia, libertad o igualdad ya no nos remiten a un significado consensuado y fijado por la Academia, sino que como si se tratase de un efecto cuántico pueden entenderse por una cosa y su contraria, y para tratar de establecer un dialogo inteligible ya no sirve acudir a mediadores especializados en la materia, o a contrastar resultados con cifras, o a pruebas empíricas.

Llevamos años siendo testigos de una manipulación continuada de las palabras desde instituciones separatistas, organizaciones populistas y medios de comunicación

No, el fiel de la balanza que se ha impuesto hoy para medir la realidad son los sentimientos. Sí, con los sentimientos hemos topado y en ese terreno no hay razones con las que argumentar. ¿Para qué nos tendríamos que entretener en el esfuerzo de comprobar, contrastar, estudiar y utilizar tiempo para evaluar, si tenemos nuestras pulsiones más primarias como valedoras? Lo perverso del tema es que esos sentimientos no se mantienen como baremos en la esfera privada, como catalizadores de afectos, sino que se han convertido en los jueces en la arena política, y así esa izquierda buenista es capaz de imponerse como cantos de sirena, a la razón, la ciencia y la experiencia, mientras nos mecen quienes nos quieren “ensoñados”.

El gran error en el que podemos caer, aquellos que defendemos nuestro Estado de Derecho, que defendemos su continuidad y su progreso, asumiendo que los cambios necesarios siempre deben acometerse en el seno de sus propias reglas, sería no concederle la importancia que tiene el cambio de registro que nos están imponiendo en el lenguaje.  Nos habrán derrotado si asumimos que, en esta ceremonia de la confusión que estamos viviendo, es inevitable que la interpretación de la realidad esté solo en manos de dictadores sectarios. 

A pesar de que frente a este plan organizado para lograr un cambio de régimen, creo que ya lo podemos asumir sin ambages, no haya más que un puñado de francotiradores bien intencionados, voluntarismo sin medios, cierta pusilanimidad y mucha desolación, no podemos darnos por vencidos y por tierra mar y aire, cada uno en nuestro entorno, tenemos la obligación de expresarnos, las redes nos permiten hacerlo en pie de igualdad, y de erigirnos como interpretes de la realidad para defender nuestra democracia. Si no lo hacemos nosotros, nadie lo hará.