Populismo punitivo y democracia iliberal en España

¿España está amenazada por el nacionalismo agresivo y el populismo crudo? Sí. Por un lado, el nacionalismo catalán; por otro, el populismo de Podemos

En su último discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas, Barack Obama señaló dos peligros que amenazan la estabilidad y seguridad del mundo: el “nacionalismo agresivo” y el “populismo crudo”. El entonces presidente norteamericano no definió dichas expresiones, pero las asoció al fundamentalismo y las relacionó con el brexit, Vladímir Putin y Donald Trump.

De lo global a lo regional, se impone la siguiente pregunta: ¿España está hoy amenazada por el nacionalismo agresivo y el populismo crudo? Afirmativo. Por un lado, el nacionalismo catalán. Por otro, el populismo de Unidas Podemos.

Un nacionalismo y un populismo que pretenden implementar un proceso destituyente por la vía del populismo punitivo y la democracia iliberal. Vayamos por partes.

El nacionalismo agresivo en Cataluña

Como en su día señaló Theodor Adorno, distinguir entre el nacionalismo agresivo y el nacionalismo no agresivo es tan complicado como discriminar la infección de estar infectado.

En cualquier caso, en el nacionalismo catalán, del siglo XIX a la actualidad, se percibe una suerte de “racialismo” –término con el que Francisco Caja describe la práctica nacionalista que atribuye a la naturaleza lo que pertenece a la cultura, La raza catalana, 2009– a partir del cual se construye el núcleo doctrinal nacionalista.

Una doctrina que establece y canoniza la diferencia irreductible entre lo español y lo catalán. A saber: una afirmación heráldica que separa el nosotros del ellos y una identidad propia opuesta a otra impropia que invade, contamina y desnacionaliza. Una doctrina que concibe Cataluña como un organismo vivo a la manera de la biología en que el individuo-célula se somete a la nación-cuerpo.

Una doctrina que, del blasón y la biología a la política, entiende que el destino de Cataluña es la independencia. O eso o la degeneración. O eso o la servidumbre. O eso o la desaparición. Una doctrina agresiva que reivindica unos derechos políticos para Cataluña –la autodeterminación, por ejemplo– que no le corresponden.

Agresivo: que provoca, que es propenso a faltar al respeto y a ofender, que dificulta la vida, que daña y causa perjuicios, que rompe el orden establecido.

El populismo crudo de Unidas Podemos

Unidas Podemos bien puede considerarse como el paradigma del populismo crudo que deambula por la sociedad abierta propiciada por las democracias liberales. Crudo: de difícil digestión, sin refinar, inadaptado, destemplado, áspero, que padece resaca.

Un populismo crudo que satisface los requisitos protocolizados por Jan-Werner Müller (What Is Populism?, 2016): habla en nombre del pueblo y se presenta como el único representante legítimo del mismo, enfrenta la moralidad del pueblo a la inmoralidad de las élites, reclama el bien común perseguido por el pueblo, la suya es la única política correcta al expresar la voluntad del pueblo, está dispuesto a llegar al conflicto constitucional en beneficio del pueblo.

¿El populismo? Un peligro para la democracia

Y referéndums, muchos referéndums.

¿El populismo? Un peligro para la democracia, concluye el politólogo alemán. Y –señala el historiador argentino Federico Finchelstein– una concepción autoritaria de la democracia que, con el tiempo, a partir de 1945, se reelaboró y recombinó hasta transformarse en “una forma de posfascismo” o “fascismo adaptado a la democracia” (Políticas antipopulistas de la enfermedad, 2020).

El populismo punitivo

Como se decía al inicio, el nacionalismo agresivo y el populismo crudo –sí: también puede hablarse del nacionalismo crudo y el populismo agresivo– quieren implementar un proceso destituyente –o preconstituyente– con la intención de deconstruir España tal y como hoy existe de acuerdo con la Constitución.

Primer objetivo: acabar con el llamado régimen del 78, es decir, con la Constitución, la forma de Estado y las instituciones vigentes. Segundo objetivo: una España popular y plurinacional con lo que ello –consulten los apartados anteriores– podría implicar.

Más allá del qué del asunto, interesa también el cómo. Ahí aparece el populismo punitivo. Existen diversas maneras de entender el llamado populismo punitivo.

Para Jueces para la Democracia, el populismo punitivo se caracteriza por “una inmediata y permanente llamada al Derecho Penal para hacer frente a determinadas problemáticas sociales caracterizadas por su repercusión mediática”. Un populismo que obedecería a un “oculto intento de traspaso de responsabilidades del poder político al poder judicial, quien asume en exclusividad la carga de solucionar el problema” (El populismo punitivo, 2006).

Adiós al principio de legalidad y hola a la identificación entre Estado y partido

Por su parte, Guadalupe Sánchez Baena percibe el populismo punitivo como –además del intento de “convertir el ejercicio del poder en un espectáculo público”– una “patrimonialización e instrumentalización de las instituciones y prerrogativas del Estado, de forma que éstas sean puestas al servicio del partido y su líder” (Populismo punitivo. Un análisis acerca de los peligros de aupar la voluntad popular por encima de las leyes e instituciones, 2020)

Un par de caracterizaciones complementarias que desvelan el afán del populismo por situar la supuesta voluntad popular –detalle: es el populismo quien la define y consigue que el “pueblo” la haga suya por la vía de la demagogia, las emociones, la propaganda y la manipulación de consciencia– por encima de la ley e instituciones democráticas.

Del Estado de derecho al “Estado instrumental identificado plenamente con la ideología del partido y sus objetivos”, concluye Guadalupe Sánchez Baena. O lo que es lo mismo, adiós al principio de legalidad y hola –¿les suena?– a la identificación entre Estado y partido.

El populismo punitivo en España

De ahí, los cambios legislativos que buscan que el poder político –que se atribuye la representación del “pueblo” y se presenta como la quintaesencia de la democracia, el progreso y la moral–, quebrando la división de poderes, asuma un poder casi absoluto en beneficio de unos intereses y obsesiones que serían los del “pueblo”. En España, por ejemplo.

Ahí están los cambios legislativos que el nacionalismo y/o populismo agresivo catalán introdujo –ilegalmente– en septiembre de 2017 previa voladura descontrolada del Estatuto de Cataluña y la Constitución española. Por no hablar de un indulto, o una reforma pro reo del Código Penal patrocinada por el PSOE, que cuestionaría de facto la labor del Poder Judicial.

Ahí está la reforma legislativa impulsada por Unidas Podemos –que el PSOE apadrinaría en un coqueteo de acento populista- que limita la capacidad del Consejo General del Poder Judicial para renovar el Poder Judicial. Lo mismo podría ocurrir con el Tribunal Constitucional, el Defensor del Pueblo y el Consejo de Administración de RTVE. ¿Y qué decir de una Fiscalía General del Estado en manos de una ex ministra del gobierno del PSOE?

Lo llaman progresismo cuando es populismo

Ahí están los ataques constantes de Unidas Podemos –que el PSOE dice desconocer– a la Monarquía. Ahí están algunas reformas legislativas en materia de perspectiva de género, política de sostenibilidad ambiental, o alquiler de viviendas, que podrían cuestionar la presunción de inocencia o lesionar derechos individuales.

Del populismo punitivo a la democracia iliberal

Lo llaman progresismo cuando es populismo. Un populismo que podría subvertir el orden constitucional –el proceso destituyente o preconstituyente, se decía antes– por la vía de leyes habilitantes que otorgan poderes –de dudosa legitimidad– a determinadas personas o instituciones. Ejemplos: Putin en Rusia, Erdogan en Turquía, Orbán en Hungría…

De esta manera, se estaría instalando en España una “democracia iliberal” en la cual el gobierno “olvida los límites constitucionales” privando o limitando “derechos y libertades fundamentales” (Fareed Zakaria, The Rise of Illiberal democracy, 1997). En definitiva: una “autocracia liberal” o “semidemocracia” que “desacredita la democracia”, concluye nuestro politólogo.