Por qué la Unión Europa aguanta la bronca de Greta Thunberg

La cuestión es porqué soporta a esa niña prodigio, insoportable y robotizada, llamada Greta Thunberg, que repite de corrillo –bla, bla, bla– la lección aprendida

La cuestión es la siguiente: ¿por qué la Unión Europea aguanta la bronca de esa niña prodigio, insoportable y robotizada, llamada Greta Thunberg, que  repite de corrillo –bla, bla, bla- la lección aprendida? 

La Unión Europea aguanta a Greta Thunberg por el peso de una tradición ideológica y cultural que se empeña en recordar –a veces, cultivar- sabiendo que ya está fuera de la historia.

La Unión Europea aguanta a Greta Thunberg porque sabe que el discurso ecologista que defiende el personaje es un flatus vocis propio de la sociedad del espectáculo ecologista que se agota en sí mismo.   

El peso de la tradición y la hipocresía

1. Porque la UE todavía no ha archivado el afán utópico que recorre la historia de una Europa que confía en un desarrollo histórico que culminará en una sociedad harmónica –la unión y comunión del hombre y la naturaleza gracias al ecologismo- que conllevará un modelo social superior.

2. Porque la UE todavía bebe de una suerte de New Age que comulga con el optimismo antropológico, que aboga por la ética de la comprensión y el entendimiento, que indica el comportamiento que debe observar el hombre con la naturaleza y los animales para así alcanzar la paz y la felicidad.

La joven activista sueca Greta Thunberg

3. Porque la UE  -sigue la cultura New Age- coquetea –en beneficio propio- con la ingenuidad y la beatería, ese candor y esa afectada virtud que irradian los apóstoles –agitación, canción y plástica- del ecologismo y de la Nueva Era Ecológica.

4. Porque en la UE todavía perviven algunos elementos del síndrome de 1968. Si Jean-Paul Sartre se dirigía a los estudiantes de entonces diciéndoles que “hay alguna cosa que ha surgido de ustedes que admira, que trastorna, que reniega de todo lo que ha hecho que nuestra sociedad sea lo que es… se trata de lo que yo denominaría la expansión del campo de lo posible y no renuncien a eso”; si el filósofo francés decía eso, muchos políticos y medios de comunicación dicen exactamente lo mismo de los ecologistas.

La UE coquetea con la ingenuidad y la beatería, ese candor y afectada virtud que irradian los apóstoles del ecologismo

5. Porque a la UE le interesa tener buenas relaciones con la sociedad comunitarista –dicho sea en el sentido del comunitarismo de Amitai Etzioni y Pierre-André Taguieff- que cultiva las identidades de grupo o culturales.   

6. Porque la UE, a veces, no resiste la tentación antiliberal y cuando el ecologismo toma la palabra y la calle, ensalza –populismo de bajo vuelo que seduce al ciudadano amigo de representaciones virtuosas perfectamente empaquetas y distribuidas- la opinión del “pueblo” por la vía de la demonización –discreta, eso sí- de la economía de mercado.       

7. Porque a la UE, habida cuenta de la inanición política que recorre el Viejo Continente, le conviene que alguien –el ecologismo- ocupe el vacío ideológico, aunque sea con una creencia substitutoria post-Muro que igualmente se caracteriza por su monolitismo, intervencionismo, autoritarismo y afán de redención.   

Por supuesto: añadan el oportunismo y el electoralismo, así como la hipocresía y los intereses creados, que se esconden en la actitud de la Unión Europea frente a determinas exigencias ecologistas que, por cierto, no siempre cumple.        

La UE aguanta  a Thunberg y su ecologismo por ser un bla, bla, bla

1. Porque carecen de sentido del límite, no son conscientes de las restricciones y condicionamientos del presente y de las consecuencias no deseadas que pueden derivarse de la superación de dicha frontera.

2. Porque se presentan como los representantes por excelencia del ciudadano sin que nadie les haya votado nunca.   

3. Porquen no merece la pena enfrentarse con quienes escenifican, a un tiempo, el papel de  juez y parte y criminalizan, sin derecho de réplica, cualquier opinión que se escape de la norma.      

El acuerdo para proteger el planeta no vendrá del fundamentalismo ecologista sino de la cínica lucidez liberal de gobiernos y empresas

Por supuesto: el acuerdo para proteger el planeta no vendrá del fundamentalismo retroprogresista ecologista que exige acciones inmediatas y radicales –así se arruina la economía y se hunde en la miseria al Tercer Mundo-, sino de la cínica lucidez liberal de los gobiernos liberales y las empresas capitalistas que, para preservar el afán de lucro que beneficia a todos –empresarios, inversores, ahorradores y trabajadores-, facilitarán y financiarán las correcciones ecológicas necesarias para la salvaguarda del planeta. Cosa que ya está ocurriendo con las grandes multinacionales de la energía y los grandes fondos de inversión que apuestan por la llamada economía verde.    

(Entre paréntesis: el acuerdo de mínimos que sale de la cumbre de Glasgow es una buena noticia si tenemos en cuenta que lo bueno no siempre es lo mejor y que, con frecuencia, buscando el bien se encuentra el mal).

La fatal arrogancia

No debemos renunciar a cualquier transformación o mejora de un mundo que siempre será imperfecto. Un mundo mejorado –claro que hay que proteger el planeta: pero, cuidado con los modelos que, afirmándose científicos, quieren reorganizar las relaciones entre sociedad, biología, economía, política y cultura-  que hoy no sabemos cómo puede ser. Pero, sí debemos advertir –hay que ser precavidos- de la ensoñación –ilusión, fantasía, espejismo, alucinación- de quienes –verdes, blancos, rojos, violetas o amarillos- quieren redimirnos.

Esa “fatal arrogancia” -que denunció Friedrich Hayek- de quien todo, de la economía a la moral pasando por las formas de vida, lo intenta diseñar y regular. Una vía abierta al despotismo.