Putin pone a prueba a Occidente con su despliegue a las puertas de Ucrania

Una invasión rusa de Ucrania no se parecería a nada que hayamos visto en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial

Dicen los mayores expertos en Rusia que ni ellos saben qué curso de acción va a seguir el país en la actual escalada de fuerza. Una acumulación de fuerzas en la frontera de Ucrania con Rusia y Bielorrusia sin precedentes. Si finalmente hay guerra no se parecerá en nada lo que hayamos visto en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

El presidente ruso, Vladimir Putin, asiste a una reunión con su homólogo iraní, Ebrahim Raisi, en el Kremlin de Moscú. EFE/EPA/ PAVEL BEDNYAKOV / KREMLIN POOL / SPUTNIK CRÉDITO OBLIGATORIO

Históricamente Rusia se ha percibido como un país vulnerable. Desde su comienzo al norte de Francia, la gran llanura septentrional europea atraviesa el continente hasta las puertas de Moscú sin más obstáculo natural que ríos. No hay cadenas montañosas que permitan establecer sólidas líneas defensivas. Rusia fue invadida sucesivamente en el siglo XVIII por los suecos, en el siglo XIX por los franceses y en el siglo XX por los alemanes. Ese sentimiento de vulnerabilidad geográfica llevó a la Unión Soviética a lanzar sucesivas invasiones entre 1918 y 1940 a los países surgidos de la caída del imperio zarista para recuperar sus dominios y su colchón defensivo.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética se anexionó territorios y creó una barrera de países aliados para alejar lo más posible la primera línea de defensa de Moscú. Esa barrera defensiva colapsó después de 1991, con la disolución del Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética. Vladimir Putin definió la caída de la Unión Soviética como la “mayor tragedia geopolítica del siglo XX”. Desde el punto de vista ruso fue un completo desastre. Hubo una auténtica estampida de países de la órbita de Moscú a la occidental. Todos los miembros del antiguo Pacto de Varsovia son hoy miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), incluyendo Albania. Las tres repúblicas bálticas, tres antiguas repúblicas soviéticas, son hoy miembros de la OTAN y la Unión Europea. El antiguo colchón defensivo de Rusia quedó reducido a Bielorrusia y Ucrania. Conservar esa última delgada línea defensiva se convirtió en una línea roja por la que Vladimir Putin estaba dispuesto a poner muertos sobre la mesa.

Ucrania vivió dos cambios de gobierno provocado por movilizaciones callejeras. En ambos casos, el cambio de gobierno supuso un cambio de orientación internacional. El país pasó de mirar a Rusia a Occidente en 2004 (“Revolución Naranja”) y en 2014 (“Euromaidán”). La pérdida de Ucrania como país aliado dos veces en diez años resultó inaceptable en Moscú. La segunda vez Rusia trató de salvar los muebles invadiendo la estratégica península de Crimea, donde la armada rusa tiene su cuartel general de la flota del Mar Negro. El rechazo al nuevo gobierno prooccidental sólo cuajó de forma violenta en la parte más oriental del país con la llegada de voluntarios y contratistas rusos. En el verano de 2014 los separatistas prorrusos iban perdiendo la guerra. Hubo quejas públicas de líderes rebeldes de haber sido abandonados por Putin. Entonces el ejército ruso intervino de forma encubierta y le dio vuelta a la situación.

Desde la entrada en vigor del acuerdo de paz “Minsk II” el tiempo parecía correr a favor de Rusia. Ucrania tenía un conflicto enquistado que suponía una merma de recursos para el Estado, una fuente de impopularidad para el gobernante ucraniano de turno y un obstáculo para la normalización del país. Una Ucrania próspera era un peligroso ejemplo para Rusia. Ante los problemas acumulados en Rusia (corrupción, mala calidad de los servicios públicos, falta de libertades…), Vladimir Putin ofrecía orgullo nacionalista y grandeza de potencia. La fórmula funciona sólo si aceptamos la excepcionalidad eslava. Una Ucrania democrática y próspera orientada a Occidente era la prueba de la no inevitabilidad del modelo Putin.

Han pasado casi siete años de “Minsk II” y la vida ha seguido en Ucrania, con su goteo de soldados caídos en un frente estático y recorrido por trincheras. Recientemente Ucrania firmó acuerdos tecnológicos con Turquía. El 26 de octubre de 2021, un dron de diseño turco Bayraktar TB2 destruyó una pieza de artillería de los separatistas prorrusos. Fue una advertencia de las fuerzas gubernamentales ucranianas, que por primera vez tenían supremacía tecnológica. El TB2 se trata del mismo tipo de dron que los turcos han desplegado en Iraq, Siria y Libia. Y fue el mismo dron empleado con rotundo éxito por Azerbaiyán en su guerra contra Armenia por el Alto Karabaj en 2020. En la mayoría de los casos, el TB2 se enfrentó con éxito a sistemas antiaéreos rusos. Esta vez empezó a dar la sensación de que el tiempo corría a favor de Ucrania mientras la suerte de las dos repúblicas separatistas iba cayendo en la lista de prioridades rusas.

El pulso que lanza Vladimir Putin a Occidente parte de la idea que Ucrania es un asunto vital para Rusia mientras que para Occidente no. Putin ya puso la vida de jóvenes rusos sobre la mesa. Occidente se ha limitado en esta crisis a enviar ayuda material y apoyo diplomático. España, sin ir más lejos, mandará fuerzas al Báltico y a Bulgaria, lo más lejos posible de Ucrania.

La fragata Blas de Lezo zarpa del Arsenal Militar de Ferrol para dirigirse al mar Negro ante la escalada de tensión entre Rusia y Ucrania. EFE/ Kiko Delgado

Cuesta imaginar que veamos una guerra de alta intensidad en Ucrania. Una invasión rusa de Ucrania no se parecería a nada que hayamos visto en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La desigualdad de fuerzas beneficia a Rusia. Veríamos misiles balísticos, cohetes de artillería de largo alcance y bombarderos pulverizando centro de mando y control, radares, nudos ferroviarios y concentraciones de tropa. La posterior ofensiva mecanizada rusa trataría de evitar los núcleos de población urbano para avanzar desde tres ejes (norte, sur y este) hasta la capital. Por el camino se crearían embolsamientos de tropas ucranianas que lucharían de forma encarnizada.

La victoria rusa es más que probable. La pregunta es qué haría Rusia después con los despojos de Ucrania. Podría anexionarse territorios ucranianos. Podría incluso colocar un gobierno títere de dudosa continuidad en todo el país. Pero se convertiría en un estado paria. El balance para el ciudadano medio ruso de las consecuencias del ultranacionalismo expansionista no merecería la pena. Cabe la posibilidad, por tanto, de que Vladimir Putin esté jugando de farol y que todos sus esfuerzos hayan ido encaminados a hacer lo más creíble posible la amenaza. En tal caso, no hay una jugada que permita salir a todos ganando. O el presidente Joe Biden ofrece concesiones lesivas para Europa o Vladimir Putin pierde credibilidad al no cumplir sus amenazas.