Matrícula de deshonor para Collboni
El Ayuntamiento sigue con inercias del pasado, financiado la red clientelar del colauismo y subiendo los impuestos
Jaume Collboni se marcha de inmerecidas vacaciones dejando tras de sí una ciudad con todas las asignaturas pendientes. Acaba el curso y su gestión al frente del Ayuntamiento de Barcelona merece, sin paliativos, una matrícula de deshonor. Lejos de derogar el colauismo y apostar por una política diferente, el socialista mantiene el fondo de las peores políticas del pasado con apenas ciertos retoques cosméticos en las formas.
Así, se agrava la sensación amarga que, en los últimos años, recorre las calles de Barcelona: el orgullo de pertenencia se va diluyendo por la tristeza de ver cómo la ciudad se degrada, se estanca y pierde el pulso. No son simples percepciones. Son hechos. Los experimentos ideológicos de la izquierda han convertido la capital catalana en la ciudad más cara y también más insegura de toda España.
Y no parece que nada de ello se vaya a revertir en lo que queda de mandato. Con Esquerra Republicana como socio preferente, todo es susceptible de empeorar. Y es que el problema no es únicamente la fragilidad institucional de un gobierno en minoría, sino una manera de gobernar terriblemente ineficaz: superficial en las formas, obsesionada con la imagen digital, incapaz de abordar los problemas reales.
Barcelona se ve actualmente limitada por una gestión pública perezosa, sin visión, sin ambición, sin rumbo. Lejos quedan los tiempos de liderazgos transformadores como el de Pasqual Maragall. Hoy Collboni ha reducido el cargo de alcalde a una administración del día a día, con promesas huecas y titulares efímeros como única hoja de ruta. Vayamos por partes.
En seguridad, el deterioro es alarmante. Puede que muchos barceloneses ya ni se molesten en denunciar los hurtos, normalizados en la rutina diaria, pero la violencia sigue escalando. De los apuñalamientos hemos pasado a los tiroteos a plena luz del día. Las mafias y redes de narcotráfico ganan terreno mientras se impide a la Guardia Urbana usar medios disuasorios como las pistolas eléctricas. Por cierto, fue un Junts ideológicamente desnortado quien hizo posible esta perversidad.
Se está aceptando, con resignación peligrosa, que los delincuentes vivan más tranquilos que los comerciantes. Sin embargo, la seguridad no puede ser un tema secundario. Es la base sobre la que se construye cualquier ciudad libre y próspera.
Barcelona necesita con urgencia un plan integral: más presencia policial, una justicia ágil y reformas legales que pongan fin a la impunidad, especialmente frente a los delincuentes multirreincidentes. Hasta ahora solo hemos visto parches en los tribunales, mientras la modificación del Código Penal propuesta por el Partido Popular duerme, anestesiada por el PSOE, el sueño de los justos.
Toda esta inseguridad puede ser culpa de la desidia socialista, pero en materia de vivienda la catástrofe es conscientemente provocada. Las políticas como la imposición del 30% de vivienda protegida en nuevas promociones han paralizado la construcción, y el alcalde reconoce con descaro que guarda la solución… en un cajón. No hablamos ya de errores, sino de intenciones: atacar la propiedad privada es parte de su proyecto político.
Acaba el curso y su gestión al frente del Ayuntamiento de Barcelona merece, sin paliativos, una matrícula de deshonor
Buscan una generación sin capacidad de compra ni de ahorro, dependiente de un poder político cada vez más arbitrario. Si no, cuesta entender por qué persisten en medidas que, objetivamente, han reducido la oferta y encarecido el acceso a la vivienda. Y, por cierto, una vez más aquí Junts se ha opuesto a derogar estas medidas como propone continuamente el PP. Será que les importa más el vecino de Waterloo que los ciudadanos de Barcelona
La ciudad necesita un giro de 180 grados: políticas que incentiven la construcción y la rehabilitación, que agilicen los trámites, que sumen a la iniciativa privada y no la expulsen. Hay que dejar atrás el dogmatismo y apostar por una colaboración real y eficaz.
También en materia de movilidad se necesita más tecnología y menos ideología. No obstante, el urbanismo ideológico de Colau se verá agravado por la unión de los tranvías, a través de la Diagonal, como desea Collboni. Mientras otras ciudades soterran las vías de los trenes, aquí la pondrán por encima de la principal avenida. No será un tranvía que recorra el centro, sino un muro que partirá la ciudad en dos.
Finalmente, el infierno fiscal es otra de las barreras a la creación de oportunidades. Una gestión inteligente de los recursos públicos permitiría bajar impuestos y tasas a familias y comercios. La reducción del IBI, del impuesto sobre vehículos y del de actividades económicas no solo es posible con mejor administración, sino que es necesaria para revitalizar el tejido productivo y atraer talento e inversión.
Sin embargo, el Ayuntamiento sigue con inercias del pasado, financiado la red clientelar del colauismo, y subiendo los impuestos. Sin ir más lejos, la semana pasada se aprobó el impuesto turístico más elevado de toda Europa. Ahí es nada.
En definitiva, no hay materia en la que Collboni no suspenda. Quizás apruebe en publicidad y propaganda, pero la ciudad no puede seguir así. Barcelona necesita liderazgo, ambición y coraje. No selfies y eslóganes. Y, sobre todo, necesita un gobierno que trabaje por el bien común, no por las coyunturales necesidades de Pedro Sánchez. Collboni, pues, no ha estado a la altura. Está siendo un mal estudiante y un peor alcalde.