¿Qué es el ‘procés’?

El "proceso" es un proyecto etnicista y reaccionario al servicio de los intereses de un grupo dominante que no representa a la mayoría de la población

El octavo aniversario –décimo, según indica el calendario oficial del independentismo catalán– del “proceso” nos invita a formular la siguiente cuestión: ¿qué es el “proceso” o ‘procés’? Muchas y variadas respuestas.

En cualquier caso, conviene detenerse en quienes han estudiado –a veces, inspirado– el “proceso” desde dentro del independentismo. La conclusión –¿qué es el “proceso”?– en el segundo y tercer apartado de este artículo.

Un populismo rampante

Enric Marín y Joan M. Tresserras –profesores de la UAB y militantes de ERC que han ocupado cargos de relevancia en el gobierno de la Generalitat de Cataluña– publican el ensayo Obertura republicana. Catalunya després del nacionalisme (2019), que explicita el objetivo del “proceso”: la construcción de una República Catalana que no obedece al repliegue nacionalista, sino a una obertura democrática acorde con la tradición ilustrada, el republicanismo y los movimientos progresistas y de izquierdas.

Dos razones, en pro de la República Catalana: 1) por el carácter inmutable e irreformable del Estado español y 2) porque los dirigentes tradicionales catalanes carecen de proyecto para Cataluña. A lo que hay que sumar los efectos de la crisis de 2008, el empoderamiento de las clases populares, y los nuevos escenarios de la mundialización económica y cultural.

La condición de posibilidad de la República Catalana, según los autores: “solo habrá proyecto colectivo, proyecto de futuro, pues, si lo encabezan sectores sociales no plutocráticos, y si se consolida una nueva hegemonía social más amplia, más transversal y más democrática”.

Aires de populismo rampante y una concepción errónea de la democracia española que promueve las dicotomías élite versus pueblo y democracia formal versus democracia real en beneficio de una supuesta democracia desde abajo.

Más: ¿acaso el Estado español se ha de reformar para dar cabida a quien transgrede la legalidad constitucional? ¿Hay que reconocer una autodeterminación que ni la ONU, ni las democracias, reconocen para Cataluña? ¿Otorgar un “·derecho a decidir” que no existe en ninguna legislación? ¿El desacuerdo con los dirigentes tradicionales catalanes justifica una sedición?

¿Empoderamiento de las clases populares para que la voluntad general –real o supuesta– devenga una realidad política? Peligro.

Resonancias populistas de Jörg Haider y el FPÖ que su “revolución cultural” mediante “métodos democráticos” para derrocar a la “clase política dirigente y a la casta intelectual” y lograr “la regeneración política del país” (cita de Jörg Haider, extraída de ¿La nueva era del populismo? de Susanne Gratius y Ángel Rivero, 2018).

Las élites locales emergentes y el factor étnico-social

Hay algo de razón en las reflexiones de Enric Marín y Joan M. Tresserras. Efectivamente, el “proceso” tiene que ver con las élites y algo más. El proceso es una cosa de élites locales emergentes sin olvidar el factor étnico-social.

Uno de los objetivos del “proceso” es el de satisfacer las aspiraciones de unas élites locales emergentes que persiguen ventajas competitivas en el mercado.

Detalle: en los inicios del “proceso”, eran habituales un par de expresiones como “la independencia es libertad” y “es normal que un país gestiones sus recursos”. ¿Qué empresariado fue proclive al “proceso”? ¿Quiénes propiciaron la conquista de la Cámara de Comercio? Mientras tanto, ¿qué hacían los dirigentes catalanes tradicionales? Nada.

Los ciudadanos que responden “vivimos cómodamente” son los más favorables a la secesión

La independencia como instrumento para alcanzar una buena posición en el mercado. La independencia para competir con ventaja en el mercado de recursos políticos y económicos. También, sociológicos y psicológicos.

Catalonia First. Una suerte de proteccionismo trumpista en beneficio de lo nuestro y los nuestros. Lo propio catalán frente a lo impropio español que, además, expoliaría los recursos de Cataluña y los catalanes.

Otro de los objetivos del “proceso” es el de responder a las reivindicaciones “étnicas” de una parte de la ciudadanía de Cataluña que se ha convertido en la fiel infantería del movimiento secesionista.

Un estudio reciente (Josep M. Oller, Albert Satorra y Adolf Tobeña, Evaluación y legados de la aventura secesionista en Cataluña, Policy Network, 14/10/2019, edición en inglés y castellano), basado en los datos del oficial Centre d´Estudis d´Opinió (CEO) señala que:

1. El 86,3% de ciudadanos de lengua familiar catalana que siguen las noticias en medios regionales públicos, apoyaría la secesión en un hipotético referéndum de autodeterminación.

2. Los hogares de habla catalana son predominantemente secesionistas, mientras que las familias de habla castellana son “unionistas”.

3. El 75 % de los ciudadanos nacidos en Cataluña, o con una larga ascendencia nativa, o al menos con un progenitor nacido en Cataluña, son partidarios de la secesión.

4. La identidad –ser catalán o asimilado– es un predictor mucho más potente de la aspiración a la secesión que los agravios por un trato fiscal injusto o por otras razones de índole económica.

5. Los ciudadanos con rentas más altas y los que responden “vivimos cómodamente” son los más favorables a la secesión.

6. Los ciudadanos cuyo idioma familiar/materno es el catalán consignan unos ingresos superiores a los de lengua familiar/materna castellana. Por otra parte, los efectos de la crisis económica son bastante más evidentes en estos últimos.

7. En caso de crisis económica severa, los ciudadanos con recursos financieros más elevados son más partidarios de la secesión.

Un “proceso” que contamina y arruina todo lo que está a su alcance

La conclusión final del estudio: “el principal legado de la aventura secesionista ha sido la profundización de una división en una sociedad que se había presentado, durante décadas, como un modelo de convivencia y porosidad.

«Una división que discurre, fundamentalmente, por una frontera etnolingüística no sellada y que se acompaña de diferencias económicas que se habían atenuado mediante la infinidad de interacciones que ofrecen las sociedades contemporáneas y abiertas”.

Una Cataluña fracturada e irrelevante

Política y económicamente hablando, la independencia permitiría crear espacios de soberanía a través de un Estado propio que impulsaría una política autónoma orientada hacia un desarrollo capitaneado por los nuestros.

Sociológica y psicológicamente hablando, la independencia sustraería a los individuos del olvido transformando el nadie en alguien. Los primeros, unos oportunistas patrióticos. Los segundos, unos patriotas ingenuos.

El nacionalismo catalán –cual religión de Estado– indica el camino de perfección que conduciría a la reconstrucción nacional de Cataluña. Y las élites locales emergentes, así como la ciudadanía crédula, están convencidas –se admiten cínicos– de protagonizar –¡el mundo nos mira!– la última revolución democrática de Occidente.

Pero, ¿qué es el “proceso”? Un proyecto etnicista y reaccionario –que podría definirse como una variante de la xenofobia del bienestar– al servicio de los intereses de un grupo dominante que no representa a la mayoría de la población. Un “proceso” que contamina y arruina todo lo que está a su alcance. El resultado: una Cataluña fracturada e irrelevante.

Cosa que puede comprobarse leyendo el artículo de Andrés Rodríguez Pose y Daniel Hardy –investigadores en geografía económica de la London School of Economics– que habla de “grupos identitarios”, “problemas de exclusión”, “sociedad dividida”, “fracturas profundas y crecientes”, “falta de confianza”, “paralización”, “trayectoria económica a peor” (Reversal of economic fortunes: Institutions and the changing ascendancy of Barcelona and Madrid as economic hubs, 5/82020).

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