¿Qué queda después de la gran crisis?

La respuesta cínica sería que después de la crisis queda todavía mucha crisis. O incluso, que todavía queda mucho rato de crisis. Pero no se trata de eso. Las pregunta pertinentes son ¿qué se ha llevado la crisis por delante? y ¿qué ya no volverá, al menos a medio plazo?

En este renglón, situaríamos en primer lugar a la industria inmobiliaria y de la construcción que no se internacionalizaron, o que creyeron que la financiación era interminable. Las que pensaron que podían vivir sólo del mercado local. O aquellas que vivían del presupuesto público, muy condicionadas por el favor político. En este capítulo encontramos una gran parte del tejido industrial español producto del gran boom que vino de la entrada en el euro y de los bajos tipos de interés.

El otro sector que no volverá será el de las cajas de ahorros, salvo algunas excepciones notables, que se han ido convirtiendo en bancos. Un sector, que había jugado un papel fundamental en el desarrollo económico español como financiador, y como vínculo para las capas populares de la red financiera más tupida de la Unión Europea. Un ejemplo de no exclusión financiera.

La construcción en España no se explica sin el «préstamo hipotecario», sobre el cual las cajas montaron su modelo de negocio. Y tampoco se explicaría la fortaleza de empresas de servicios públicos que contaron con las participaciones accionariales de las cajas de ahorros.

¿Qué más se fue por la alcantarilla? Pues miles de empresas, en general, pequeñas. No necesariamente mal gestionadas o posicionadas. Casi todas muy dependientes de otras empresas, pero que jugaban un papel importante en la creación de empleo. Empresas que no crecían porque no podían, debido a su estructura de propiedad, por depender del circulante. Empresas que les cuesta mucho dar el salto a una mayor dimensión, porque el empresario está cómodo tal y como es y está, y porqué para crecer hay que asociarse con competidores, a veces mayoritarios y a veces no. Además de viajar.

La limpieza ha sido espectacular. Pero, además de estas caídas de empleo y actividad tan evidentes, también hay que destacar que casi todo el resto del tejido empresarial español se ha adelgazado sustancialmente. No conozco empresa o sector que no haya aprovechado para racionalizar sus estructuras, para convertirse en más eficientes, para mirar hacia el exterior.

Esto significa que vamos saliendo de la crisis, despacio, pero las firmas que quedan son mejores empresas. Todo ello con unos cuadros y personal directivo que, con la crisis, han aprendido a hacer las cosas bien. La mejora de la balanza por cuenta corriente es la constatación de que las cosas están yendo mejor, a pesar de la debilidad del sector financiero que opera en España.

El BCE está particularmente preocupado por las perspectivas del bajo crecimiento y el elevado desempleo. Especialmente con aquellas economías con un alto endeudamiento privado. La combinación de un cuadro macro que se caracteriza por un elevado endeudamiento de familias y empresas, con volatilidad de los precios inmobiliarios, desempleo importante y debilidad de la demanda interna. Este mix tiene que exigir a la banca española una dotación creciente del capítulo de provisiones, y más si se quiere cumplir con Basilea.

A este panorama hay que añadir la peligrosa amenaza de la interrelación entre deuda soberana, liquidez internacional, y las más que probable retirada de las ayudas de los Bancos Centrales. Mientras Alemania no permite que se avance decididamente hacia completar la Unión Bancaria.

Es verdad que se está creciendo, poco, que vamos a ver mejores cifras de empleo en la EPA de final de año. (De las Oficinas de Empleo no hay que fijarse demasiado). Que las empresas presentan mejores resultados.

Pero no nos engañemos. El sistema económico español funciona «engrasado». Es decir, con disponibilidad de crédito suficiente y, en este renglón, todavía los bancos no están preparados. Y no parece que vayan a estarlo a corto plazo.