¿Qué sabemos y qué no sabemos del abandono de Rajoy?

De entrada, una autocrítica. Tenemos que reconocer que los periodistas hemos sabido poco o muy poco. La información política, en general, ha ido tejiendo tal grado de complicidad con partidos e instituciones, que a menudo los periodistas nos integramos de tal manera en el circo que no podemos hacer el trabajo que se nos supone.

Cuando Mariano Rajoy anunció que declinaba, de momento, la responsabilidad de someterse a la investidura, el desconcierto en las redacciones fue completo, si somos sinceros y lo reconocemos sin ambages. Durante estas largas semanas hemos especulado y opinado sobre lo que opinaban y especulaban los diferentes políticos. Palabras sobre palabras, poca sustancia.

Sabemos a fecha de hoy lo obvio. Rajoy carece absolutamente de apoyo. En esas condiciones, el empecinamiento en continuar era poca cosa más que un posible suicidio. Sabemos también que el presidente en funciones recibió ayer otros dos mazazos: la imputación del PP por la destrucción de los ordenadores del caso Bárcenas y la dimisión de la mano derecha de Soraya Sáenz por su relación con el caso Acuamed.

No sabemos en cambio si Rajoy ha tomado la decisión de abandonar por su propia iniciativa o empujado por los hombres fuertes de su partido que empiezan a alumbrar otras variantes. No sabemos si en esa posible estrategia, Rajoy estaría dispuesto a ofrecer su sacrificio siempre que el precio pagado por el PSOE fuera suficientemente atractivo.

No sabemos, en definitiva, si están existiendo o han existido negociaciones y a qué nivel para fraguar una alternativa. Desconocemos si los críticos con Pedro Sánchez están desarrollando iniciativas políticas para evitar un gobierno PSOE-Podemos y si en esas iniciativas contemplan un intercambio ajedrecístico de piezas: Sánchez por Rajoy, y búsqueda de un recambio de consenso.

Ignoramos, claro, las intenciones reales de Podemos e, incluso, si hay un plan único en el que participen los diferentes grupos que se han presentado bajo el paraguas de la marca lila.

Lo que sí sabemos, desgraciadamente, es que en estas largas semanas que han transcurrido desde el 20D hasta hoy sólo hemos oído propuestas y proclamas para elegir un presidente, como mucho un gobierno, pero nada, ni una palabra, sobre la finalidad que tendría ese diálogo que todos reclaman.

Acertar matemáticamente con una fórmula que lleve un inquilino, nuevo o viejo, a la Moncloa es complicado, muy difícil en las actuales circunstancias, pero no imposible. Tener un programa de gobierno de amplia base que permita abordar las reformas económicas, institucionales y quizás constitucionales que la mayoría reivindican es aún mucho más arduo y duro.

Rajoy no ha sido capaz de seducir no a uno sólo de los grupos parlamentarios con un mínimo peso. Sánchez y Podemos se han tirado los tejos indisimuladamente, pero ese gobierno de cambio qué mayoría tendría para hacer las reformas de calado necesarias y cuáles a su juicio serían éstas. Silencios elocuentes sobre la inconsistencia de las posibles alternativas.