Rajoy o Sánchez, líderes sí, pero débiles

Empieza a prevalecer la idea de que los líderes, especialmente los políticos, pero también los empresariales, mandan (influyen) mucho menos de lo que parece. Se trata de una contradicción semántica; líder, con la fuerza que se le supone, pero al mismo tiempo débil, lo contrario a fuerte.

Nos habíamos acostumbrado a tener líderes con personalidad, que sin llegar a ser carismáticos, imponían sus puntos de vista aún a costa de ir en contra de lo más aceptado socialmente; el ejemplo más paradigmático fue el referéndum sobre la OTAN.

¿Que ha cambiado? Antes existía el convencimiento de que una vez se había elegido democráticamente a un responsable político (por los votos primero de sus militantes, y después por los de los ciudadanos), se le confería tácitamente la potestad de gobernar y por tanto de dirigir, para llevar a cabo un programa; pero también para ser cabeza visible, un líder, para el conjunto de la comunidad. Al menos parecía que antes era así. Se votaba un proyecto pero, al mismo tiempo, se confiaba en una persona que dirigía un equipo.

Es cierto que muchos que han sido líderes se han ido formando con el tiempo; es decir han aprendido a serlo, haciéndolo. Pero este proceso confirma que hay algunos dirigentes políticos que no saben aprender. Que por mucha mayoría parlamentaria que tengan detrás no acaban de convencer, no arrastran.

Quizá también la manera de juzgar la «política» ha cambiado mucho. Muy probablemente ya no se requieren líderes fuertes o carismáticos como antes. Puede suceder que las sociedades, en especial las más desarrolladas, como las nórdicas, no busquen una fuerte personalidad para ser dirigidas.

Sería el caso de buenos administradores de lo colectivo, una función más modesta o de menos relieve, pero probablemente más eficaz, a tenor de los resultados que estas sociedades obtienen. O también cabría otra explicación. Que el sistema del que se dotan los partidos políticos para escoger a sus dirigentes contenga los gérmenes para su propia destrucción o anulación. De esta llamémosle paradoja aparente R. Ramos cita algunos casos recientes de «líderes débiles».

David Cameron ha tenido que dejar libertad a sus propios ministros para que puedan hacer campaña sobre el referéndum de la salida de Gran Bretaña de la UE, incluso en contra del criterio del primer ministro, a costa de que se le amontonaran unas cuantas dimisiones encima de su mesa. Su oponente, Jeremy Corbyn, no se ha atrevido a cesar a su ministro de asuntos exteriores (en la sombra), el hijo del mítico Tony Benn, que discrepó abierta y contundentemente del jefe de la oposición en Westminster, apoyando a los tories.

Otro caso que nos afecta muy de cerca es la debilidad del primer secretario del partido socialista español. No parece muy normal, ni sensato, que dirigentes de su propio partido intenten hacerle la cama, utilizando los medios de comunicación, con la colaboración entusiasta del resto de los partidos. Podríamos también citar a Mariano Rajoy que nunca se ha caracterizado por ser un líder fuerte, y que ha pasado con más pena que gloria su mandato con mayoría absoluta.

Un apunte sobre los líderes empresariales. La empresa moderna, la globalizada y cotizada, se ha ido dotando de un sistema de protección frente al entorno. Consejos de Administración que controlan por representación de los accionistas, pero que también protegen al Presidente. Comisiones de Control que matizan las decisiones del máximo dirigente, pero que se hallan muy influidas por aquel. Normas de respeto a la competencia y al medio ambiente, etc. Podríamos decir que un dirigente empresarial de empresa grande tiene sus funciones muy condicionadas, formalmente hablando.

Y sin tener que llegar a la burocratización por las normas, parece que la sociedad actual acepta un mayor control sobre la actuación de los dirigentes. Esta parece ser la tendencia prevalente que lleva consigo que «disminuyan» (entre comillas) los líderes carismáticos en las empresas, y por lo que parece también en el mundo de la política, a la vista de los últimos acontecimientos.

Una manera de verlo sería: confiemos menos en las personas carismáticas, o de carácter fuerte, que conduzcan con firmeza a empresas y países y dotémonos de estructuras compensatorias que socialicen y hagan compartir más las decisiones y la manera de ejercer el mando. Primero de forma más tímida para luego ir incrementando el peso de la influencia colectiva.

Por decirlo de forma más llana, se manda sí, pero menos, y de una forma más controlada.