Rajoy, juguemos a hockey con Cataluña

Fèlix Riera pide en 'Just abans del salt endavant' una propuesta de estado para Cataluña que tenga en cuenta la principal aspiración catalana: el reconocimiento

Un aterrizaje. Es lo que necesita el problema catalán. Un aterrizaje por parte del gobierno español, “midiendo bien su aproximación a la pista y una vez la torre de control vea que se está preparado para el descenso definitivo, no para cruzar los puentes rotos e intransitables que el actual gobierno de la Generalitat ya no quiere reconstruir”.

Esas palabras son del editor Fèlix Riera, que las plasma en Just abans del salt endavant (Pòrtic), un ensayo en que, con la pelota en el suelo, ejerciendo de Iniesta, busca una salida posible a la cuestión catalana, dejando de lado los excesos y las expresiones grandilocuentes que no acaban sirviendo de nada. Y esa idea puede ser válida para superar las rigideces de todos los actores implicados, después de cinco años desde la Diada de 2012 con la que se consideró iniciado el proceso soberanista.

El independentismo debe abandonar esa idea del todo o nada

En un momento en el que los propios partidos independentistas en Cataluña han caído en grandes contradicciones, lo que plantea Riera, director editorial de ED Libros, es que la posible solución no caerá como una fruta madura, que exija, simplemente, el paso del tiempo. Con parábolas sugerentes, y siempre sujetas a obras de arte que nos interpelan y nos indican que hay otras interpretaciones más allá de lo que vemos en un lienzo o en una escultura, Fèlix Riera insiste en que el independentismo debe asumir que no se lo puede jugar todo a una carta, a una especie de todo o nada.

Tampoco sirve la defensa a ultranza de la legalidad, de la Constitución y la ley. El asunto que pone sobre la mesa Riera en su libro es más barato para el Gobierno español, pero también más difícil, en función de la concepción que se tenga ahora de un estado como España: se trata de aplicar una política del reconocimiento, que para muchos significa, una vez más, recurrir a la política del contentamiento para que el nacionalismo se mantenga calmado por otro tiempo más, pero que para otros –principalmente, claro, desde Cataluña– supondría la asunción de una realidad.

Lo que no tiene sentido es mantener dos partes enfrentadas, que se creen legitimadas a defender para siempre sus posiciones, aunque una de ellas tenga la ley en la mano.

Se debería superar el enfrentamiento entre dos partes que se creen legitimadas

¿Cuál es la imagen? Para Riera, “Cataluña dominará sus fantasmas si es capaz de no caer en la trampa de convertir la causa del catalanismo en un único objetivo: el independentismo”. ¿Se trata de una apuesta estéril por la tercera vía? ¿De una defensa hueca de una especie de autonomismo reforzado sin más, que no satisfaga a nadie?

Lo que defiende Fèlix Riera, y eso es una constante que ha sido difícil de admitir a lo largo de la historia en España, es que ha habido una tozuda voluntad de los catalanes de ser, de ser reconocidos como tales.

¿Con qué aspiraciones políticas? Eso es una cuestión que ha cambiado a lo largo del tiempo, como bien han analizado historiadores como Joan Lluís Marfany. Puede haber apostado por la propia nación española, como ocurrió a lo largo del siglo XIX, para lograr un mercado único que favorecía los intereses de la burguesía industrial. O puede haberse inclinado por una autonomía o por un estado propio en función de las necesidades socio-económicas e identitarias.

El hecho, y con la ayuda de Vicens Vives, como destaca Riera, es que en Cataluña “la voluntad de ser se ha convertido en el centro de gravedad de cualquier acción política, porque tiene el poder de desbordar ideologías y dominarlas”. Se trata, según el autor de Notícia de Catalunya, de “un acto de afirmación continuada”.

Cataluña ha mostrado a lo largo de su historia la voluntad de ser, de forma tozuda y constante

Y aquí se pueden ofrecer distintas propuestas. Esa política del reconocimiento se entiende con una imagen que sirve para titular este artículo. No la señala Riera, pero se intuye en su libro. Al margen de cuestiones muy tangibles, como el debate que se suscita sobre las competencias del Tribunal Constitucional, la aceptación de más autonomía en la proyección internacional o dar un mayor impulso al corredor mediterráneo, existe la asignatura pendiente de un mayor reconocimiento de Cataluña unida a España, pero con personalidad propia.

¿Cómo? El caso del hockey sobre patines lo puede ilustrar con claridad. Resulta que una de las polémicas sobre ese deporte que recogieron algunos medios de comunicación, hace unos años, pero que suele reproducir de vez en cuando, se centró en la lengua que utilizan sus jugadores cuando participan en la selección española: el catalán.

Y es que la práctica totalidad de sus deportistas, que han ganado decenas de mundiales, son catalanes y se comunican en catalán. ¿Eso es un escándalo? No, es una lengua española. Y los propios jugadores se han manifestado orgullosos de ser españoles.

En estos casos, ¿por qué España no podría estar representada por una selección catalana en las competiciones internacionales, ofreciendo al exterior esa identidad catalana que se acomoda en un país plural como España? ¿Por qué no innovan los estados con comunidades nacionales en su seno con ese tipo de experiencias?

Jugar a hockey sobre patines entre Cataluña-España contra Argentina debería ser posible

Es decir, señor Rajoy, juguemos a hockey con Cataluña, y si se quiere situaremos un guión: juega Cataluña-España contra la selección de Argentina, que es uno de los grandes rivales en este deporte. No es algo banal, es importante para muchos ciudadanos que verían representada su identidad en el exterior.

La pregunta que vuelve a surgir es si esa política sería una mera tirita para calmar al independentismo, que resultaría del todo inútil a medio plazo. Es una duda legítima. Pero también lo es pensar que podría funcionar. Como señaló Vicens Vives, es el reconocimiento lo que realmente ha perseguido siempre el catalanismo. Puede que se llegue tarde. Pero tampoco se ha intentado.

La propuesta de Fèlix Riera es sugerente para superar el actual marasmo. Principalmente por una idea: “Nuestra política, y con ella la sociedad, necesita recuperar el valor del tiempo, para tomar distancia de los prejuicios que son los que derrotan e impiden cualquier vía de solución”.

Lo que no puede ser es que se diga que se acaba el tiempo, que se tiene prisa, que no hay nada que hacer, que todo es imposible y que hay que irse ya. Hay que cambiar esa idea del “Ara o mai”.