Rajoy y el papel Albiol

El Partido Popular tiene arcanos que escapan a la comprensión del ciudadano común. Su observancia es parte del ritual interno de la organización y condición necesaria para prosperar dentro de la misma.

Uno de ellos, enraizado probablemente en la herencia celta de su sujeto, es la infalibilidad cuasi-druídica de Mariano Rajoy. Nadie entiende sus ritmos. Nadie termina de comprender sus letargos y sus largos periodos de inacción. Y nadie, cuando actúa, aprecia del todo la sagacidad de sus decisiones. Pero, en ese partido-pirámide donde todo honor y toda gloria dependen del Padre-Presidente, las decisiones de Rajoy son artículo de fe.

Es probable que los nuevos, jóvenes y desenfadados voceros populares anden ocupados estos días intentando explicar la designación de Xavier García Albiol como cabeza de lista del PP para las elecciones catalanas del próximo 27 de septiembre.

¿Cómo vender hoy un genial golpe de estrategia que sólo podrá será valorado en su justa medida cuando dé sus espectaculares resultados en las urnas dentro de dos meses? Quizá, como dijo el propio Rajoy, porque «Albiol tiene las ideas claras», lo que vendría a confirmar que su antecesora –y él mismo, porque él la nombró– no las tenía. 

Lo cierto es que los comicios catalanes van a ser, como nunca antes, un juego de humo y espejos en los que la nueva política solamente camuflará una manera nueva de conservar algo tan viejo como el poder. Y en esa melée, el retorno de Albiol a la primera línea tras su defenestración del Ayuntamiento de Badalona –el papel Albiol, –promete elevar los niveles ruido, crispación y fealdad a cotas inéditas en la política catalana. Y no nos engañemos: en la española.

Diferentes análisis publicados tras la exaltación del espigado ex alcalde –nada de perder el tiempo con primarias o consultas a las bases en el auténtico Partido del Presidente– han intentado desentrañar la lógica electoral del nombramiento.

Que si se trata de una transición para dar tiempo para que la más amable, moderada y civilizada Andrea Levy se foguee y consolide su propia ‘vis’ pública y política. Que si, por el contrario, es la apuesta fuerte de Rajoy: un candidato de choque, capaz de subvertir tanto la neolengua política soberanista como la nueva izquierda en común con un discurso ultra sobre una España amenazada por la ruptura, la rojez y los extranjeros indeseables cuyo frente principal de batalla –pero no único– está en Cataluña.

Personalmente, me cuesta aplicar al ascenso de García Albiol una lógica política convencional. Considerar la elección de Rajoy una opción sensata, viable y legítima me parece no sólo un error sino un descarrío ético comparable sólo con la tolerancia (¿complacencia?) que ha mostrado el presidente con la corrupción sistemática en sus filas.

Debe ser el permanent polling de Pedro Arriola: Solo un mensaje duro y contundente puede activar al resignado y desmovilizado ciudadano pro-español (el que hubiera votado no-no si reconociera el derecho a decidir) del área metropolitana de Barcelona y sacarle de su abstencionismo el 27S para votar al PP.

Caro que el escéptico recordará que Arriola también calificó a Podemos de freakie y descartó a Ciudadanos como amenaza seria para el PP, algo que multitud de ex alcaldes y ex presidentes de comunidades populares aún deben recordar a diario.

La inclusión de Andrea Levy en la lista catalana como número dos, a modo de gaseosa destinada a diluir un tinto peleón, no ofrece garantías de éxito. Unas elecciones no son una cena veraniega de chiringuito. La vena anti-inmigración de Albiol pudo funcionar en una localidad como Badalona, en el contexto de una compleja política municipa cercana y personal, pero no necesariamente en un contexto catalán más amplio.

Es debatible que un mensaje xenófobo y firmemente anclado en el nacionalismo español, tenga el mismo tirón en Sant Cugat o en los barrios pudientes de Barcelona, poco dados a las estridencias y en los que no abundan ni las estelades ni las rojigualdas.

La evidencia más inmediata de que un sector importante del electorado popular no desea más dureza sino, precisamente, lo contrario, está Madrid. Esperanza Aguirre concurrió a las elecciones para el Ayuntamiento capitalino con un mensaje duro, claramente contrapuesto al tono civilizado, dialogante y, en ocasiones, hasta progre de Cristina Cifuentes a la Comunidad madrileña.

La primera, atónita, vio como Podemos sentó en la silla principal a Manuela Carmena. La segunda superó al verso suelto del PP en votos, pactó con Ciudadanos y se convirtió –al menos eso se creía hasta ahora– en la nueva referencia popular de cómo hacer política en la próxima legislatura.

La lógica hubiera aconsejado buscar un corte del mismo paño que Cifuentes para concurrir a las elecciones catalanas. Pero El Druida tiene sus razones que, con el tiempo, se revelarán. O no… De momento, García Albiol, el de la frase tosca; el que distingue entre un ellos dado a la delincuencia y a la desidia y un nosotros tocado de toda virtud; el que promete limpiar, verbo de resonancias balcánicas, es la apuesta del PP para el escenario catalán pero destinado a todo el público español.

Los druidas desaparecieron con la romanización. Confiar la suerte del partido al albedrío de alguien que insiste en practicar sus artes no parece una política inteligente. Más grave, sin embargo, es la dimensión ética de nombrar a un candidato a todas luces reprobable. En su temor a perder el poder en las elecciones generales de finales de año, parecería que Mariano Rajoy ha decidido recurrir a sus cartas menos presentables en la esperanza de que sean las más efectivas.

En España podíamos celebrar que los partidos de extrema derecha al estilo del Frente Nacional francés o el Partido de la Libertad holandés nunca habían obtenido tracción. Pero Mariano Rajoy abre ahora la puerta a que el PP –o al menos una corriente dentro del mismo– se convierta en una copia local del ultranacionalismo xenófobo europeo.

Es una línea roja ideológica y ética que nadie antes de él –ni Manuel Fraga ni José María Aznar– osó cruzar. Quizá porque a diferencia de Rajoy, aunque discutibles, los anteriores presidentes populares tenían ideología. Rajoy, en cambio, tiene esa cosa celta, mágica, infalible… que funcionará hasta que deje de hacerlo.

*Socio Fundador Conduit Market Engineers