Revoluciones, golpes, osadía, fracasos

e los métodos y modos mediante los cuales se operan los cambios bruscos y forzados no son mejores o peores, más o menos deleznables o loables según la denominación sino en cuanto a sus resultados

Unas veces, las herramientas conceptuales ayudan a comprender fenómenos, otras en cambio contribuyen a enmascararlos. Por suerte para los auténticos demócratas, qua aquí definiremos, además de pluralistas, como partidarios de cambios continuos que cohesionen e integren las sociedades, en materia de subvertir el orden la modernidad no existe, está todo inventado.

Por mucho que distingamos la sedición del tumulto, a ambos del golpe de estado y traten algunos de inventar el golpe posmoderno, las únicas certezas universales sobre la cuestión son, en primer lugar, que los cambios radicales solamente se producen a consecuencia de la ausencia de adaptaciones parciales.

Y en segundo, que los métodos y modos mediante los cuales se operan los cambios bruscos y forzados no son mejores o peores, más o menos deleznables o loables según la denominación sino en cuanto a sus resultados.

Más allá de las convicciones de cada cual, más allá del coste en desórdenes y en vidas humanas, lo que legitima es siempre la victoria, y viceversa. Ciñámonos para empezar a las dos revoluciones mayores de nuestros tiempos y constatemos como sus modus operandi no pueden andar más alejados

La Revolución por antonomasia, la Francesa se operó desde dentro, de la ley a la ley. El mismo rey, Luís XVI, acabó encarcelado y luego decapitado en nombre de las  prerrogativas que antes cedió.

La toma de la Bastilla es un símbolo, un momento de un largo y al principio lento proceso, que se fue acelerando y enloqueciendo hasta ahogarse en su propio lago de sangre. De ahí, de la desesperación de sus protagonistas por sus propios crímenes y ante el riego de ser el siguiente, el nuevo orden, la entrega del poder a un primer cónsul y el efímero imperio napoleónico.

Lo comunistas de Lenin, por su parte, asaltaron el Palacio de Invierno en un audaz golpe de mano, de manos más que de estado y ya ven las consecuencias. Revolución desde dentro o desde fuera, qué importancia tiene el método o la taxonomía.

Hay más. La primera resultó efímera y caótica, la segunda procedió con férrea disciplina y levantó un imperio capaz de dividir el mundo en dos. Sin embargo, los principios de la francesa son casi universales, han pervivido y esperemos que por mucho tiempo, mientras que el sistema soviético es el gran antídoto contra el comunismo.

O sea que, de quisquillosidades jurídicas las justas y aún ceñidas al mundo académico. Discutan tanto como quieran sobre la definición del reciente asalto al Capitolio alentado por Trump o, en el otro extremo de la magnitud histórica, sobre los hechos del otoño del 2017 en Cataluña.

Lo que les une, salvadas las distancias, es el fracaso. En estos menesteres, y no dudando de las intenciones independentistas de los últimos ni de la vocación dictatorial del primero, se hermanan por no haber hacho caso de los pocos que entienden de asaltos al poder, ya sean desde dentro o desde fuera, desde arriba o desde abajo.

En estos menesteres, y no dudando de las intenciones independentistas de los últimos ni de la vocación dictatorial del primero, se hermanan por no haber hacho caso de los pocos que entienden de asaltos al poder

Las dos revoluciones mencionadas, a las cuales podemos sumar los precedentes de los ingleses, maestros en regias decapitaciones, o los ascensos de Hitler y Mussolini, una vez más uno desde dentro y el otro desde fuera, tienen en común una sola palabra, que los fracasados ignoran.

Una palabra que pronunció el más joven entre los líderes de revolucionarios. “Osez!”, “¡Osad!, esta palabra encierra toda la política de vuestra revolución”. La pronunció Louis Antoine de Saint-Just, quien poco más tarde, gracias al caso que le hicieron, acabó guillotinado junto a su compañero Robespierre.

Treinta y pico de años más tarde, Carlos X de Francia se cargo la Restauración desde lo más alto, al anular la Carta de Derechos y luego, incapaz de defender su autogolpe, abdicar y salir del reino.

Pues bien, lo que de veras iguala a Trump i Puigdemont, no es que no llegan a la suela del zapato del pobre Carlos X, es que no se enteraron de que, cuando se pretende y se empieza algo, hay que poner todos los medios e ir hasta el final, so pena de dar un salto al vacío.

Tanto es así que incluso Chateaubriand, prototipo de liberal-conservador sin complejos, escribió en sus memorias que toda revolución timorata no hace más que cavar su propia tumba,

Lo cual no significa que haciéndoles caso (a Saint-Just y a Chateaubriand, no a los otros dos, claro) quienes promueven tales transformaciones tengan el éxito asegurado, pues eso depende de muchos factores imprevisibles. Pero lo contrario sí es una verdad universal: si no vais a osar, no empecéis. O ir hasta el final o abstenerse.

Conclusión a vista de pájaro (a la vez de buen y mal agüero). Las ideas y propósitos de la revolución integrista americana perdurarán, como por su parte, y aunque estén en muchos aspectos en las antípodas, el independentismo catalán. Sin embargo, del daño que  infligen los fracasos de quienes las han encarnado y liderado, no se van a recuperar en uno ni en cuatro días.