Sánchez, el pavo cojo 

El despilfarro en este inflacionario gobierno seguirá siendo colosal porque no dejarán de meternos más impuestos antes de recortar una mísera peseta en altos cargos

Desde los tiempos de Calvin Coolidge -hará pronto un siglo- en Estados Unidos se usa la expresión “lame duck” (“pato cojo”) para referirse a un presidente que encarrila la recta final de su carrera política o, al menos, de su segundo mandato presidencial. En ese periodo el político pierde capacidad de influencia en un partido que empieza a buscarle sustituto. Al saberse cercana la fecha de caducidad estos presidentes se desentienden de la política nacional, acrecientan la distancia con una sociedad que aún deberían gobernar y tratan de construir su legado centrándose en la más agradecida política internacional. 

Actualmente Pedro Sánchez muestra una cojera que ni los más audaces y carentes de escrúpulos diseñadores del Ministerio de Igualdad pueden disimular. Su presencia ha sido tóxica en las últimas contiendas electorales, a saber, las de la Comunidad de Madrid, Castilla y León y Andalucía. No pocos barones y alcaldes socialistas le presumen letal ante el ciclo electoral que se inicia en mayo. Tampoco los maquillajes demoscópicos del siervo Tezanos pueden disimular una caída de las expectativas de voto proporcional al histórico descalabro de las cifras del desempleo.  

Pedro Sánchez muestra una cojera que ni los más audaces y carentes de escrúpulos diseñadores del Ministerio de Igualdad pueden disimular

La potencia mediática de la izquierda española sigue impresionando al borrar de la opinión publicada, y en solo un par días, la sentencia del caso de los ERE en Andalucía, es decir, del probado fraude de unos 680 millones de euros que se pusieron al servicio del mantenimiento de un decadente statu quo político. Si algún día la cuestión vuelve a emerger a la luz pública, quizás sea para tratar de justificar la “desjudicialización” de aquellas delictivas correrías. El separatismo catalán marca tendencia. Pero la eficacia de los manidos relatos tiene un límite, la tozuda realidad. Sánchez lo intuye y ya ha empezado a echar currículums en las cancillerías extranjeras. 

Gobernar le importa entre un pimiento y un carajo. Ojalá estuviera gestionado la inflación con la misma profesionalidad que organizó la parte propagandística de la cumbre de la OTAN en Madrid. Ya solo le preocupa su proyección exterior. Antes de irse a sus lujosas e inmerecidas vacaciones estivales, ha paseado palmito por los países balcánicos -que Dios les coja confesados- como uno de los prolegómenos del semestre europeo que presidirá nuestro país. Sánchez se focaliza, pues, en modificar percepciones foráneas, porque es conocedor de que aquí en casa ya no le quedan más máscaras para el engaño. De hecho, estos días ni se esfuerza en practicar una mínima ejemplaridad ante los españoles. 

Ojalá estuviera gestionado la inflación con la misma profesionalidad que organizó la parte propagandística de la cumbre de la OTAN en Madrid

Ante la crisis energética vino a exigirnos un populista sincorbatismo minutos antes de quemar queroseno a cascoporro. Preside a lo L’Oréal. Porque él lo vale. La cojera ética de quien hace lo contrario de lo que predica ya no se corrige ni con el mejor spin doctor como muleta. Lo raro es que tras esas declaraciones media España no esté, en rebeldía, yendo encorbatada a playas y piscinas. Y es que al Señor del Falcon solo le preocupa la estética y en ella anda volcada toda su carísima corte. El despilfarro en este inflacionario gobierno seguirá siendo colosal porque no dejarán de meternos más impuestos antes de recortar una mísera peseta en altos cargos. Antes muertos que sencillos. Sin embargo, Sánchez ya es irremediablemente un pato cojo o, por su descomunal narcisismo, un pavo cojo.