Se necesitan cursillos para pedagogos y profesores  

Si hace casi un siglo y medio los pedagogos eran una suerte de apóstoles, si hace medio siglo los pedagogos eran lo más parecido a unos misioneros; si eso es así, hoy los pedagogos –maticemos, no todos- se han transformado en unos activistas de buena voluntad

Ya desde principio del siglo XX, el catalanismo apostó por lo que hoy se denomina la renovación pedagógica. Un progresismo avant la lettre que levantó las denominadas Escuela Moderna y Escola del Bosc. Un par de escuelas hijas, respectivamente, de Francesc Ferrer i Guàrdia y de Rosa Sensat. Unos experimentos –aires de anarquistas y socialistas- inspirados en clásicos como Tolstói, Bakunin, Malatesta o Kropotkin y Rousseau, Dewey o   Montessori. Resumo: una utopía educativa y un higienismo educativo que propone una manera de vivir y una cierta moral que hoy bautizaríamos de progresistas.    

Posteriormente -una vez superado el franquismo e instaurada la democracia: finales de los 80 y principios de los 90 del siglo pasado-, se consolida la ya dicha renovación pedagógica con la denominada Federación de Movimientos de Renovación Pedagógica y el Primer Congreso de Renovación Pedagógica (1992) que aprueba un Manifiesto y publicita el denominado Proyecto 100 medidas.  

El parloteo pedagógico que no cesa   

Ahí empieza oficialmente el apostolado y parloteo pedagógico modernos que han llevado a la escuela catalana -concretemos: a la pública- a situarse en la cola de España y de la Unión Europea en materia educativa.  

Resumo: la escuela como creatividad, el afán de construir un mundo más justo y solidario frente al beneficio fácil y la reivindicación de la utopía y la radicalidad para “producir cambios más profundos”. Puro parloteo de un profesorado pretencioso. Una suerte de apostolado que no desfallece y se empeña en generar fuerzas y compromisos colectivos para “salir de la atonía presente”.   

No vengan ustedes con monsergas  

Señores y señoras profesores y profesoras, ¿de la lengua y las matemáticas qué? No me vengan ustedes con monsergas. Lo que importan son los valores. Tomen nota: espíritu democrático, tolerancia, aceptación de la diversidad, solidaridad, cooperación, espíritu crítico, respeto a las identidades culturales y nacionales o sensibilidad, entre otros. En definitiva, la búsqueda del paraíso a través de la más moderna y progresista de las pedagogías. Por supuesto, que la educación y la enseñanza han de transmitir valores. Incluso, debería transmitir los valores constitucionales. Pero, ¡qué me dice usted!   

Un fracaso por partida doble  

Más de tres décadas después de las propuestas y proyectos de los Movimientos de Renovación Pedagógica -que la Generalitat de Cataluña apadrina y hace suyos: ¿entienden los fracasos de PISA?- la cosa sigue igual. Un fracaso/desastre por partida doble: ni los alumnos aprenden lengua y matemáticas ni la sociedad mejora.  

A pesar de todo ello, el apostolado y el parloteo pedagógicos continúan en Cataluña, ya gobierne la derecha o la izquierda, o el nacionalismo o quienes dicen no ser nacionalistas siéndolo. El último ejemplo lo tenemos hace unos meses, con la colaboración, en este caso, de un Ayuntamiento de Barcelona también ignorante del fracaso escolar.  

La educación progresista o barbarie  

Durante los meses de febrero, marzo y abril del presente año, con el título En clave de Educación. Educación o barbarie, se celebraron en Barcelona unas jornadas pedagógicas con la siguiente doctrina/ideología: la educación no solo ha de transmitir conocimientos, sino que ha de promover también entre los alumnos la ciudadanía, la convivencia social, el respeto mutuo, la solidaridad, la fraternidad, la supresión de toda discriminación y desigualdad social y la ayuda a los vulnerables. Conviene señalar la buena voluntad de unos organizadores y participantes que están preocupados porque “la democracia está en peligro”. 

La pedagogía de la desobediencia: paternalistas y autoritarios   

Todo lo dicho suena bien. Lo que no suena tan bien es el dirigismo paternalista y autoritario de algunos intervinientes. Por ejemplo: hay que impulsar la “pedagogía de la desobediencia ante la injusticia y la impunidad”, porque “no podemos educar en la sumisión y la obediencia” y “los maestros han de ser ejemplo de aquello que defendemos: la lucha también educa”. Más: “la educación es política, siempre ha sido así y siempre será así”. Todo ello para combatir la “normalidad de la barbarie que hemos blanqueado  y estamos justificando”.  

Vamos de mal en peor                     

Si hace casi un siglo y medio los pedagogos eran una suerte de apóstoles, si hace medio siglo los pedagogos eran lo más parecido a unos misioneros; si eso es así, hoy los pedagogos –maticemos, no todos- se han transformado en unos activistas de buena voluntad. Mientras tanto, seguimos flojos en lengua y matemáticas.      

Hay que insertar el alumno en la realidad   

Con frecuencia, los pedagogos y el profesorado -una parte de ellos, claro está- hablan de la necesidad de insertar al alumno en la realidad plural y compleja que nos rodea. De acuerdo. Pero, habría que insertar primero a algunos pedagogos y profesores. Y no vale con un cursillo.  

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