¿Secesión o revolución?

En Cataluña ha habido un golpe de estado, y ahora la secesión ha derivado hacia una revolución, que lidera la CUP y los movimientos antisistema

En su reflexiva obra Tot està perdut, Agustí Calvet, el gran periodista y escritor que usó el seudónimo Gaziel y que narró como pocos el golpe de Estado del presidente Companys contra la II República, califica Cataluña como la “gran epiléptica” de España. En mi humilde opinión, visto lo visto, sigue siéndolo.

Lo sucedido en el Parlament los días 6 y 7 de septiembre no puede denominarse de otra manera que no sea un golpe de Estado. Incruento, hasta hoy, pero golpe de Estado al haberse vulnerado desde el Reglamento de la Cámara hasta la Constitución, desde el Estatuto de Autonomía hasta las advertencias de ilegalidad manifiesta de los Letrados y de todos los miembros del Consejo de Garantías Estatutarias, desde la Constitución a la legalidad europea e internacional.

Se pisoteó todo, absolutamente todo, en aras de la locura de los representantes parlamentarios de una minoría ciudadana que en las últimas autonómicas fue del 48%, en las últimas legislativas del 42% y ahora, en este referéndum del 1-O, falto de toda nota democrática garantista en su convocatoria y en su celebración, el “sí” a la independencia emana de 2,02 millones de ciudadanos de un total censal de 5,30 millones de catalanes con derecho a voto, según tiene publicado el propio gobierno de la Generalitat.

Como Calvet, digo que Cataluña es la gran epiléptica de España

Ocurre que el griterío esconde con eficacia la fotografía real del pensar y del creer de la sociedad catalana. Un griterío que se da en la calle con relucientes tonalidades de masa hiperdirigida, casi uniformada, pero que aún se da más en las redes sociales y, por supuesto, en los medios de comunicación tradicionales que viven del presupuesto público o de la subvención conocida y desconocida que entre todos pagamos, donde los dogmas sólo son rebasados por la consignas de núcleo indudablemente fascista.

Franco se quedó corto y Goebbels se remueve de satisfacción al comprobar que, efectivamente, una mentida repetida no sé cuántas pocas veces se convierte en una verdad absoluta. Hay que releer a Maquiavelo para entender por qué siempre es el pueblo – ignorante, para él- quien siempre hace de punta de lanza de gobernantes enloquecidos que en un psiquiátrico deberían residir. Ya saben que en toda estafa, el estafado se da cuenta tarde y mal que el estafador no sólo lo ha utilizado sino que a la postre se ha reído de él.

Esto último tardará en verse en la actual coyuntura política en la que malvive Cataluña. Habrá un día, sin embargo, que emergerá aquello tan conocido por repetitivo en la historia de los pueblos: “Yo, ya lo dije”. Será verdad en boca de la mayoría de los catalanes y será mentida en la boca del resto, pero se impondrá el partido del “ya lo dije”. Cuando esto pase, que pasará, ningún pecador por acción u omisión – estos últimos son legión en la mal llamada “sociedad civil” y especialmente en las “dinastías barcelonesas”- entonará el “mea culpa”.

Habrá sucedido lo que la Historia nos revela respecto del pueblo elegido por Dios, que no es el judío, sino el catalán: Siempre va a contracorriente, llega tarde y mal, y encima mantiene tozudamente el sustrato de que los sueños pueden hacerse realidad. Después de un tiempo de calma y de prosperidad, monta la de Dios es Cristo, y se autodestruye de nuevo. Es su única y veraz épica. No hay otra.

Asistimos a una Cataluña partida en dos y dispuesta a ir de cacería

Si nos vamos al gran historiador Vicens Vives y a su Noticia de Cataluña, el golpe de Estado propiciado por el Parlament de Cataluña y su gobierno constituye la revolución número doce de su listado de “pit i collons”, insensateces les llama, que explica “una historia llena de derrotas” – textual-. Porque lo instado por parlamentarios y secundado por una minoría ciudadana, es decir, lo que está ocurriendo, no es otra cosa que un intento de revolución manejado hábilmente por las CUP, por Podemos y por antisistemas de todo tipo y color que dominan el poder legislativo catalán, chantajean a su ejecutivo, condicionan a entidades cívicas y se han hecho con la calle, que siempre ha sido catapulta para subvertir sistemas políticos imperantes, aún los democráticos, como el nuestro.

Observen su discurso: la potencial independencia de Cataluña respecto de España es la excusa; no es el objetivo a alcanzar. Esto se ve poniendo distancia y no sucumbiendo a la patriótica custodia de urnas. Desean sustituir el actual régimen político, democrático y de Derecho, por otro de matrices varias inspiradas en los que en su día fueron el soviético, el castrista o el maoísta o en los que hoy son el bolivariano y el pyongyanista. Tanto les da porque tampoco saben cuál es su modelo definitivo. Por eso van de asamblea en asamblea hasta depurar la disidencia interna y constituir el comité central de lo que finalmente sea. Les interesa la revolución por la revolución y nunca piensan en construir, sino en derribar derechos y libertades. Son usufructuarios de la buena fe de los ciudadanos hasta que pasen a ser sus propietarios. Y, eso sí: como buenos hijos de la burguesía tradicional van a la insurrección bien en coche oficial, bien en el jaguar de papá.

En lo que nunca habían pensado es en encontrar en los Puigdemont, Junqueras, Mas, Romeva, Sánchez, Turull, Homs, Cuixart, Rufián y otros muchos, hasta en el cardenal Joan Rigol, antiguo aspirante a la presidencia del Senado de España, investidos de eficientes obreros de la sublevación “batasunizando” a la sociedad catalana antes del aterrizaje definitivo de los revolucionarios. Porque aquí y así estamos. Una Cataluña partida en dos y dispuesta a ir de cacería. En esto, y no en el buen gobernar, sí tiene experiencia. Lamentablemente. Pero ya se sabe que o bien la memoria es corta o bien no quiere saberse nada de ella. Por eso pertenecemos al reino animal y lo lideramos.