Seguimos necesitando un gendarme que nos proteja

La comunidad internacional puede patrocinar y practicar la intervención militar cuando se trata de evitar genocidios, crímenes de guerra, limpieza étnica y crímenes contra la humanidad

Irene Montero pontifica: “España es el país del `no´ a la guerra y la sociedad española somos gente de paz, apostamos por la paz”.

Pablo Echenique pontifica con letras mayúsculas: “NO A LA GUERRA”.

Cosa propia –cito por orden alfabético- de ingenuos, pacifistas y progresistas. A vosotros os digo que, a veces, es imposible reconciliar pacíficamente a los seres humanos y a los Estados. Añado: la vida y la paz no son valores absolutos del género humano. Los únicos valores absolutos son la libertad y la vida digna.

No hay que absolutizar la paz

En determinadas circunstancias, la defensa de la libertad y la vida digna justifican la práctica de un cierto grado de violencia. Voy a lo fácil: ¿tenía sentido el “no a la guerra” frente a Adolf Hitler? En determinadas coyunturas el pacifismo deviene una manifestación del zoologismo (conformismo, para entendernos). La frase no es mía, sino que pertenece al filósofo griego –de izquierdas por cierto- Cornelius Castoriadis.

La guerra no gusta y no nos gusta. Preferimos el diálogo y la paz. Desescalar, dicen ahora. Pero, el diálogo y desescalamiento, en una democracia y en un régimen liberal, tienen condiciones y límites. Cuidado con el buenismo pacifista que persigue “la resolución pacífica del conflicto”.

La fragata Blas de Lezo zarpa del Arsenal Militar de Ferrol para dirigirse al mar Negro ante la escalada de tensión entre Rusia y Ucrania. EFE/ Kiko Delgado

Y es que –ejemplos sobran y así nos ha ido-, con frecuencia, la conflictologogía tiende hacia la ética del esclavo. Es decir, la doctrina de la concesión por sistema para alcanzar la paz. ¿Qué paz? La del cementerio. Esto es, la del silencio. Todo por la paz, dicen. La paz o el pecado por omisión. No hay que absolutizar la paz.

Guerras justas e injustas

Hay que ir más allá del discurso ingenuo y distinguir entre guerra justa e injusta o intervención justa e injusta. Una tradición milenaria: “existiendo dos maneras de combatir, basada una en la discusión, y otra en la fuerza, ha de recurrirse a la última cuando no sea posible emplear la primera” (Cicerón, La República y Las Leyes); la guerra como “justa razón” para lograr la paz (Grocio, Del derecho de la guerra y la paz); o Santo Tomás que acepta la guerra en los casos en que existe el ius ad bellum o legítima defensa contra la agresión y el ius in bello o proporcionalidad en la respuesta, Suma Teológica.

Una tradición que continúa en nuestro tiempo con Michael Walzer (la “necesidad” de la guerra cuando hay una causa que la justifique, cuando no existe otra alternativa, cuando la violencia es proporcionada y reconocida por una autoridad legítima, Guerras justas e injustas, 1977), Agnes Heller (hay guerras “absolutamente justas”, cuando se trata de defender la libertad, Juicio final o disuasión, 1985) o Michael Ignatieff ( la derrota del terrorismo –ese es el objeto de estudio del pensador canadiense- requiere un cierto grado de violencia. El mal menor, 2005).

Y ello, sin olvidar el artículo 51 de la carta de las Naciones Unidas (1945) –Capítulo VII: Acción en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión–, en donde se lee lo que sigue: “Ninguna disposición de esta Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas, hasta tanto que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad internacionales”.

Por lo demás, cabe recordar la resolución adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (septiembre de 2005) que reconoce la “responsabilidad de proteger”. Una resolución que en sus puntos 138, 139 y 140 reclama que cada Estado ha de preservar a su población del genocidio, de los crímenes de guerra, de la limpieza étnica y de los crímenes contra la humanidad.

El detalle: la resolución señala que la comunidad internacional ha de ayudar a los Estados a ejercer dicha responsabilidad de proteger. Esto es, la comunidad internacional puede patrocinar y practicar la intervención militar cuando se trata de evitar genocidios, crímenes de guerra, limpieza étnica y crímenes contra la humanidad.

Y, sobre todo, más allá de la retórica onusiana, hay que respetar y cumplir el Acta Final de Helsinki (1975) sobre la soberanía de las naciones y la Carta de la OSCE (1990) sobre el derecho de los Estados a determinar su destino (1990)

Rusia no puede diseñar el orden europeo de defensa 

El “no a la guerra” soi-disant progresista insiste en la llamada “cultura de la paz y la no violencia” como método de “resolución pacífica de conflictos”.

La cuestión: ¿qué hacer mientras llega el gran día en que la cultura de la paz y la no violencia sean moneda de circulación corriente en nuestro mundo?

¿Cómo dialogar con quien no se muestra receptivo al diálogo? ¿Cómo dialogar con quien estaciona cien mil soldados en una frontera y afirma que aquí no pasará nada? ¿Cómo dialogar con quien no acepta concesiones y pretende imponer sus intereses? ¿Alguien se atreve a criticar que los aliados declararan la guerra a la barbarie nazi? ¿Dialogar con los nazis para arreglar el “conflicto” sin incurrir en violencia? ¿Doblegarse –en nombre de una supuestamente beatífica paz perpetua– ante el despotismo comunista que quería “finlandizar” Europa o quien quiere rehacer la Gran Rusia zarista o comunista anexionándose lo que cree que es suyo?

Sigamos hablando de Rusia: ¿cómo contemplar sin hacer nada a un vecino que exige que la OTAN limite su expansión oriental, congele de manera permanente su infraestructura militar en los antiguos territorios soviéticos, no brinde asistencia a Ucrania, y prohíba los misiles de alcance intermedio en Europa?     

Resumo: ¿Occidente ha de tolerar que Rusia diseñe el orden europeo de seguridad según sus ambiciones e intereses para ocupar “el lugar que le corresponde en el mundo”? No. 

Hay indicios para creer que seguimos necesitando un gendarme que nos proteja de determinadas amenazas. Los Estados Unido y la OTAN, por ejemplo.

La Unión Europea, ¿dónde está la Unión Europa? Los ciudadanos europeos, ¿dónde están los ciudadanos europeos? Cualquier día son capaces de salir a la calle cantando el Imagine de John Lennon.