Sentido y sensibilidad
Sentido y sensibilidad es la traducción del título de la novela de Jane Austen que acabó imponiéndose en las ediciones en español sobre las también acertadas y quizás más exactas Juicio y sensibilidad, Sensatez y sentimientos o Juicio y sentimiento.
No es ésta la más famosa de sus obras. Orgullo y prejuicio es su novela más conocida. En ambas retrata, con una exquisita minuciosidad, la conducta humana y las contradicciones que la enfrentan a las pulsiones primarias del alma. La tensión entre lo adecuado, lo posible y necesario, frente a los deseos, las esperanzas y las ilusiones.
En estas novelas, con independencia de su función moralizante y el desarrollo de su trama, la conjunción copulativa «y» que une los dos sustantivos del título, plantea una probablemente no buscada disyuntiva moral: Sentido y sensibilidad u Orgullo y prejuicio.
Esta es la semana de las decisiones que pueden determinar este ciclo político, por la capacidad de los diferentes partidos para lograr acuerdos o desacuerdos a la hora de trabar y sumar apoyos para la investidura del nuevo gobierno.
Metafóricamente, sobre estas fechas, las precedentes y las futuras, planea respecto a la actitud y las decisiones de los partidos que representan la soberanía nacional esta encrucijada austeniana: optar por el sentido y la sensibilidad o por el orgullo y el prejuicio.
Y en estos últimos días, acompasando el ruido de la escenificación política, parece que se ha ido decantando y precipitando la decisión de cada uno de ellos.
Hay partidos que parece que han decidido anteponer el sentido de Estado y la sensibilidad para con las necesidades y problemas de los ciudadanos españoles, al orgullo personal y el prejuicio ideológico.
Que parece que han decidido hablar, negociar, debatir, confrontar ideas para intentar alcanzar acuerdos que permitan configurar un gobierno que pueda iniciar las reformas y transformaciones institucionales y económicas que necesita España, desde la base de la búsqueda de puntos de encuentro, con el objetivo del bien común.
Que parece que han decidido trabajar con sentido de Estado en la defensa de los principios irrenunciables y que no están por la subasta de los fundamentos de nuestra democracia: la unidad nacional, la soberanía del conjunto de los ciudadanos, y los valores de la igualdad y la fraternidad entre los españoles.
Que parece que tienen sentido de Estado para poner encima de la mesa las reformas que nuestra nación debe acometer para resolver los problemas actuales y anticiparse a los futuros.
Que suman a ese sentido de Estado, gracias a esa conjunción copulativa «y» imprescindible y olvidada por el anterior gobierno, la sensibilidad social. Una sensibilidad que obliga a reconstruir y fortalecer nuestro Estado de bienestar a través de profundas reformas económicas que combatan el desempleo, modernicen nuestro tejido productivo y reduzcan las crecientes desigualdades que sufren nuestros compatriotas.
Una sensibilidad que suture la ruptura emocional de una mayoría de los ciudadanos que se han sentido abandonados por su gobierno en la crisis más dura de las últimas décadas.
Hay partidos que parece que han optado por conjugar una política con sentido de Estado y sensibilidad con los más desfavorecidos.
Pero también hay otros partidos que han decidido optar por el orgullo y el prejuicio. Que ordenan sus actos movidos por la ambición prepotente o la inacción desesperante. Que anteponen su ansía de poder o su irresponsable ceguera que les impide dar un paso al lado, aún estando en su ocaso político.
Que parece ansían las sillas y no las reformas. Que ponen líneas rojas a los acuerdos y cordones sanitarios a otros partidos o que no asumen su incapacidad de acrisolar acuerdos, porque no quieren aceptar la cruda realidad que ha sentenciado que su ciclo político se ha acabado.
Que proponen romper la soberanía nacional para mantener convergentes sus confluencias, sacrificando con ello la fraternidad y los derechos y libertades del conjunto de los ciudadanos españoles, que no están dispuestos a permitir un gobierno reformador, aunque ellos precisen realizar su propia transformación.
Partidos que parece que quieren asaltar las instituciones para violentarlas y otros que se resisten a abandonarlas para poder seguir instrumentalizándolas en su propio beneficio.
Los acontecimientos políticos están llamados a acelerarse en los próximos días. Y aunque parece que cada uno de los actores políticos ha optado por uno de los caminos, nada está escrito definitivamente.
La Nación no puede permitirse la inestabilidad política y sería deseable que no tuvieran que repetirse las elecciones, cuyos resultados, a priori, no se aventuran radicalmente diferentes a los del pasado 20D.
Por el interés del país, de sus ciudadanos y de las propias formaciones políticas, sería conveniente una reflexión y una reconsideración profunda de las posiciones de aquellos que parecen haber decidido seguir el camino del orgullo y el prejuicio.
Personalmente no me gusta especialmente Jane Austen, aunque no tan poco como hacer caso a Mark Twain que decía que cualquier biblioteca era buena siempre que no tuviera un sólo ejemplar de sus obras, y que cada vez que leía Orgullo y prejuicio sentía ganas de desenterrar a Austen y golpear su cráneo con el hueso de su propia tibia.
Pero si tuviera que escoger entre una de las dos obras cuyos títulos han inspirado este artículo, escogería Sentido y sensibilidad. Y creo que la mayoría de los españoles, también.