Spielberg en la universidad española

La universidad, al igual que la película 'Parque jurásico' de Spielberg, permanece anclada en el pasado y presa de su propia estructura

El 1993 resultó especialmente brillante para un consagrado director de cine como ya se consideraba a Steven Spielberg. Es el año en el que se estrenan dos de sus películas más representativas, Parque jurásico y La lista de Schindler, ejemplos de su bipolar modo de entender el cine, como entretenimiento y como compromiso.

Cuenta una de las numerosas leyendas que sobre este magnífico cineasta se propagan que en una ocasión le preguntaron acerca del modo distinto, casi contrapuesto, de enfocar el cine que mantiene desde del inicio, mezclando la realización de películas para mayorías, espectaculares y enormemente vistosas, al modo de las grandes producciones, y otras más intimistas y cercanas al denominado como cine de autor.

Spielberg, con esa inteligencia práctica que le caracteriza, y para ello no hay más que ver su faceta como productor, comentó que para poder hacer filmes como La Llsta de Schindler obligado estaba a dirigir otros como Parque jurásico.

El guión de esta última se basó en una magnífica novela del mismo título escrita por Michael Crichton en 1990.

Nuestra universidad, no solo por el sonado caso Cifuentes, está pasando por muy malos momentos. Trompetas de augures del fin de sus días ya lo venían anunciando desde hace tiempo

En dicha obra, como en la película, asistimos a la creación de un mundo artificial con formato natural a partir de logros espectaculares de una vanguardista aunque imposible ingeniería genética con los actuales medios a nuestro alcance. Disfrutamos así de la recreación del antediluviano mundo jurásico, constuyéndose para ello una asombrosa e imposible reserva biológica, a modo de monumental parque de atracciones, en una remota y solitaria isla de laboratorio.

Las denominadas casas de fieras, parques zoológicos o simplemente zoológicos, tal y como los entendemos en la actualidad, son un invento del siglo XVIII, ese siglo presidido por los avances de la física y de la ciencia en general que soñó con llegar a controlar la naturaleza.

La primera instalación se realiza en Viena en 1765 aunque la concepción moderna de este tipo de espectáculos, esto es, colecciones de animales con recreación de hábitat para su exposición en público, se datará en 1828 y se instaló en Londres con la denominación ya específica de zoológico.

Nuestra universidad, la española, tal y como la entendemos y padecemos ahora, es también un invento propio del siglo XVIII, dirigida con posterioridad por cánones netamente franceses, propios de la administración napoleónica: orientación por parte del estado, derecho constitucional a la enseñanza superior, centralismo, división por facultades y un sistema de acceso y promoción basados en el mérito.

Espectáculos tan antiguos, y a juicio de algunos sectores tan trasnochados como los zoológicos y aquellos donde se utilicen animales (tal es el caso de los circos) están siendo clamorosamente cuestionados.

Parte de la responsabilidad recae sobre un modelo de educación superior que ha dado sobradas muestras de inadecuación, como es el denominado plan Bolonia

El avance de la cultura, así como el aumento de la sensibilidad a todo lo que suponga la vida en general, provocan un encendido debate sobre los límites, incluso físicos, donde albergar la confluencia entre el divertimento y el sufrimiento que ello implique. Encerrar vida para algarabía de unos pocos no parece ser el modo más legítimo de pasar un buen rato.

Nuestra universidad, no solo por el sonado caso Cifuentes, está pasando por muy malos momentos. Trompetas de augures del fin de sus días ya lo venían anunciando desde hace tiempo: el modelo administrativo resulta lento y moroso, el ajuste continuo de los presupuestos que se destinan la ahoga económicamente, la endogamia y el desprestigio social manifiestan ser cada vez más evidentes, el uso de la universidad pública en beneficio privado se torna cada vez más escandaloso… entre otros, estos son algunos males que esta padece.

Y parece obvio que, aún resultando muy sugerente, el modelo que en su momento propuso Ortega y Gasset en su clásico Misión de la universidad no es aplicable totalmente en el momento actual.

Cuestiones tan obvias como el cambio social y cultural al que estamos asistiendo con la incorporación de las nuevas tecnológicas, la modificación de los modelos de aprendizaje, la función que ahora cumple el conocimiento y el saber, la necesidad de saberes útiles y aplicables, en definitiva, estos nuevos tiempos que nos obligan a todos a mutar nuestra forma de entender el mundo, así como a afrontar los cambios inevitables, están calando con poca celeridad y eficacia en el ámbito del conocimiento más elevado al que puede aspirar una sociedad. Si, como se dice coloquialmente, ahora lo que importa es lo que se hace a partir del grado para afrontar de modo eficaz la etapa laboral.

La única alternativa que parece tener la universidad en España, tanto la pública como la privada, es convertirse en una institución abierta, conectada al máximo 

La universidad, en concreto la pública, no parece estar volcándose a ello de manera muy adecuada; además de lo que supone como desdoro del propio grado. Y gran parte de la responsabilidad recae, a nuestro juicio, sobre un modelo de educación superior que ha dado sobradas muestras de inadecuación, como es el denominado plan Bolonia, más conveniente para estructuras universitarias plenamente independientes y mucho más modernas que la nuestra.

Si de algo nos estamos dando cuenta en este convulso inicio de siglo es que aquellas antiguas estructuras que configuraron hasta ahora la edad contemporánea y que nos aseguraban una confortable sensación de seguridad, ya no son válidas.

La universidad, al menos en España, sigue presa de una estructura férreamente delimitada, constreñida desde fuera aunque con logros magníficos y ventanas abiertas a otras realidades sociales, pero donde se sigue manteniendo un formato cerrado y nada poroso.

La evolución de los zoos fueron los parques zoológicos abiertos, donde a sus inquilinos se les daba mayor libertad, pero seguían dependiendo para todo de sus captores. Los parques de la naturaleza o las reservas animales se orientan más a la integración del visitante en el medio que hacia la adaptación de los animales a los espectadores. Pero aún así, el formato no resulta ni cómodo ni conveniente.

Dotarla de autonomía real y considerarla como una organización compleja y emergente, carente de presiones partidistas y socialmente sectarias se nos antoja la única manera de salvar a esta institución

La única alternativa que parece tener la universidad en España, tanto la pública como la privada, si no quiere seguir bajando puestos en cualquier de los rankings que existen en la actualidad, es convertirse en una institución abierta, conectada al máximo con todo tipo de instancias sociales, dispuesta a la colaboración y el acuerdo, inserta en las nuevas tecnologías (y no la mera incorporación de la tecnología como un medio de apoyo al estudio), sin comportamientos corporativos y endogámicos y libre de presiones políticas y sociales.

Dotarla de autonomía real y considerarla como una organización compleja y emergente, carente de presiones partidistas y socialmente sectarias se nos antoja la única manera de salvar, para un futuro albergado ya en el presente, una institución que, aunque profundamente modificada, debe seguir perviviendo.

Pero recuperamos a Ortega y asentimos con él cuando, en su citado opúsculo Misión de la universidad, ya hacia su finalización, apunta: “La universidad tiene que estar también abierta a la plena actualidad; más aún tiene que estar en medio de ella, sumergido en ella”.