Todo seguirá igual

Las proyecciones sobre el futuro post-pandemia recuerdan las utopías del siglo XIX, la distopía de Orwell, la prospectiva del XX y la certeza liberal

Las previsiones sobre cómo será el mundo de mañana después de la Covid-19 recuerdan –no me refiero a detalles de la vida cotidiana, sino a tendencias generales– las utopías protosocialistas del XIX, la distopía de George Orwell, los estudios de prospectiva del último tercio del XX, y la certeza liberal.

Nada nuevo. Hoy, como ayer, a los futurólogos no les preocupa adónde vamos, sino a dónde nos quieren llevar.

Aires del protosocialismo utópico

Muchas de las previsiones de futuro –de hecho, deseos– que se detallan estos días remiten al protosocialismo del XIX –Owen, Fourier o Cabet– preocupado por lo colectivo, el igualitarismo, la solidaridad, el apoyo mutuo, la sobriedad. Una impugnación del capitalismo liberal, el individualismo y la búsqueda de la ganancia. Alternativa: más Estado y una reforma social radical. Un mañana que, grosso modo, cuadra con la izquierda.

De nuestros protocialistas contemporáneos, Karl Marx probablemente diría lo mismo que afirmó de sus antepasados: “Una serie de ideas fantásticas acerca de su destino y posición, dejándose llevar por los primeros impulsos, puramente intuitivos, de transformar radicalmente la sociedad… un carácter puramente utópico… [de quien] no ha alcanzado aún la madurez” (Manifiesto del Partido Comunista, 1848).

En la jerga marxista, se trataría de “pequeñoburgueses”. O, si se quiere, de individuos perfecta y comódamente integrados en el Sistema que están encantados de haberse conocido y de la vida que llevan. Individuos que saben que el Sistema –como ellos mismos– siempre sobrevive bajo una u otra forma. Por eso, lo critican.

Retorno a 1984

Al de George Orwell en su novela titrulada 1984. Esa distopía en que el hombre pierde su libertad bajo el régimen de un Hermano Mayor o Gran Hermano que todo lo manipula, vigila, controla y castiga. Una fábula del totalitarismo.

En el 1984 que algunos auguran –previo triunfo y consolidación del capitalismo una vez controlada o vencida la pandemia de la Covid-19–, se impondrá el autoritarismo, la represión, la vigilancia totalitaria basada en el control digital, el resentimiento, la xenofobia, la misoginia, la ambición, el egoísmo, la desigualdad, la explotación, la insolidaridad.

Afortunadamente –señalan–, existirán los que denuncian las injusticias, los activistas utópicos y los ciudadanos comprometidos con el mundo de mañana que se caracterizan por sus alternativas creativas y disruptivas. Una previsión que cuadra, a la carta, con una determinada izquierda.

La cuestión es la siguiente: ¿qué 1984 –si finalmente viene– es el que viviremos? ¿El liberal-capitalista o el de los activistas utópicos y los engagés creativos y disruptivos que buscan un mundo utópico previa superación del sistema capitalista?

La realidad liberal-capitalista, virtudes y vicios, ya la conocemos. Y la utopía anticapitalista, también: ese proyecto redentor que exige el sacrificio del presente en beneficio de un supermundo que nunca llega. Una redención laica que esconde una concepción mítico-religiosa de la historia en que el absoluto religioso ultraterreno ha sido substituido por la fe en una sociedad terrenal paradisíaca. Traduzco: subdesarrollo crónico y miseria.

Megatendencias

Durante las tres últimas décadas del XX, abundaron los trabajos de prospecticva que formulaban hipótesis sobre el futuro. Ensayistas de orientaciones e intereses diversos –Bell, Drucker, Masuda, Meadows, Mesarovic, Minc, Naisbitt, Peccei, Thurow, Toffler o Touraine, entre otros– detectaban las megatendencias de una “sociedad post-industrial” que anunciaba su llegada.

En general –sin entrar en detalles–, percibieron que el mañana –su mañana que es nuestro hoy– giraría alrededor de la globalización y de unas nuevas tecnologías que revolucionarían nuestra vida y nuestro mundo. Acertaron.

El discurso liberal confía en un mañana estructuralmente igual al mundo de hoy

La aparición de la Covid-19 ha propiciado la emergencia de una renovada plétora de futurólogos que anuncian –también– unas megatendencias que ya estarían ahí. Más allá de la muletilla del “nada será como antes”, se nos advierte de la creciente importancia –del teletrabajo al robot– de las nuevas tecnologías en todos los ámbitos –sanidad, educación, trabajo, finanzas– de la existencia. Probablemente, acertarán.

Consolidación del Sistema

El discurso liberal confía en un mañana, con los matices que se quiera, estructuralmente igual al mundo de hoy. ¿Por qué? Primero: porque, brinda un proyecto realista que está en el origen de nuestro desarrollo y nuestras libertades. Segundo: por su plasticidad y capacidad de adpatarse al medio.

Por ello, el discurso liberal anuncia la consolidación de un Sistema que –lejos de los errores de 2008– transgrede la ortodoxia: una dosis de intervencionismo, liquidez, subvenciones y ayudas limitadas, moderación del laissez faire, laissez passer, y recuperación del plan eleborado por el general George Marshall –veremos cómo se financia– con el objetivo de sobrevivir a las crisis exógenas o endógenas.

Un “todo seguirà igual” –ahí tienen ustedes la crítica avant la lettre que ya recibe el capitalismo reformado post pandemia– que gustará a unos y disgustará a otros. La cultura de la queja antiliberal: no hemos aprendido nada de la crisis y seguiremos con las mismas injusticias, desigualdades e inestabilidad.

Michel Noblecourt, en el suplemento Livres del 6 de febrero de 2009 de Le Monde, afirmó lo siguiente en el comentario del libro de Matthieu Pigasse y Gilles Finchelstein –sobre la crisis económica de 2008– titulado Le monde d´après. Une crise sans précédent: los autores “no pretenden haber descubierto una pócima mágica… abogan por atrevidos remedios contra la ‘mala participación’ de la riqueza… [a favor de] una nueva regulación que solo puede ser global… ¿Utopía? ¡Sí, pero terriblemente estimulante!”.

Años después –superada la crisis– se comprobó que entre el deseo de los dos ensayistas y la realidad, ganó, de nuevo, a pesar de las propuestas terriblemente estimulantes, la realidad. Esto es, el capitalismo liberal.

Albert Camus: “El rumor de la ciudad llegaba al pie de las terrazas con un ruido de ola… una franja rojiza indicaba el sitio de los bulevares y plazas iluminadas… el deseo bramaba sin frenos y era un rugido lo que llegaba hasta Rieux. Del puerto oscuro subieron los primeros cohetes… La ciudad los saludó con una sorda y larga exclamación… El viejo tenía razón, los hombres eran siempre los mismos. Pero esa era su fuerza e inocencia y era en eso en lo que, por encima de todo su dolor, Rieux sentía que se unía a ellos” (La peste, 1947).