Trapero y los mileniales: ¿Quién rompió el contrato social?

Se acusa a los jóvenes de 18 a 35 de falta de compromiso. Pero la generación mejor preparada de la historia se enfrenta a la falta de oportunidad

Se verá si el desacuerdo entre el Gobierno y el consejero Jordi Jané sobre cuántos Mossos d’ Esquadra (50 o 500) puede contratar la Generalitat se convierte, como el Corredor Mediterráneo, en motivo de disputa política. De momento, la polémica la ha suscitado el jefe del cuerpo, Josep Lluís Trapero, con su crítica a la “lealtad y compromiso” de los mileniales, la generación llamada a asumir el mando policial en una hipotética futura República Catalana.

Uno de cada cinco catalanes y españoles nacidos entre 1982 y 2000 forman la generación del milenio. Los mayores rondan los 35 años y los más jóvenes apenas 18. Son los mejor formados  de la historia, con un 54% de titulados superiores. Los baby boomers comenzaron a ir a la universidad en masa; algo que la Generación X posterior vio convertido en derecho por obra del estado de bienestar. La Generación Y recibió, además, el extra de la prosperidad.

Los mileniales están infra-representados en los Mossos. Según el propio Trapero, hay 2.727 agentes en esa horquilla, la cuarta parte mujeres, entre los casi 16.900 miembros del cuerpo. Son el 16% de la plantilla, mientras que el mismo grupo suma el 20% de la población. 

Los mileniales, la generación de 18 a 35 años, están infra-representados en los Mossos

Trapero piensa que tienen “poca paciencia, baja tolerancia a la frustración y falta de lealtad”. Lo dijo el miércoles durante una conferencia titulada paradójicamente ‘Generación Millennial: ¿Preparada para liderar?’. Sus observaciones formaban parte de una trabajada intervención en su propia escuela de policía sobre liderazgo y cambio generacional. Los extractos recogidos  por las radios y la prensa crearon una desfavorable impresión del habitualmente discreto jefe de los Mossos. La versión escrita daba más contexto.

Josep Lluís Trapero Álvarez (52 años) es perseverante y competente, cualidades con las que ha alcanzado el rango de ‘major’, ostentado solo una vez y vacante desde 2007. Su discreción de puertas afuera contrasta con el cuidado que ha prestado a las instancias políticas relevantes. Su primer valedor fue Felip Puig; luego, Ramón Espadaler, y, por fin, Carles Puigdemont, a quien trató cuando estuvo destinado en Girona y con quien mantiene una relación cordial.

El discurso del primer policía de Cataluña se conoció poco después de la repentina ‘indisposición’ de 40 agentes de la Brigada Móvil que debían desplazarse a cubrir servicios nocturnos a Lloret y Salou. Esa sería la “falta de lealtad” que se traduce, según dijo, en escaso compromiso con la organización, absentismo y en “dar prioridad a la satisfacción personal”. Están “acostumbrados a tenerlo todo de manera inmediata” y eso “a veces se expresa a través de la queja constante por la falta de medios”.

Se critica que los mileniales sólo están interesados en las redes sociales y que carecen de compromisos a largo plazo

Los mileniales tienen mala fama. Son –se acostumbra a decir—hedonistas y lo quieren todo de inmediato. Carecen de paciencia, perseverancia y de capacidad de esfuerzo. Y pasan de política, mientras que su interés cultural emana sólo de la pantalla a la que están pegados, inmersos en las redes sociales. Y son alérgicos al compromiso de largo plazo.

Opiniones como esas abundan por convicción, incomprensión o, simplemente, exasperación. Quienes las emiten olvidan que a ellos, de jóvenes, les llamaban cosas peores: vagos, hippies, holgazanes y pelanas. Pero también reciben palos de sus coetáneos: de los ni-nis o de los gravitan hacia la marginalidad por acción de las brechas sociales. Y, en el extremo opuesto, de los cachorros del estrato más pudiente –el pijerío cool— que reproduce con atrezzo milénico los valores conservadores de sus mayores.

Su perfil es mucho más complejo. Son, en efecto, individualistas, pero este es el rasgo que les estimula su iniciativa y su capacidad de emprender. Y a la vez, se apuntan más que ninguna generación precedente a ONGs a las que dan tiempo, trabajo y dedicación.

El intento de encasillar una generación –la que sea— en un molde fijo conduce a la generalización. ¿Qué determina el carácter de la persona en cada época y lugar? ¿La carencia de esfuerzo por lograr sus metas o la carencia de oportunidades que permitan tener metas?

Son individualistas, pero este es el rasgo que les estimula su iniciativa y su capacidad de emprender

Los mileniales son una generación de tránsito. Son los últimos analógicos y los primeros nativos digitales. Crecieron en el boom económico solo para llegar a la edad laboral cuando estalló la peor crisis desde la Gran Depresión. En las economías desarrolladas, son los mejor formados y los más mimados; pero no porque lo pidieran sino porque se podía y se lo dimos. El principal logro de cualquier generación ha sido, hasta ahora, conseguir que sus hijos les superen en educación, seguridad y bienestar.

Ante el panorama, los mileniales desarrollan sus estrategias de supervivencia. No hay trabajo de calidad para tantos candidatos. Para los mejor formados, la opción es emigrar a donde puedan hacer uso de las habilidades que su país no les compra; o que compra bajo el disfraz de ‘falso autónomo’. La mitad de los 60.000 emigrantes catalanes –800.000 en toda España—desde 2009 son jóvenes. En la primera mitad de 2016, salieron solo en Cataluña 16.931 personas de entre 18 y 35 años, cifra igual a la plantilla total de los Mossos d’ Esquadra.

Pese a la recuperación de la economía, el mejor escenario para muchos que se quedan es ser mileurista. Serlo era una penalidad hace una década; ahora es casi una suerte. Hoy en día, para gran parte de la Generación Y, formar una familia no es una aspiración sino una temeridad. Nuestra demografía y la caja de la Seguridad Social ya acusan el impacto de ese harakiri colectivo. Desde 2015, en España mueren más que los que nacen.

El 70% de los jóvenes cree que tendrán de seis a diez empleos en su vida, pero nadie se compromete con ellos

Los mileniales no se comprometen a largo plazo con una empresa o una institución. El 70% cree que a lo largo de su vida laboral tendrán entre seis y diez empleos distintos. Pero ¿se quién compromete con ellos? El contrato social que se les propuso decía: “Sé bueno, decente, estudia y esfuérzate; y seguro que te irá bien”. Josep Lluis Trapero lamenta que sus guardias muestren poco compromiso. No puedo opinar, pero sí formular una pregunta: ¿está él en condiciones de ofrecer un nuevo contrato social entre la organización que comanda y la generación que en la próxima década representará la mitad de la fuerza laboral mundial?

Solo podremos hablar de lealtad y compromiso si las generaciones anteriores aceptamos hablar de nuestra propia responsabilidad, colectiva y también individual. Pero a la vez se fractura el pacto intergeneracional. Las opciones de quienes piden paso no se las han limitado tan solo los políticos (de los que recelan) o el modelo demo-liberal (al que acusan de haberles fallado). Quienes venimos antes también lo hemos permitido. Por complacencia, por incomparecencia y por perder el equilibrio entre lo individual y lo social.

¿Están preparados para liderar los mileniales?, se peguntaba el major de los Mossos. Quizá haya cuestiones previas que convenga dilucidar. Según Jordi Jané, los 500 nuevos agentes no son una ampliación de plantilla sino una reposición los 400 mossos que en los últimos años han abandonado el cuerpo. Ignoro si esta tasa de rotación es la habitual en una fuerza policial o si obedece a causas especiales. Pero, como principio general en cualquier organización, la lealtad interna es una calle de dos direcciones.

A los mileniales no les motiva tanto el dinero como la idea. Y ser actores de su concepto  fetiche: la innovación. La policía requiere una transformación de sus estructuras y miembros similar a la de cualquier otra institución. Y en consonancia con la sociedad a la que sirve. El primer paso es retirar las barreras y los tapones generacionales –los nuevos techos de cristal— que con frecuencia impiden no sólo la promoción de la nueva generación, sino su energía y su talento.