Un debate con trampas

Para quien siempre tuvo un santo temor a la inflación, la palabra opuesta, deflación, debería sonar como un lenitivo que suaviza los arañazos y la áspera erosión del poder de compra asociado al aumento del nivelgeneral de precios. Sin embargo, se ha presentado como el peligro gemelo, como una especie de Escila y Caribdis al acecho de incautos.

Puede haber algo de esto, pero sólo en algunos supuestos concretos, porque también hay situaciones de estabilidad, e incluso descenso, de precios al tiempo que la actividad económica se expande y, con ella, la creación de empleo. Lo único necesario para concebir esas hipótesis pasa por considerar algo tan obvio como la combinación de dos aspectos omnipresentes: la innovación y la curva de la experiencia.

La innovación, sea sustantiva o incremental, aporta valor al producto final en forma de mejores prestaciones, eficiencia en uso, descenso en costes de fabricación, mayor duración, personalización, etc. Así, a igualdad de precio, y aún más si éste se reduce, el comprador o usuario recibe más satisfacción por su compra. Si la innovación se hace en el proceso productivo, puede facilitar el uso de materiales de menor coste y acelerar el proceso de transformación, permitiendo ahorros relevantes que podrían, al menos en parte, trasladarse a descenso de precios. Por otra parte, sin necesidad de estas innovaciones, la acumulación de experiencia muestra que la reiteración en una actividad aporta ahorro de tiempo, da seguridad, evita mermas y rechazos, a la vez que abarata los input productivos por aumento en la cuantía demandada y por la mejora de eficiencia de los proveedores, que también se benefician del crecimiento de la actividad. Los estudios sobre la curva de eficiencia muestran ahorros de hasta un 20% cada vez que se dobla la actividad.

Lo expuesto suele aceptarse con respecto a las actividades industriales, pero también vale para buena parte de los servicios que se benefician de la experiencia de quien los presta. Desde la seguridad del análisis del médico experto a la precisión y claridad del periodista, del traductor o el abogado, hay un amplio abanico de profesiones y oficios en los que la antigüedad acumula grados de confianza y precisión.
Hay excepciones, como la interpretación musical, aspectos de la docencia, el trabajar de acuerdo a un reglamento rígido e inamovible, los incentivos asociados a la fijación de precio por hora de dedicación en lugar de resultado y otros pero, en general, también en los servicios pueden obtenerse ahorros de gasto y tiempo.

Los mercados competitivos, que no son todos, aportan incentivos y situaciones en las que la invención, la innovación y las mejoras de eficiencia se juntan. En estos casos se puede mantener el margen de beneficio por unidad producida y reducir el precio final, lo que permite acceder a mercados más amplios. El abaratamiento de los equipos de informática es un ejemplo vivo, con prestaciones mejores, precios menores y un flujo continuo de incrementos de calidad en todas las facetas del producto. Durante buena parte del siglo XIX, los precios alternaron fases de subidas y descensos, mientras que la humanidad asistió a la extensión de los ferrocarriles, el ascenso del comercio y mejoras en la tecnología productiva.

LO QUE ENSEÑA LA HISTORIA.
Los historiadores económicos se referían a los siglos de la edad moderna, caracterizados por los descubrimientos y el aflujo de metales preciosos a las metrópolis, como la era de la inflación, que había sido propiciada por el aumento del dinero (metálico) en circulación.

Esas experiencias se quedaron pequeñas en el siglo XX, al que Milton Friedman llamó la era de la inflación. En este caso confluyeron dos factores: el fin del vínculo entre la moneda y las reservas de oro y la emisión excesiva de billetes de curso legal. Por este procedimiento se redujo el poder de compra del dinero en beneficio de los gobiernos que envilecen su moneda. Esto perjudica a los contribuyentes, que con un sistema fiscal progresivo saltan a tramos sujetos a mayor tributación sin haber obtenido más poder de compra. También perjudica a los perceptores de rentas fijas, como pensionistas y compradores de deuda pública, que no actualizan sus ingresos.
Los mismos que han propugnado la inflación alegando que dinamiza el mercado ahora la buscan para frenar la deflación.

En ambos casos, pero con más fuerza en el segundo, lo que buscan es aumentar el gasto público y, en la situación actual, escapar a cualquier restricción. Sin embargo, conviene no perder la perspectiva. Lo que ahora permite aumentar la cantidad de dinero con estabilidad de precios es el aumento de importaciones procedentes de países que producen con costes bajos y lo que reduce el IPC es básicamente el descenso en el precio del petróleo y la caída de la demanda. Un IPC estable es compatible con aumentos en algunos sectores y descensos en otros. Esas asimetrías informan al mercado de las insuficiencias (y excesos) de oferta y orientan la producción. El problema aparece cuando el mercado no responde, por ejemplo, cuando los países con petróleo actúan en colusión y reducen de forma programada su extracción para subir el precio o impedir su descenso. Lo que es legítimo hecho de modo individual, es un delito contra la competencia si se concierta colectivamente.

Paradójicamente, es práctica normal y pública cuando lo hace un grupo de países (en su mayoría con gobiernos totalitarios) en contra del resto de la humanidad.