¡Cincuenta años y después esto! 

El último informe de la UCO, que detalla la trama corrupta vinculada a quien fuera secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, no es un simple capítulo más

A la muerte de Franco y al inicio de la Transición, se hizo célebre en cierta prensa satírica vasca una frase que se convirtió en un lamento irónico, casi resignado, que resumía una sensación de decepción colectiva. Después de cuatro décadas de dictadura, lo que llegaba no era la libertad plena y luminosa que todos deseábamos, sino un escenario gris, convulso y frustrante: Berrogei urte eta gero hau! (¡Cuarenta años y después esto!). Era el lema del descontento. 

Se trataba de un reproche implícito que los jóvenes de entonces dirigían tanto al Estado como a la propia sociedad por no haber sido capaces de construir algo mejor o más justo tras tantos años de dictadura. Y me temo que los jóvenes españoles de ahora viven igualmente sumidos en una decepción colectiva similar a la que experimentamos hace medio siglo: los que no se han ido a trabajar al extranjero no se pueden emancipar; adquirir una vivienda asequible es tarea imposible, los trabajos están mal remunerados y cada vez alcanzan para menos. Y, para colmo, viven inmersos en sociedades cada vez más inseguras. ¡Cincuenta años de democracia para esto! 

Así las cosas, la famosa frase de entonces podría volver ahora con la misma carga de reproche que nosotros pusimos de moda en los años posteriores a 1975: “Cincuenta años y después esto”. Medio siglo de democracia para encontrarnos inmersos en un interminable serial de corrupción que cuestiona los cimientos mismos de un sistema que se suponía consolidado. Hemos hecho creer a nuestros jóvenes que en todos estos años nos hemos puesto a la misma altura que los países de nuestro entorno, con una democracia madura. Pero no es cierto. Porque en cualquier democracia de verdad, cuando un Gobierno se ve envuelto de manera reiterada en tramas de corrupción que afectan a su círculo más próximo, el mecanismo natural y obligado es la dimisión o, en su defecto, la convocatoria de elecciones para devolver la palabra a los ciudadanos. 

El último informe de la UCO, que detalla la trama corrupta vinculada a quien fuera secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, no es un simple capítulo más. Es, por acumulación y gravedad, el punto en el que un sistema democrático sano debería saltar por los aires. Y ahí reside, quizá, el síntoma más inquietante de todos: no tanto la corrupción en sí, sino la aparente inmunidad política con la que un Gobierno puede caminar entre escándalos como quien atraviesa un charco confiando en que el sol lo evaporará por sí solo. 

El informe de la UCO, lejos de ser una anécdota, pone negro sobre blanco una trama que, según los investigadores, arranca en 2018, precisamente cuando los socialistas regresan al poder. Es entonces cuando comienzan las presuntas mordidas, los circuitos de favores y los mecanismos opacos en los que orbitan empresas como Acciona y personajes que, sin cargo público alguno, ejercen una influencia difícil de justificar sin un respaldo institucional explícito. Santos Cerdán, hoy presentado como un peón que “actuó por su cuenta”, no encaja en ese relato autocomplaciente que emana del PSOE. Porque la pregunta es obvia: ¿cómo puede un dirigente orgánico, sin cartera ministerial ni responsabilidades ejecutivas, operar con semejante capacidad de intermediación sin el conocimiento —o la permisividad— de quienes sí gobiernan? 

Pedro Sánchez, como si estuviera blindado

Lo verdaderamente inquietante es que Pedro Sánchez se comporta como si estuviera blindado frente a los estándares democráticos europeos. Cuando un Ejecutivo no asume ni responsabilidades políticas ni institucionales ante escándalos repetidos, la duda es si este Gobierno no nos estará llevando a la situación de partida de hace 50 años, cuando todo eran dudas y temores ante el incierto futuro de una frágil democracia. 

No es ninguna exageración preguntarse si Pedro Sánchez actúa guiado por principios democráticos o únicamente por la necesidad de mantenerse en el poder al precio que sea. La resistencia a asumir responsabilidades, la minimización de cada escándalo y la estrategia de presentar cualquier crítica como un ataque interesado deberían encender todas las alarmas. 

Porque un Gobierno que solo se sostiene mediante la negación de la realidad solo demuestra debilidad: es un Gobierno atrincherado. Y un Ejecutivo atrincherado deja de ser plenamente democrático en la medida en que elude las reglas básicas que sostienen la democracia. Y esto entraña un grave riesgo: sumir en el desengaño a toda una generación a la que se ha condenado a vivir peor que sus padres, cuando siempre se les prometió un futuro mejor en una España plenamente democrática. 

“Cincuenta años y después esto”. 

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