Una propuesta para el 28S

Recientemente escuchaba en una tertulia de radio a uno de sus comentaristas preguntarse en referencia al auge del soberanismo catalán: «¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí?» Mi reacción inicial fue de estupor y de haber estado en ese estudio de radio quizás le habría contestado que la pregunta debería ser: «¿Cómo no se ha sorprendido usted hasta hoy del punto en el que estamos?».

Más pausadamente me convencí de que todas esas disquisiciones son en estos momentos bastante gratuitas y que el problema que debemos resolver es: «¿Cómo salimos de aquí?»

Porque más allá de la demostración de poderío marketiniano realizada un año más en la Diada por las organizaciones que están liderando el independentismo catalán, más allá de ese emocionante para unos y peligroso para otros uniformismo en la idea (les recomiendo que lean el artículo en este sentido de Carlos Carnicero), los que alientan la ruptura con España deben reconocer que no sobrepasan el 40 ó 45 por ciento de los votos y los que defienden lo contrario deben admitir que ese porcentaje es realmente muy alto.

Y la única forma de salir que se me ocurre es mediante el diálogo. O, al menos, la mejor. Un diálogo difícil, por supuesto, pero en eso precisamente consiste la política. Para llegar a él no deberíamos esperar a que se resolvieran las dos incógnitas electorales que se van a desvelar de aquí a que acabe el año. Y, por supuesto, para mostrar la viabilidad de ese cauce de análisis y resolución de los conflictos, habría que dejar ya de lado la táctica de avanzar lo más rápidamente hacia el choque de trenes que se anuncia, confiando en que el otro se acobardará antes y se desviará lo justo para dejar vía libre a nuestras aspiraciones, como claramente está haciendo Mas.

En teoría así debería ser, pero soy consciente de que quizás los protagonistas actuales de la política han ido demasiado lejos y no van a ser capaces de reabrir esos puentes. Se equivocan. Falla Mas, que sigue con problemas para leer los cálculos electorales y que, a tenor de las encuestas, se arriesga a depender de los anticapitalistas de las CUP para seguir liderando la Generalitat catalana –una apuesta incierta y que hoy por hoy no le conduciría a la Plaça de Sant Jaume.

Y no atina tampoco Rajoy, siempre tarde, al que presumiblemente la elección de García Albiol no le va a permitir atacar el flanco moderado del nacionalismo y corregir por tanto la marginalidad de su partido en Cataluña.

Lamentablemente, defender el diálogo no es una opción fácil, y ni tal vez probable, hoy en Cataluña, pero cualquier otro método conocido será con seguridad peor para todas las partes. Esta exigencia de diálogo no significa que veamos con equidistancia la responsabilidad de los diferentes actores en la situación actual del «proceso». No. Hay varios artículos (por ejemplo, «De la ley a la ley») en los que he remarcado la insensatez de muchas de las decisiones de Mas y su imprudencia al situarse con frecuencia en el borde (si no al otro lado) de la ley.

Pero siendo esta actitud inaceptable, no podemos obviar el apoyo popular que tiene y que, si no la hace conveniente, sí al menos muestra su fortaleza.

¿Cómo y quién debe empujar hacia ese diálogo? Pues, evidentemente, todos: intelectuales, empresarios, medios, políticos… todos aquellos que crean más en la fuerza de las ideas y las palabras que en la de los sentimientos exaltados, los que sin renunciar a sus ideales sean partidarios de alcanzarlos mediante el consenso social, más que a través de victorias pírricas.

Nosotros, en nuestra modestia –pero siendo conscientes de nuestra responsabilidad–, así lo vamos a hacer; poniendo desde ya a disposición de las diferentes fuerzas políticas y otros actores nuestros espacios de opinión para que libremente y sin otra cortapisa que el respeto a los otros puedan ir aportando sus ideas y contribuciones a este debate que no ha hecho más que empezar.