Wert: una historia de superlativos

El puesto de embajador ante la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en Paris no debe, no puede ser un retiro dorado o una canonjía para un ex político amortizado. El esperpento, como sarcásticamente ha señalado la Asociación de Diplomáticos Españoles, evoca una mala comedia romántica que podría titularse «Embajador por Amor«.

Al designar a José Ignacio Wert para el cargo, Mariano Rajoy se ha superado en ‘marianismo’. Si mantenerle como ministro de Educación durante 42 meses ya alcanzó altísimas cotas de rechazo, su designación como Jefe de Misión ante el organismo por el que acaba de fichar su mujer, Montserrat Gomedio, ha logrado algo inédito: la censura unánime. Hasta los mismos ‘populares’ consideran que el nombramiento es arbitrario, inexplicable y sobre todo inoportuno, en vísperas de las citas electorales pendientes.

Se ha afeado el nepotismo del nombramiento; se ha reprobado el uso patrimonial y clientelar del poder por parte del Gobierno; se han destacado los tintes ‘rosas’ del affaire… Sin embargo, únicamente los diplomáticos profesionales, en una nota emitida el 4 de agosto, han centrado el tiro en el aspecto que más debiera indignar a los que se erigen en paladines de la ‘marca España: la designación de Wert no sólo perjudica la reputación de España sino que lesiona los intereses del Estado al confiar una labor trascendente a una persona sin la competencia adecuada para ejercerla.

Conviene recordar para qué sirve la OCDE y por qué es importante.

Fundada hace 54 años, el organismo tiene hoy más de 40 miembros (entre socios plenos y estados asociados) que representan la vasta mayoría del PIB mundial. Su ‘secretariado’, liderado por el mexicano Ángel Gurría, cuenta con 2.500 funcionarios y un presupuesto anual de 357 millones de euros.

La Representación Permanente de España la integran 17 consejeros de ocho ministerios y otros tantos funcionarios auxiliares, lo que la convierte en una de las mayores legaciones españolas en el exterior. Un cálculo conservador sitúa el coste anual de la ‘embajada’ para el contribuyente en torno a los 6 millones de euros.

No es un gasto estéril. A diferencia de otros organismos de eficacia dudosa, la OCDE es un agente de notable influencia en la formación de políticas económicas mundiales. Su misión se articula a través de diferentes comités de trabajo y agencias especializadas en la que participan los estados miembros y culmina con decisiones y recomendaciones aprobadas por el Consejo. Estas acaban teniendo un peso central en la elaboración de legislación en la Unión Europea  y en otros estados.

Casi nada es ajeno a la OCDE, desde la energía (la Agencia de Energía Nuclear y la Agencia Internacional de la Energía son filiales del organismo) a las normas de gobernanza financiera internacional, a la brecha digital… Estos días, precisamente, la Hacienda española está en proceso de modificar la fiscalidad de las patentes para adaptarse a las recomendaciones de la OCDE.

La labor del Jefe de Misión ante la OCDE exige, pues, una serie de atributos particulares: experiencia internacional; conocimientos en políticas de desarrollo, sostenibilidad, medio ambiente, recursos y energía, etc.; habilidades de gestión y coordinación de equipos procedentes de diferentes ministerios y que en ocasiones trabajan con ritmos y consignas contradictorias; capacidad de diálogo con los distintos ministerios y organismos en Madrid relacionados con los ‘dossiers’ en discusión en OCDE para obtener apoyo y cobertura política.

Quienes conocen a José Ignacio Wert aseguran que posee una aguda inteligencia… tanto, que a menudo es víctima de sí mismo. Esa supuesta brillantez, sin embargo, es el único atributo aplicable a su nueva responsabilidad en la OCDE. Ni por formación (abogado y sociólogo), trayectoria (universidad, administración, política y etapas en el sector privado), experiencia (siempre nacional) o actitud (tan polémica que incluso ha dejado la tierra quemada dentro del propio Gobierno) se entrevé la lógica del nombramiento.

La «idoneidad» de personas ajenas a la carrera diplomática para determinadas misiones es la condición en que se basa la ley para habilitar al Gobierno a que nombre embajadores políticos. Se trata de una facultad que tanto el PP como el PSOE han utilizado con liberalidad a lo largo de las últimas décadas. De los cinco embajadores ante la OCDE de los últimos 22 años, solo el último –Ricardo Díez-Hochleitner— es diplomático de carrera.

Sin embargo, en los otro cuatro casos, se tuvo el pudor de nombrar a personas con credenciales acordes con el puesto. Los socialistas Claudio Aranzadi y Cristina Narbona fueron ministros de Industria y Medioambiente, respectivamente. La popular Elena Pisonero fue Secretaria de Estado de Comercio y Turismo; el también popular José Luis Feito había sido director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional y miembro del Comité de Gobernadores de Bancos Centrales en Basilea antes de ser nombrado. Todos son economistas y contaban con considerable experiencia multilateral antes de ser nombrados.

Episodios como el presente contribuyen a que la desafección, esa nueva categoría de sentimiento ciudadano, tenga una traducción exterior. En el Reino Unido, en Francia, en Alemania o Estados Unidos, el crecimiento del PIB a la que el Gobierno español fía todo su discurso resuena sólo para los fanáticos de la macroeconomía. El directivo con intereses internacionales o el ciudadano informado manifiestan una creciente inquietud y recelo hacia la economía y estabilidad de España… dentro de las cuales se sitúa, sin distinciones, Cataluña.

La última evidencia concreta del fenómeno –para sorpresa de un Rajoy aparentemente desconectado de la realidad—fue el rotundofracaso de la candidatura de Luis de Guindos a presidir el Eurogrupo. Premiar a Wert con Paris –como fue agraciar en plena crisis financiera de 2012 a un Federico Trillo que apenas se defendía en inglés con la embajada de Londres y su ‘City’ — hará poco por reforzar el prestigio y la reputación de España.

Nombrando arbitrariamente al que posiblemente sea el más repudiado ministro de la historiademocrática española, Mariano Rajoy Brey no sirve a su país; ni siquiera sirve a su partido. Solo consigue emular a su amigo Wert en superlativos y optar al título de peor Presidente desde la restauración de la democracia

 

*Socio Fundador Conduit Market Engineers