El wokismo en tiempos de Salazar
El PSOE vive en la gran contradicción: invoca el feminismo mientras protege a sus machistas
Durante años, el PSOE ha ejercido de predicador moral de la política española. Sus dirigentes repartían carnés de feminismo con el mismo fervor, y la misma hipocresía, que Podemos y Sumar, es decir, los partidos de Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Las izquierdas competían por la superioridad moral y el monopolio de la virtud, pero, una vez más, los más moralistas resultaron ser los más incoherentes.
Francisco Salazar no era un cualquiera. Tampoco él era “un gran desconocido” para Pedro Sánchez. Era una de las personas de su máxima confianza, al menos desde las primarias del Peugeot. En Ferraz se le veía como el futuro sustituto de Santos Cerdán, heredero a su vez del torrentiano José Luis Ábalos, como secretario de organización.
Esa línea sucesoria parece escrita más por un machirulo redomado que por un comité federal de mujeres y aliades; sin embargo, revela algo más profundo que un simple error de casting. Habla de una estructura de poder en la que la palabra feminismo se usa como barniz, como una capa protectora para las conciencias.
Se gritan unas convicciones para esquivar unas responsabilidades. Y esta es una clave para entender la degeneración de la política actual: la falta de ética de la responsabilidad. Quizá el ejemplo más atroz fue el de la ley del solo sí es sí. Se preocuparon más por redactar un eslogan molón que en la calidad de la técnica legislativa. Y, así, beneficiaron a cientos de agresores sexuales.
El PSOE podemizado lleva años abrazando una versión depravada de aquella noble causa que fue y es la emancipación de la mujer. El viejo feminismo liberal, el que luchaba por la igualdad de derechos, ha sido sustituido por un feminismo dogmático, identitario, falso. Esto es el wokismo, una moda contraria a la razón, un histerismo contrario al bien común.
Esto es el wokismo, una moda contraria a la razón, un histerismo contrario al bien común
Se trata de un invento importado de los campus norteamericanos donde la izquierda perdió la fe en la clase trabajadora y empezó a buscar nuevas tribus a las que exigir el voto: mujeres, racializados, minorías sexuales, cualquier tesela del mosaico social que sirviera para mantener la tensión moral y la polarización social. No obstante, el wokismo nunca buscó la libertad, la igualdad y la fraternidad, sino la imposición, el privilegio y el conflicto.
Como toda política de identidad, el wokismo es profundamente antiliberal. Promete justicia y entrega resentimiento; dice defender la diversidad y acaba uniformando el pensamiento. La corrección política no es educación: es miedo. La cultura de la cancelación no es responsabilidad: es pura censura.
Es una fiebre identitaria que no ha servido para proteger a las mujeres que de verdad lo necesitan. Mientras se lanzaban campañas institucionales y ministerios enteros se dedicaban a analizar el término “charo”, en los pasillos del partido y del ejecutivo campeaba una cultura machista de manual. No en los márgenes, sino en el corazón de la sede y de la Moncloa.
Y es que el moralismo ideológico suele ser el refugio del hipócrita. Donde la virtud se predica en exceso, la podredumbre se esconde cerca. El wokismo, que empezó pretendiendo liberar conciencias, ha terminado siendo el disfraz perfecto del poder que no quiere rendir cuentas. Esta es la otra clave: estamos ante un instrumento para conseguir y mantener el poder, no tan diferente al nacionalismo.
Podríamos decir que es nueva forma de clericalismo laico, con sus dogmas, sus pecados y sus excomulgados. Pero también con sus indulgencias según el cargo o la conveniencia. Si te llamas Paco Salazar, puedes recibir el beneficio del silencio. Si te llamas Juan Soto Ivars, te señalarán desde los púlpitos de esa pureza que no necesita leer un libro.
En definitiva, el PSOE vive en la gran contradicción: invoca el feminismo mientras protege a sus machistas; proclama justicia social mientras perpetúa jerarquías de partido. Quizá algún día vuelvan los socialistas a la política de verdad, aquella que se construía sobre la responsabilidad y la coherencia. Pero de momento se han instalado en la impostura sanchista, en la hipocresía absoluta. Y no se advierten movimientos internos capaces de sustituir al “puto amo” y a su tribu.