Suspenso general

El Gobierno vive en otra galaxia, congregado allí en eterna brega con el resto de asteroides de la política

Que Bélgica comparta con España el primer puesto en el aciago podio de los muertos por habitante, o que los Estados Unidos amenacen con relegarlos al segundo y tercer escalón, debería ser suficiente para suspender a los responsables de gestionar la pandemia.

Que en no pocos países entre los que mejor han gestionado la pandemia se estén enfrentando ahora a rebrotes más que preocupantes no debería ser motivo de alivio comparativo, sino servir de clara advertencia ante una probable pero no imprevisible segunda ola, esperemos que no mas destructiva en vidas pero seguro que devastadora en términos económicos que la presente.

Las presentes semanas son de congoja ante la dificultad en bajar de veras la curva de los casos declarados, de incertidumbre ante la eficacia de las medidas adoptadas y de lenta pero creciente bola de enfado social contra los políticos.

¿Contra unos más que otros? Naturalmente, los gobernantes se llevan la peor parte, lo que no significa ventaja alguna para los demás. La falta de liderazgo, de empatía, de cercanía es tal que la impresión generalizada es de abandono, desafecto y desamparo. Los políticos, a la suya y el resto a encajar las consecuencias.

Todavía es hora que desde la oposición, la que cuenta como alternativa que es la del PP, se haya alzado una voz o un coro sensato capaces de convencer a nadie de que ellos estarían gestionando mejor la crisis.

Tampoco se ha observado, ni por asomo, el más pequeño síntoma o gesto de humildad, el menor reconocimiento de errores con el humanísimo e imprescindible corolario de pedir perdón.

Los últimos papas se han hartado de pedir perdón por el daño infligido por la Iglesia pero los presidente de gobierno, da igual central que autonómicos, jamás. En España, el poder no se rebaja a tanto, ni una pizca, ni lo más mínimo, porque confunde hasta tal punto humildad y humillación que los toma por sinónimos.

En vez de aprovechar la congoja general y colectiva, lo que desde la izquierda gobernante podría ser natural, para estrechar, cubrir o disminuir la brecha secular entre gobernantes y gobernados, la impresión es que se va ensanchando. El gobierno vive en otra galaxia, congregado allí en eterna brega con el resto de asteroides de la política.

Como quedó claro en el último episodio del podcast La Plaza, los increíbles retrasos en la toma de decisiones, las contradicciones disimuladas y las rectificaciones que pretenden no serlo han estado y siguen estando a la orden del día. Sostenella en la ruedas de prensa y enmendalla al buen tuntún pero sin reconocerlo.

Sin más salida que la proporcionada por la fortuna, con exhibición innecesaria, y más bien ridícula por impotente, del ordeno y mando, sin sentir la menor necesidad de convencer, con la exhibición descarnada de potestad y el desprecio de la auctoritas, con el paternalismo rampante y la fraternidad enterrada, la gestión de esta crisis va a dejar sin duda un rastro permanente de desconfianza de la sociedad hacia el poder.

La idea perniciosa que más hondo está calando es la de la injusta distribución de las penalidades, que no se reparten ni se comparten sino que se reservan para que las padezcan los de siempre, mientras los de arriba van a los suyo y no sufren nada o muchísimo menos. Tal vez no en otras latitudes, pero en la nuestra el virus también entiende de clases.

Mucho más de clases van a entender todavía sus secuelas. El recuento diario de muertos pronto va a ceder el lugar de portada a la avalancha diaria de empresas condenadas a cerrar, con su terrible consecuencia de parados, de desahucios, de miseria y de indignación.

Que tras la crisis sanitaria la económica no pase de un grado soportable o que la situación amenace con desbordar, no va a depender del Gobierno sino de la generosidad o la cicatería de los colegas europeos.

«El recuento diario de muertos pronto va a ceder el lugar de portada a la avalancha de empresas condenadas a cerrar»

El dinero extra imprescindible para afrontar la salida del túnel no está en manos de los que manejan o aspiran a manejar la caja hispana sino de los únicos que pueden llenarla. Que lo vayan a hacer más o menos es la principal incógnita de futuro.

De momento, y de modo más definitivo que provisional, ya puede concluirse que si el curso escolar acaba con aprobado general a los peques, el político va a finalizar con suspenso general a los mandamases.