Hacen falta más empresarios culturales

Es habitual confundir la figura del gestor cultural con la del empresario y no son lo mismo, el sector tiene que ser capaz de ampliar la demanda

El peso real de una cultura se mide por el número de persones que la consumen o que la practican, es decir libros que se leen, personas que van al teatro o al cine, museos que se llenan o simplemente talleres de pintura en los centros cívicos repletos de artistas amateurs. Las rarezas, aun pudiendo ser extraordinarias no son otra cosa que excepciones sobre las cuales no se puede fundamentar un sistema sólido y sostenible.

Ser minoritario no significa tener poco público sino únicamente tener menos público, lo cual es perfectamente coherente con las dinámicas de pluralidad y diversidad de toda realidad cultural.

La danza vende menos entradas que el rock and roll, pero dentro de la danza hay artistas consolidados, como dentro del rock los hay malditos. Un modelo anómalo es aquel que ofrece constantemente mucha más actividad de la que se demanda y este modelo es doblemente anómalo cuando este diferencial se sostiene únicamente con fondos públicos.

Muchos proyectos fracasan porque no hay un mediador entre un producto y sus potenciales consumidores

Un artista puede recibir subvenciones para producir sus espectáculos, incluso no debe ser imprescindible que recupere estas inversiones a fondo perdido en taquilla. Lo inquietante es que no logre mantener, en la explotación de sus proyectos, ocupaciones relevantes que tengan una relación equilibrada con el coste de sus producciones. Cuando eso ocurre repetidamente las políticas culturales públicas son ineficientes y en última instancia injustas.

Si aceptamos estos principios básicos de orientación cultural, deberíamos preguntarnos porque fracasan tantos proyectos en Cataluña y la respuesta es muy simple: no tenemos empresarios culturales o como mínimo hay muy pocos.

Un  empresario es esencialmente un mediador entre un producto y sus potenciales consumidores, una persona que entiende que la publicidad es una inversión y no un gasto, un constructor de relaciones entre artistas y públicos, alguien que mide las expectativas, minimiza los riesgos y optimiza los resultados.

En la cultura no está bien visto el empresario que arriesga con su dinero con el objetivo de ganar más

En Cataluña hay una cantidad enorme de artistas que hacen funciones de empresario cultural y que viven enamorados de sus proyectos, pero en realidad el empresario entendido como una figura con personalidad y funciones propias no existe y cuando aparece tendemos a demonizarlo convirtiéndolo en sospechoso de abuso comercial y enriquecimiento indebido.

Así le va a la danza o al cine. Mejor le va a la música en vivo o al teatro, siempre al rebufo de un mercado global genuino que no funciona digitalmente y cuyos mercados locales no están controlados por grandes multinacionales. La danza es un caso paradigmático. Después de años de importantes subvenciones (siempre insuficientes a pesar de todo) no ha aparecido ningún espacio privado estable que la programe. Hay una hermosa excepción: la sala Hiroshima, pero se trata de un local relativamente pequeño y con una programación estacional.

A la música le va mejor pero tampoco es para echar flores porque no sobran los locales con música en directo y las normativas municipales que deberían favorecerlo no existen. El empresario cultural arriesga su dinero con el objetivo de ganar más y eso en la cultura no está bien visto, aunque si lo consigue el artista todos lo veamos como algo perfectamente normal.

El caso del cine es trágico. Tenemos una cuota de pantalla del 2 por ciento, que mejora si contabilizamos las coproducciones con empresas españolas aunque ello nos obligue a plantear cual es la auténtica definición de producción cinematográfica catalana. Muchos empresarios de cine catalanes producen y dirigen sus propias películas y evidentemente el rigor técnico con el que se afronta la comercialización deja mucho que desear.

Credores, productores y público necesitan empresarios capaces de ampliar la demanda cultural

También es habitual confundir la figura del gestor cultural con la del empresario y no son lo mismo. En Cataluña el gestor cultural se ha formado para trabajar en el sector público cosa que queda clara a poco que repasemos los planes curriculares de los múltiples masters y postgrados que ofrece el mercado. Incluso en escuelas de negocios tan afamadas como ESADE enfocan sus cursos de gestión cultural a la sombra de la administración que, por otro lado, ha sido su principal cliente.

El sector cultural catalán necesita empresarios capaces de ampliar la demanda cultural, de seducir nuevos públicos y crear escenarios para el consumo perdiéndole el miedo al mercado y a sus condicionantes. Lo necesitan nuestros creadores y productores del mismo modo que lo necesita el público, tanto el local como el que nos visita de vacaciones o en ferias y congresos.