¿Y si nos hemos pasado de frenada? 

La dependencia energética de la UE hace muy difícil entender la pulsión de la Comisión Europea por huir hacia adelante bloqueando las importaciones energéticas de Rusia

El bajo perfil del anuncio que el asesor adjunto de seguridad nacional del presidente estadounidense Joe Biden, Daleep Singh,  arquitecto de las sanciones globales contra Rusia ha anunciado su intención de cogerse una excedencia por tiempo indefinido, da pie a sospechar una brecha entre la hipérbole con la que las administraciones norteamericana y europea anunciaron la madre de toda las sanciones, y sus efectos reales, posiblemente debida a una cóctel de voluntarismo, precipitación,  soberbia y desconocimiento.  

A la hora de la verdad, el rendimiento de la economía rusa desde que empezó la guerra sugiere que los cálculos que situaban su tamaño en el rango del de un país europea mediano (por ejemplo, España e Italia). Posiblemente esto se deba a una confirmación de la ley de Goodhart, que estipula que cuando una métrica económica se convierte en el objetivo de una política,  deja de tener valor informativo. 

En el caso de las sanciones a Rusia, podemos sospechar que fue el uso de de los tipos de cambio como indicador de su PIB lo que llevó al error de cálculo. En efecto, al usar el cambio ante bellum entre el dólar y el rublo, el PIB ruso es comparable al español. Sin embargo, si el indicador usado hubiese sido la más sofisticada medida de la Paridad del Poder Adquisitivo, el resultado hubiera denotado un tamaño de la economía real bastante cercana al de Alemania, dándole a Rusia -cuya economía se sustenta en el sector industrial y en el primario mucho mas que en sector servicios (que en EE. UU representa el 77% de su PIB, mientras que es el 70% del de la U.E.),  un peso de alrededor del 5% del PIB mundial.  

Las sanciones tienen un impacto aparentemente más desestabilizador en la economía europea que en la rusa

De tener plausibilidad esta hipótesis de trabajo, se explicaría el que, en términos observables,  las sanciones tienen un impacto aparentemente más desestabilizador en la economía europea que en la rusa, que se muestra no solo mas resistente a la volatilidad de los precios causada por la elevación de los precios mundiales de las materias primas y la energía, sino que, a la postre esta resultando en un cambio entre el dólar y el rublo muy favorable al balance ruso, que de hecho afrontan un problema de exceso de liquidez de divisas extranjeras que está llevando al Banco Central Ruso a tomar medidas preventivas para evitar la inflación, aunque esto no ha le impedido rebajar los tipos de interés, algo que es posible por el saneamiento de las finanzas que llevó a cabo el banco central al albur del credit crunch de 2008, que ha reducido la financiación exterior de la economía rusa a su mínima expresión.  

Tanto es así, que las autoridades financieras norteamericanas han coreografiado un default artificioso del pago de la deuda soberana rusa, prohibiendo a las entidades financieras acreedoras estadounidenses aceptar los pagos rusos en dólares, a pesar del mencionado superávit de divisas con  el que cuenta Moscú gracias al precio de los hidrocarburos. Forzar dicho default sólo parece tener sentido como coartada leguleya para  requisar los activos rusos congelados por la reserva federal, sin que a  la postre vaya a tener impacto alguno sobre la cuenta corriente rusa. 

En contraste, economías más avanzadas que la rusa, como la japonesa, están viendo como los efectos colaterales de las sanciones están acelerando su declive relativo, sufriendo la mayor caída del yen respecto al dólar en 20 años, y con los pronósticos sobre el final inminente de 42 años del superávit por cuenta corriente encima de la mesa, con el consiguiente deterioro de su PIB. Alemania, por su parte, ha visto como el precio de producción industrial, el indicador clave de la economía alemana, ha crecido un 30% desde 2021, alcanzado su punto más alto desde 1949, año de la función de la República Federal Alemana y de la creación del Deutsche Mark, el añorado fetiche de la estabilidad alemana hasta la llegada del Euro.  

La dependencia energética de la UE hace muy difícil entender la pulsión de la Comisión Europea por huir hacia adelante bloqueando las importaciones energéticas de Rusia

La extraordinaria dependencia energética de todos los países de la UE, especialmente los de centroeuropa, con Alemania a la cabeza, hacen muy difícil entender, en términos de recuperación y prosperidad,  la pulsión de la Comisión Europea por huir hacia adelante bloqueando las importaciones energéticas de Rusia, sin que nadie pueda honestamente garantizar que hay alternativas a mano que impidan el colapso industrial de la mittlestand germanas, su verdadero corazón económico.

No ha de extrañar pues que el dirigente húngaro Orbán apele a la sensatez al tiempo que anuncia su veto a las radicales  medidas propuestas por el equipo de Von der Leyen, del que algunos líderes de los estados miembros empiezan a decir soto voce que han perdido el contacto con la realidad, y pueden acabar curando los achaques del paciente europeo acabando con su vida.  

Tampoco EE. UU. tiene razones para el optimismo. Detrás la indisimulada  decepción por la negativa de la mayoría de los países asiáticos de secundar las medidas económicas contra Rusia, se esconde una frustración tangible ante lo que se antoja como la primera salva de una guerra de divisas por el control de los flujos financieros internacionales, un asunto de importancia estratégica para un país cuyos asuntos comerciales, de seguridad y culturales  a nivel mundial depende directamente tanto de su predominio  militar, como de su sistema financiero, cuyos mercados de capital has sido hasta ahora los únicos  dotados de la profundidad y liquidez necesarias para garantizar que el dólar americano sea la moneda refugio a todos los efectos.

Esto históricamente ha derivado en la enorme  capacidad estadounidense para financiarse mediante la colocación de bonos soberanos (o lo que es lo mismo, endeudarse en una moneda cuya emisión y tipo de cambio controla). EE. UU. financia su astronómico déficit  gracias a la demanda de dólares por los demás países-, en los que terceros países depositan parte de su inversión exterior y los bancos centrales sus reservas de divisas.  

No ha de extrañar pues que el dirigente húngaro Orbán apele a la sensatez al tiempo que anuncia su veto a las radicales  medidas propuestas por el equipo de Von der Leyen

Ninguna otra nación dispone de esta capacidad, lo que permite a EE. UU. emplear las sanciones financieras (como por ejemplo, el embargo de activos financieros denominados en dólares) a otros Estados sin que exista la más mínima posibilidad de que el país afectado responda recíprocamente a las medidas punitivas que se le infligen.

Del mismo modo, Norteamérica dispone de herramientas como la Ley de Control de Activos Extranjeros de la Oficina del Tesoro, con las que impone sanciones a personas físicas y jurídicas que no están bajo la jurisdicción de EE. UU, como las que hemos visto aplicadas a los intereses rusos, y de las que en realidad ningún país esta a salvo,  algo que relativiza el valor de la legitimidad, soberanía, y seguridad jurídica del resto de países.   

Está por ver el alcance sistémico, a largo plazo,  de las medidas aplicadas contra Rusia a ambos lado del Atlántico, aunque las primeras reacciones (Beijing está llevando a cabo tests de stress para calibrar la inmunidad de su sistema financiero en caso de que se le aplique el mismo tratamiento que a Moscú) apuntan a que será difícil para Washington seguir usando del dólar americano como instrumento de coerción económica internacional sin ser contestado, y no necesariamente con medidas simétricas.