Sobre el Hermitage: ya lo decía yo

Todo apunta a que Barcelona, en lugar de la franquicia del Hermitage, va a disponer de un macro "outlet" en su puerto

Permítaseme, aunque sea por una vez, utilizar como título la frase que encabeza este texto. Ya sé que suena a prepotente en según qué contexto, pero en el presente caso hace simplemente referencia al artículo que publiqué en este mismo medio el 6 de febrero del presente año, con el título Y ahora el Hermitage.

En él enumeraba, sin pretensión exhaustiva, dos digamos desafueros cometidos por Ada Colau y su equipo en el campo cultural, durante los cinco años que llevan en el poder. Citaba el caso del Palacio Moxó y el asunto del edificio de los Dispensarios Antituberculosos y la “Capella de la Misericòrdia”.

El título se justificaba porque presumía que el mismo sectarismo y demagogia que se había aplicado a los ejemplos citados, sería el que daría la puntilla al proyecto del Hermitage. Muchas veces se me ha tachado de pesimista, y creo que lo soy, pero es que en el caso de las iniciativas de doña Ada, sin h, es casi cuestión de caer en el delirio el mostrarse optimista. E, insisto, esto es particularmente evidente en lo que hace a la cultura.

Cada vez estoy más inclinado a creer que las actuaciones de la señora Colau, y su guardia de corps, en aquel ámbito rozan lo patológico. Vamos a ver y no nos confundamos. Una actuación de izquierdas en el campo cultural, que incluso pretenda llegar a tener un efecto de agitación, pasa, según numerosos ejemplos históricos, por elevar el nivel de la ciudadanía, suministrándole los equipamientos y medios necesarios.

Si se quiere, se pueden aparcar determinadas exquisiteces, aunque muchas veces tal visión, sobre todo cuando se lleva al extremo de lo que representaron las consignas de realismo socialista del “camarada” Jdanov, por ejemplo, está basada en un sentimiento paternalista. Sentimiento que implica “proteger” a las clases populares de determinadas representaciones culturales, ya que se las considera incapaces de asimilarlas.

En pocas palabras, se plantea un “desasnamiento” controlado del ciudadano medio, en el convencimiento que hay un umbral insuperable. Estoy convencido que eso es el trasfondo del “programa” cultural de los comuneros, con la diferencia que su digamos despotismo no tiene nada de ilustrado, como se ha demostrado en numerosas ocasiones. Nada que ver con unas opciones estéticas estrictas en plan Jdanov.

Por supuesto, el Hermitage se lo va a llevar Madrid

No le busquemos los tres pies al gato. Muy probablemente lo que en concreto la alcaldesa hace es proyectar sobre la ciudanía su propia incapacidad de ir más allá de la “Operación Triunfo”, especialmente en lo que concierne a las clases populares, objeto de su pretendida labor redentora, lo quieran o no.

Ahora bien, quiero dejar bien claro que no considero a Colau y su equipo como los únicos culpables de lo que me atrevo a calificar de represión cultural, que se ha implantado en Barcelona. Siempre en esos casos hay unas cadenas de trasmisión formadas por personas que se avienen a jugar el papel necesario, por una razón u otra.

En nuestro caso los primeros que hay que mencionar son los amanuenses que elaboraron, cumpliendo órdenes, los correspondientes informes contrarios al proyecto Hermitage, ya sea por gremialismo o en su función de “intelectualidad orgánica”, en cualquier momento ansiosa de las migajas que se desprendan del poder.

En segundo lugar, no nos podemos olvidar de la miseria de nuestros políticos y, en este caso, se lleva la palma el grupo socialista y su jefe de filas, Jaume Collboni. Como dije en el artículo de febrero, respecto a ese señor, lasciate ogni speranza de que pudiera tener un papel moderador, o racionalizador, de los posibles excesos colauistas.

Y puestos a repartir reconocimientos, el siguiente es para ERC, que le salvó los papeles al equipo de gobierno al abstenerse. Cabe preguntarse qué hay detrás de ese contubernio, por emplear un término ya clásico en política española, que ha permitido que Ernest Maragall hiciera un gesto de inusitada tolerancia hacia la alcaldesa y se desmarcara del Pdecat.

Quizá me equivoque, pero lo que a mí me parece es que la sombra del posible tripartito es alargada. De tal manera que en los próximos meses “cosas veredes que non crederes”. Y a todo eso ¿cómo va a acabar ese nuevo culebrón? Pues por supuesto el Hermitage se lo va a llevar Madrid, o cualquier otra ciudad cuyo primer edil se guie por el raciocinio y no vaya usted a saber por qué traumas.

La solución va a generar que el problema de movilidad se incremente

Y en cuanto a Barcelona, en lugar de la franquicia del museo de San Petersburgo, todo apunta a que vamos a disponer en su lugar de un macro “outlet” porque, como es normal, el Puerto de Barcelona no va a renunciar a sacar el máximo provecho de ese magnífico emplazamiento. Para lo que, además, no va a necesitar el “nihil obstat” de Colau.

Curiosamente tal solución va a generar que el problema de movilidad, quizá el único argumentado con cara y ojos para oponerse al museo, se incremente. Bueno, también el grupo de inversión, que está detrás de la iniciativa, tendrá que tener en cuenta otro peligro muy importante, según parece: que el cambio climático produzca un aumento del nivel del mar que lo inunde.

Al menos eso es lo que afirmaba uno de los sesudos amanuenses contratados, no sé si por Janet Sanz, que es la que va sobrada en cuestiones de ecología. En definitiva, todos preparados para ir a comprarse trapitos a la bocana. A saber si este era el secreto designio de Colau. ¡Porco consumo!