Diada 2019: Puigdemont se queda sin su brazo civil armado

El independentismo se anota la Diada menos multitudinaria del 'procés', melancólica con los tiempos del 1-O y huérfana de referentes

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La Diada de Cataluña ya no es lo que era. Aunque todavía multitudinaria, la Diada ha perdido fuelle. Los problemas para el independentismo se acumulan: su poder de movilización ha caído y el divorcio entre sus líderes —Carles Puigdemont y Quim Torra, en particular— y su brazo civil, la Assemblea Nacional Catalana (ANC) parece irreversible por momentos.

La Guardia Urbana cifró en 600.000 los asistentes a la manifestación soberanista en Barcelona, un 40% menos que en la última edición. Se trata de la concurrencia más baja desde que el procés se puso en marcha en 2012.

Los motivos de semejante caída son variados, pero hay uno que no se le escapa a los propios organizadores: la rotunda división que existe en el movimiento independentista, incapaz de trazar un rumbo compartido.

La ANC se reservó casi todo el protagonismo, arrinconando a los dirigentes de los partidos políticas de las primeras filas y leyendo la cartilla a Puigdemont y compañía por ser incapaces de hacer efectiva la república catalana y, lo peor, por no tener ningún plan en curso.

La Diada, sin «unidad estratégica»

Se sucedieron las huecas apelaciones a la «unidad estratégica», pero dominó la melancolía porque del rugido desafiante de 2017 —el año del referéndum ilegal del 1 de octubre— se ha pasado al simple alboroto.

«Los partidos políticos nos dicen continuamente que la correlación de fuerzas independentistas no es suficiente. Que así no se puede hacer efectivo el mandato del 1-O. No nos pueden desarmar», deploró la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, que propuso en este punto a la ciudadanía soberanista seguir un rumbo propio debilitando al Estado con otras iniciativas: con la adhesión a sindicatos independentistas, con la conquista de instituciones como la Cámara de Comercio de Barcelona y con el boicot al IBEX.

Pero ninguna de estas propuestas logró una sacudida entre los asistentes. Muchos de ellos admitieron ante los medios su contrariedad por un proceso soberanista que ha caído en la desorientación y que hoy se presenta con más discurso de pasado que de futuro.

No hay problema para hilvanar palabras de homenaje a los presos ni para abofetear a las instituciones del Estado por su papel desde el 1-O. Pero todo se tuerce al hablar de los próximos pasos.

La Diada, pendiente del Supremo

A pocas semanas de que el Tribunal Supremo haga pública la sentencia del procés, el movimiento independentista demostró en su día grande, en su gran comida de Navidad, que no hay respuesta. «Es la Diada más difícil», terminó por sincerarse la presidenta de la ANC.

Ni Puigdemont ni Torra ni la ANC saben exactamente cómo preparar el próximo embate tras el fallo del Supremo. El único consenso que se avista es que volverán las manifestaciones callejeras, pero todo lo demás es una incógnita.

Hay dirigentes que defienden una huelga general, otros que claman por la desobediencia y otros por la convocatoria de elecciones. La Diada no sirvió para resolver nada de ello porque los esfuerzos se centraron en mantener el tipo, en vender a los convencidos que «el pueblo nunca falla» y en simular que la victoria se acerca.

En cambio, no hubo ni el intento de reconocer a unos líderes extraviados. Ni Puigdemont, el único que se salvó de la riña de la ANC el año pasado, mereció la consideración del brazo civil del independentismo, que hoy se siente desarmado.

 

 

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