El aparato diplomático de Torra: mucho ruido y pocas nueces

Ernest Maragall ha dado el relevo a Alfred Bosch con el reseteo de su red paradiplomática aún pendiente y una ristra de enfrentamientos con Borrell

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Ernest Maragall cerró la pasada semana su breve etapa como conseller de Acción Exterior, Transparencia y Relaciones Institucionales para dedicarse en exclusiva a su papel de alcaldable por Barcelona de ERC.

La principal misión de Maragall en el gobierno de Quim Torra, aquello a lo que ha dedicado sus mayores esfuerzos, en sus apenas seis meses al frente del departamento ha sido reactivar el aparato paradiplomático de la Generalitat, desmantelado por el gobierno de Mariano Rajoy durante el periodo de aplicación del artículo 155 tras haberse convertido en el principal brazo propagandístico a nivel internacional de la causa independentista.

Pero, como en tantas otras cuestiones dependientes de la Generalitat, en esa reactivación, y, por ende, en el balance de gestión de Maragall, ha habido mucha más propaganda que hechos. Más ruido que nueces.

Sucede que Maragall ha encontrado más dificultades de las que preveía para reiniciar el sistema. En junio, anunció que reabriría seis de las 11 delegaciones de la Generalitat en el extranjero, las también llamadas “embajadas catalanas”, en cuestión de dos o tres semanas, y, hasta la fecha, solo ha levantado la persiana de cuatro de ellas: las de Berlín, Londres, Roma y Washington.

Maragall y Borrell, al choque

Las reaperturas han estado aliñadas de continuos intercambios de andanadas entre Maragall y el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, la pareja de baile peor avenida del deshielo que, desde que Pedro Sánchez descabalgó a Rajoy, venden la Moncloa y la Generalitat. No en vano, Borrell es la contramedida aplicada por Sánchez para presentar batalla al independentismo allí donde el presidente entiende que Rajoy no porfió lo suficiente: en el terreno del relato diseñado para la exportación.

Ante cada advertencia de Borrell, que insiste en que fiscalizará que las delegaciones restrinjan su actividad exclusivamente a las competencias de representación institucional que les reconoce el Estatut, Maragall ha replicado sacando pecho.

Pero el pulso entre ambos nunca ha pasado de las palabras a los hechos, o del ruido a las nueces, salvo por el recurso de Borrell a los tribunales contra esas primeras reaperturas por una cuestión de forma: la Generalitat no las notificó previamente al Gobierno, como tocaba.

El Diplocat, aún en el limbo

Maragall también vendió como parte de esa reactivación del aparato de propaganda exterior la reapertura del Consejo de Diplomacia Pública de Cataluña (Diplocat), un organismo existente (bajo distintas denominaciones) desde 1982, pero que acabó convertido en un  pilar de la estrategia internacional de proselitismo independentista primero de Artur Mas y luego de Carles Puigdemont, por lo que Rajoy también lo liquidó.

Pero ese reinicio del Diplocat, también autorizado por el gobierno de Sánchez, por ahora se ha limitado a un primer pleno del patronato que solo sirvió para formalizar y poner en escena la reactivación.

Lo que acabe siendo el ente redivivo está por definir, y lo decidirán sus integrantes, entre los que, además del ejecutivo catalán, también se cuentan los ayuntamientos de Barcelona, Tarragona, Girona y Lleida; las cuatro diputaciones y numerosas entidades empresariales, financieras, universitarias y deportivas, muchas de las cuales no están por la labor de volver a poner la entidad al servicio de la causa independentista.

En todo caso, tras aquella primera reunión, celebrada a finales de julio, todavía no hay fecha para la segunda, que entonces se previó que podría convocarse a finales de año.

Anglada, una piedra en el zapato

Maragall se ha encontrado también con una inesperada piedra en el zapato. Se llama Martí Anglada. El periodista era delegado de la Generalitat en París hasta que fue cesado por Rajoy. Y, pese a que él aspiraba a ser recuperar su antiguo puesto y que Torra no ha dejado de esgrimir la bandera de la restitución de los cargos destituidos durante la aplicación del 155, se encontró con que el ejecutivo catalán optó en vez de recuperarlo para la delegación francesa por convocar un concurso público para cubrir la plaza.

A finales de octubre, Anglada se explayó en sus críticas a Maragall en una entrevista en Vilaweb en la que explicó que, para compensarle, el conseller le había prometido en junio el puesto de delegado en los Países Nórdicos, y que lo nombraría en 15 días. Pero el nombramiento sigue pendiente. Y el conflicto, por tanto, sin resolver.

Contra las cuerdas en la BBC

El conseller ha tenido, de todos modos, una crisis más grave. La generada por el que tal vez haya sido el momento más incómodo del flamante alcaldable de ERC en su paso por la Generalitat, al menos, ante las cámaras: la entrevista que le hicieron en la BBC a mediados de octubre, en la que el periodista Stephen Sackur lo puso contra las cuerdas y él acabó admitiendo que, mientras no supere el 50% de apoyos en unas elecciones, el independentismo no puede reclamar apoyos internacionales.

La situación le puso  dentro del ejecutivo a los pies de los caballos, sobre todo de los de Junts per Catalunya, porque por esas mismas fechas, Torra clamaba por una mediación internacional en una conferencia en Ginebra. La crisis se cerró con Maragall agachando la cabeza y corrigiéndose a sí mismo y Torra agradeciéndole vía Twitter que hubiera “matizado” sus declaraciones.

Cambio de cromos con Bosch

El martes, tras volver de un viaje a Estados Unidos para inaugurar la cuarta de las pseudoembajadas reabiertas, la de Washington, el último consejo ejecutivo de la Generalitat en el que participó el govern activó la segunda fase de reaperturas, la que incluirá esa delegación en Estocolmo se supone que reservada para el agraviado Anglada.

Pero lo que pase de ahora en adelante con el parsimonioso e incierto reseteo de las “embajadas” ya no es problema suyo, sino de Alfred Bosch, el hombre que ya había sido proclamado candidato de ERC por Barcelona cuando el partido decidió otorgarle ese papel a Maragall, entregado desde ya al 100% a la pugna por arrebatar la alcaldía a Ada Colau. Responsabilizarse del dilema entre el ruido y las nueces del aparato paradiplomático de la Generalitat es a partir de ahora el premio para Bosch por haber acatado el bofetón sin rechistar.

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