Francia decapita a la socialdemocracia europea

Los expertos aseguran que la falta de liderazgo deja a la izquierda sin remedio a los pies de los mercados

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This is the end. Ese tema de The Doors se puede aplicar ya en muchos ámbitos de la sociedad. Pero es en el terreno político en el que está más justificado. En concreto respecto a la socialdemocracia europea, porque ese proyecto, basado en la distribución de la riqueza, y en un pacto entre clases sociales, –bajas, medias y altas–, ha saltado por los aires.

Francia, que experimentó decapitaciones masivas, acaba de decapitar a la socialdemocracia con los últimos cambios del Gobierno que preside François Hollande y que administra Manuel Valls.

Nadie discute que Francia precisa reformas en profundidad. Que el Estado que arranca tras la Segunda Guerra Mundial ha cobrado tal dimensión que lo más injusto es que las generaciones futuras paguen los excesos de las actuales.

¿Gobierno socialista?

Hollande, a través de su encargado, el presidente del Gobierno, Manuel Valls, acaba de nombrar a Emmanuel Macron, un joven liberal de 36 años, que proviene de la Banca Rothschild. Sustituye, como ministro de Economía, a Arnauld Montebourg, de 52 años, que rechaza que Francia se deba someter a la ortodoxia de la “derecha alemana” que encarna la cancillera Angela Merkel. Macron deberá, ahora, aplicar el Pacto de Responsabilidad, que implica la reducción de 50.000 millones de euros de gasto público entre 2105 y 2017.

La cuestión es que, aunque Francia deba admitir que debe acometer reformas, el rostro del ejecutor de ese plan es el de un joven ejecutivo que, directamente, y pasando por el Elíseo, como asesor de Hollande, proviene del sector financiero, y todo ello formando parte de un Gobierno nominalmente socialista.

Nadie tiene un plan

¿Es el fin? El economista de la UB, Daniel Raventós, uno de los defensores y teóricos, desde hace más de 20 años, de la renta básica universal –cuyos trabajos siguen con atención ahora los miembros de Podemos– considera que el problema es que los partidos socialistas en toda Europea “han perdido la referencia de sus bases sociales”.

Raventós entiende que el problema es de liderazgo, de unos responsables políticos que “van de derrotados desde el primer momento”, al asegurar “que no tienen alternativas”.

La idea es que la socialdemocracia ha interiorizado, desde los años 80, con Thatcher, que la economía “se rige con parámetros técnicos, sin pensar que la prioridad es el proyecto político”. No se trata de realizar lo imposible, “pero sí de tener un plan”.

Primero el proyecto, luego el dirigente

El politólogo Oriol Bertomeus incide en esa cuestión. “Se pueden hacer reformas, se puede gestionar, pero, ¿qué plan tiene Hollande, qué planes tiene la izquierda europea, hasta dónde quiere llegar?”. Es decir, Bertomeus denuncia la falta de proyectos políticos concretos, y, después,”la falta de dirigentes responsables que se identifiquen con esos proyectos y se partan la cara pensando a medio y largo plazo”.

Una de las críticas más serias y ‘salvajes’ que se han podido leer sobre Francia es la que formula Timothy B. Smith, profesor de Historia en la Universidad de Queens, en Canadá. En su libro La France injuste (Autrement) carga de forma despiadada contra los políticos franceses.

En una entrevista aparecida en Le Point, Smith sentenciaba cosas como éstas: “Cambiar cualquier cosa en Francia es imposible sin una revolución, quien quiere cambiar el sistema es, por fuerza, un hombre peligroso”; “Vuestra preferencia –los franceses- es no hacer nada y hacer pagar la factura a las generaciones futuras, y el problema es que no tenéis confianza en vuestra clase política”, “Nadie en vuestra casa –Francia– piensa en el futuro, en las generaciones futuras, ningún partido explica lo que pasa”.

Los políticos no pintan nada

El catedrático de estructura económica, Santiago Niño Becerra, es más explítico. Cree que “los colores políticos no pintan nada, ni los rostros, ni los apellidos”. Y recuerda que “el último personaje que en Europa, y puede que en el mundo, tuvo un cierto peso por ser quien era, fue Mitterrand”.

La conclusión, triste, casi determinista de Niño Becerra, es que “ahora los políticos, independientemente de su color son meros ejecutores de lo que dicen ‘los mercados’”.

¿Y si alguien discrepa o cree que las cosas se pueden hacer de distinta manera? “Un Gobierno, de nuevo independientemente de su color, debe hacer lo conveniente, y si no lo hace, se cambian a los ministros necesarios, o se cambia el Gobierno”, en referencia a la sustitución de Montebourg.

El papel de los votantes

El ya ex ministro de Economía francés se preguntaba en una entrevista en Le Monde el pasado domingo, causa en buena medida de su relevo, que qué mensaje se le podía ofrecer a los electores franceses si, después de presentarse a unas elecciones, un partido nominalmente socialista se lanzaba a aplicar las recetas que la Comisión Europea les había dictado, con el beneplácito del gobierno alemán.

España, sin embargo, lo está haciendo, y le marca el camino a Francia. Dos gobiernos, de distinto signo, van a acabar ejecutando los mismos planes. ¿Dónde estás las diferencias en los proyectos políticos?

La demonización de los desclasados

La pregunta que surge a continuación es si siguen existiendo las causas para provocar proyectos diferentes. Y aquí la respuesta llega desde el Reino Unido, un país que ha sufrido como ninguno una extrema guerra entre clases sociales.

El joven Owen Jones, un columnista y escritor británico que todavía se define de izquierdas, ha publicado el estudio Chavs, la demonización de la clase obrera (Capitán Swing). Jones defiende una tesis perversa, y es que las élites justifican su estatus en función de su supuesta valía, y los que están por debajo es porque se lo merecen.

Asegura que los medios de comunicación refuerzan ese mensaje. Y si la sociedad es desigual, entonces se demoniza a los que están abajo para justificar que estén en esa posición tan precaria.

¿Quién quiere y puede resucitar algún proyecto no ya de izquierdas, sino distinto? Francia se inclina ahora por cambiar cosas, y, realmente, las debe cambiar.

Pero si el país que ha ejercido de locomotora de Europa, junto a Alemania, renuncia a un proyecto transformador de la realidad, si un partido socialista hace lo mismo que el centro-derecha de la CDU en Alemania, en coalición con el SPD, ¿qué puede hacer el PSOE en España?

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