Puigdemont: entre el suicidio y el precipicio

La actuación de Puigdemont el día 10 ha sido interpretada, en España y en el resto de Europa, como una señal de vértigo de quien se ha asomado al precipico

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Faltan 24 horas para que expire el plazo fijado por el Gobierno para que el presidente Carles Puigdemont conteste una pregunta concreta y concisa: ¿proclamó la Independencia de Cataluña el pasado día 10 en el Parlament?

Toda respuesta que no niegue la premisa será considerada insuficiente por el Gobierno y sus aliados, PSOE y Ciudadanos, y accionará los mecanismos del artículo 155 de la Constitución –para lo que es preceptivo el requerimiento que está vigente– y otros recursos contemplados en la legislación para reconducir la situación creada por los secesionistas.

La actuación de Puigdemont en el Parlament el pasado día 10 ha sido interpretada, en España y en el resto de Europa, como una señal de vértigo de quien se ha asomado al precipicio. Y fijada como una posibilidad de oro para evitar la intervención de la autonomía catalana. El reto de Puigdemont es demostrar que su petición de diálogo es sincera.

El Gobierno sostiene que el regreso a la legalidad de la Generalitat permitiría el diálogo que reclama Europa en el marco de la ley y por la vía de reforma de la Constitución. El acuerdo alcanzado por el Gobierno y el PSOE es una apuesta seria. Un compromiso para abordar no solo el problema catalán sino la modernización del estado de las autonomías, mediante la reforma que está contemplada en la propia Constitución.

El único dialogo posible es con los procedimientos establecidos en la Constitución

No hay otro camino. Es una calzada compleja y necesariamente pausada. Requiere estudio, debate en el seno de las Cortes Generales, aprobación por mayoría cualificada y sometimiento a un referéndum por todos los españoles.

Nos encontramos ante una crisis acuciante y una respuesta que no puede ser rápida. La negociación que invoca el presidente de la Generalitat tiene como condición por parte de las fuerzas constitucionalistas y por los observadores internacionales su celebración en el marco de la Constitución. Y ésta no permite atajos. El único dialogo posible es con los procedimientos establecidos en la Constitución. No se trata de cuestionar voluntad política sino del imprescindible respeto a la ley.

Hay disensiones en el universo secesionista. Presiones en ambas direcciones sobre el president ede la Generalitat que ya demostró la debilidad del procés con su estrambótica declaración en el Parlament sobre la independencia. Pero es una espada de Damocles, porque el reconocimiento internacional de su prudencia, al no saltar al vacío, se revertiría si ahora confirmara la declaración de Independencia. Ningún gobierno de ningún estado serio apostaría por una negociación con el chantaje de una independencia declarada.

Existe un consenso internacional sobre la imposibilidad de admitir una Cataluña independiente, sobre todo desde la plataforma de una declaración unilateral. También que la hipótesis improbable de esa Cataluña independiente sería el desplome de la primera piedra angular de la Unión Europea, que principalmente se puso en marcha contra la catástrofe que significó para Europa la eclosión de los nacionalismos en el siglo XX.  

Existe la convicción en que los secesionistas no van a encontrar apoyo en las cancillerías de todo el mundo

Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión, ha sido claro sobre los peligros del efecto de contagio en otros países de Europa. No solo apoyan al gobierno de España por exigir respeto a la Constitución, sino además como cortafuego a la amenaza de destrucción de la Unión Europea. Existe la convicción de que la posición de los secesionistas no va a encontrar ningún acomodo en las cancillerías de todo el mundo.

La fuga de empresas en Cataluña –que no se ha detenido y sigue in crescendo- ha alertado de los peligros que para la estabilidad económica y el crecimiento significaría retrasar la vuelta a un estatus previo al intento de referéndum del 1-O.

Hay que reconocerle a Pedro Sánchez la paternidad e insistencia de señalar la vía de la reforma de la Constitución como única salida legítima y legal para solucionar el problema. Y un éxito que le confirma en su liderazgo y condición para apostar por ser presidente de gobierno.

En la larga reunión que sostuvo con Mariano Rajoy, la misma noche de la celebración del pleno en el Parlament para el pronunciamiento sobre la independencia, pactaron la vía de la reforma Constitucional solemnizando la sinceridad del pacto suscrito. No es oportunismo político sino convicción de que es una vía imprescindible.

Todas las fuentes consultadas del Gobierno y del PSOE aseguran que es una apuesta sincera, seria y también arriesgada. No será fácil y tampoco está garantizado que los actuales líderes del secesionismo –que no tienen un fácil camino de regreso a la legalidad y a la realidad– se incorporen a ese proceso. Pero no participar de esta oferta sería interpretada internacionalmente como una apuesta por la marginalidad y por el aislamiento.

Mañana a las 10.00 horas sabremos si Puigdemont ha elegido la cordura o su suicidio

La última esperanza de la plana mayor del secesionismo radicaba en una mediación internacional que no aparece por ninguna parte. Es presumible que en caso de negar esta oferta apuesten por una intensificación del conflicto para asentar una imagen de opresión de un país autoritario. Pero ese intento no tiene margen si se mantiene la disyuntiva de negociación dentro de la legalidad o de rebelión contra el Estado de Derecho. Solo una nueva equivocación del Gobierno, después de lo ocurrido el 1 de octubre, en la falta de proporcionalidad en la respuesta, abriría esa vía de internacionalización del conflicto.

El escenario que se puede abrir será una reedición del pacto constitucional de 1978, en el que habrá que conjugar muchos factores. No solo la aceptación del resultado por los secesionistas catalanes. También los recelos del resto de España ante el riesgo de dar prebendas a Cataluña en detrimento de las demás comunidades autónomas. Dificultades que, salvando la situación y los tiempos recuerdan las del pacto de 1978, donde una clase dirigente excepcional llegó a un mínimo común denominador que ha sido la clave del desarrollo espectacular de España en todos los órdenes.

El reto de la diplomacia española es explicar y hacer entender a las cancillerías europeas la existencia de este único camino. Si Puigdemont apuesta por subirse al monte, intentará provocar reacciones extremas del Gobierno para apuntalar su estrategia de victimismo. En ese contexto, el PSOE cobra mayor relevancia para la credibilidad de la oferta formulada juntamente con el Gobierno. Y la manifestación explicita de Miquel Iceta de apoyo del PSC a esta respuesta, es una garantía añadida.

Sumando PP, PSOE y Ciudadanos significa un apoyo del 74 por ciento del parlamento a esta oferta de diálogo. Nada que ver con la rampante mayoría simple, además de sin garantías para la oposición, del intento de conseguir la independencia de Cataluña. Nadie puede considerar la ruptura de un país europea por mayoría simple en un parlamento.

Pero como confesó Puigdemont en la entrevista con Jordi Évole que desnudó muchas de los postulados del secesionismo: «La mayoría simple era la única opción para conseguir los objetivos». Mañana a las 10.00 horas sabremos si Puigdemont ha elegido la cordura o su suicidio que será también un golpe muy duro a la convivencia en Cataluña.

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