Rajoy, Sánchez y Rivera desgarran «la república» y ganan el primer asalto

El relato independentista quedó destrozado ayer en Barcelona y se mueve con fuerza el relato de futuro de una Cataluña española, integrada, moderna y progresiva

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La pista de aterrizaje en la realidad de los independentistas es muy corta. Pocos días para seguir haciendo el ridículo en sostener una república que no ha aguantado el fin de semana. Luego, con el paso cambiado tendrán que acotar el calendario de plazos muy magros para hacer frente a un compromiso electoral que no se habían preocupado de prever.

Hasta TV3 retiró ayer de su página de Internet el tratamiento de president que le dio a Carles Puigdemont por unas horas en su discurso inane del sábado; ausencia de solemnidad sincronizada con el horario de tapeo del president por las calles de Girona. Sensación de que buscaba como un perro malherido algunas caricias de sus vecinos. Incluso dio la imagen de que el sempiterno traje de enterrador de espagueti western se había encogido.

Si hubo alguna vez un reflejo de solemnidad en su figura, no ha durado cuarenta y ocho horas tras su cese. Ahora Puigdemont se ha quedado con cara se sinsorgo. Me he acordado de este concepto que siempre creí vasco, que adjudicaba mi adorada amiga Teresa Doueil a las personas sin fundamento; lo ha recogido el Diccionario de la Real Academia: «Dicho de una persona insustancial y de poca formalidad«.

No se recuerda una proclamación de independencia menos solemne, ajena a cualquier liturgia. Cuando se retiraron los manifestantes de la Plaza Sant Jaume, donde no caben más de doce mil personas, se acabaron las celebraciones. Hasta las escasas botellas de cava parecían impostadas. Se acabó la música muy temprano y no hubo rezagados. Los concentrados se fueron como si amenazara tormenta. Corrieron a sus casas conscientes de la que les esperaba.

Barcelona siguió su marcha, a ritmo cotidiano, sin tomar nota de este pretendido hito histórico. En el aire flotaba la sensación de que había ocurrido una desgracia colectiva. Solo el 155 hizo recuperar la esperanza. El sábado amaneció Cataluña y los consellers ya no tenían escolta que protegiera su ensoñación. Se había producido el relevo en el mando de los Mossos que ya han recibido la orden de retirar el retrato del extinto president de las comisarías.

Curioso, se proclama la república y quienes celebran son los disidentes

Al Real Madrid se le recibió con aplausos en el Estadi Municipal de Montilivi, en Girona. El ex president debió acabar agotado de su paseo la víspera, porque no apareció en el palco. No hubo casi esteladas sobre el césped y se celebró la fiesta del fútbol –la primera vez que acudía a ese estadio el Real Madrid– ajena completamente a la efímera república. Aplaudieron los asistentes al Real Madrid que se dejó tres puntos en el envite. Algunos debieron pensar con alivio que el fracaso de la intentona salva la presencia de los equipos catalanes en la liga española.

El domingo la celebración de la nueva república imaginaria de Cataluña se consumó con una inmensa manifestación de catalanes españoles. Los secesionistas se despertaban de sus alucinaciones y los altres catalanes rompían su silencio y habían tomado la calle. Curioso, se proclama la república y quienes celebran son los disidentes.

Otra vez brilló Josep Borrell que no pudo dejar más a los pies de los caballos a Carles, Oriol Junqueras y Ada Colau. Les cepilló las escuadras por donde ya no pasa el viento. A la alcaldesa trilera la dejó retratada con cara de veleta. Un histórico comunista del PSUC, Francisco Frutos, les dio un repaso a los morados dejando claro que ser de izquierdas e independentista es una pretensión que no tiene futuro.

Aires de cambio de ciclo en las calles de Barcelona. Todos los convocantes de la manifestación tienen candidato, cosa que no pueden decir los independentistas. Y su electorado, tanto tiempo dormido, se ha despertado con fuerza.

Repasemos la situación en la que se encuentran los secesionistas frente a la convocatoria electoral del 21 de diciembre.

La primera decisión es si acudirán a la convocatoria. Unas elecciones que se celebrarán al amparo del artículo 155 de la Constitución. Es decir, forman parte del paquete con que Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Albert Rivera «han llevado a cabo la mayor agresión a Cataluña de todos los tiempos del franquismo«.

Puigdemont y Junqueras han prometido resistencia «pacífica, cívica y democrática» a la aplicación del 155. Si se quedan fuera, comprobarán el frío que hace fuera del Parlament. Y si aceptan a acudir, que es lo que harán, acatarán la denostada legalidad española que afirman haber cancelado la democracia en Cataluña. Les espera otro papelón frente a los suyos.

A continuación, tienen un plazo breve, muy breve, para decidir si el Pdcat y ERC se acogen otra vez a la fórmula de coalición, unidos por el fracaso de la independencia, fórmula cuya única utilidad permitiría que los antiguos convergentes, que disfrutaron de la hegemonía en Cataluña durante casi treinta años, no queden rezagados a la cola de los grupos parlamentarios. El día 7 de noviembre, poco más de una semana se les acaba el plazo. Y poco tiempo más para inventar unas listas electorales.

Es difícil oler más a pasado que Oriol Junqueras

 Y si van cada uno por su lado, ¿Qué candidato tiene el PdeCat? Puigdemont tiene el papel acotado de víctima. Pero de sí mismo. Conforme pasen los días, el retrato de su fracaso será más difícil de disimular. Resucitar al padre de toda esta tragedia, Artur Mas, sería una broma elevada al tres por ciento. Santi Vila, el dimisionario de última hora, antiguo conseller de a Puigdemont, tendría que hablar de la fuga de todas las que han escapado. Improvisar un candidato en diez días no le va a resultar fácil.

ERC no está en mejor situación. Es difícil oler más a pasado que Oriol Junqueras. El hombre que invoca permanentemente a su condición de buena persona, de querer el bien para los catalanes que ha machacado, es todo menos un candidato atractivo. Que tengan imagen pública quedan Joan Tarda y Gabriel Rufián. De momento se les ve cómodos en sus escaños del Congreso con el sueldo pagado por un país que consideran ajeno.

La CUP que se había apresurado a declinar la invitación a las urnas, en un rapto de coherencia que les honraba, se lo están pensando. Decidirán la base, que el eufemismo de todos los populismos para que los líderes se libren de la responsabilidad en la toma de decisiones.

Las franquicias catalanas de Podemos están sumidas en una esquizofrenia disléxica en su múltiple personalidad política. Tienen un relato preso de un transformismo trepidante. Me gustaría ver el proceso de toma de decisiones para enhebrar una propuesta electoral por un agujero de la cerradura en una reunión de Ada Colau, Dante Fachín, Xavier Domenech y Pablo Iglesias.

Y ahora empieza el mambo de verdad. El de la acción de la Justicia. Intervenidas todas las cuentas de la antigua Generalitat, hacer el inventario del dinero público que han gastado en fines ilegales, no va a ser difícil. Con el precedente de lo que ha tenido que pagar Artur Mas por los gastos del 9-N, que preparen los secesionistas sus carteras.

Nos esperan días trepidantes que no van a ser fáciles, pero la primera batalla se ganó ayer en Barcelona

La extraordinaria contra celebración de la nueva república que convocó la organización Sociedad Civil Catalana tuvo dos protagonistas que no asistieron. Mariano Rajoy y Pedro Sánchez en compañía de Albert Rivera que sí estuvo.

Adquirieron condición de hombres de estado. Rajoy ha sorprendido a todos con una exhibición de audacia que es una cualidad que no se le suponía. El anuncio de elecciones autonómicas el primer día que permitían los plazos desde la disolución del Parlament es una apuesta arriesgada que se consolidará si se rompe la mayoría independentista.

Sánchez atravesó el desierto del «no es no» a una demostración de estadista, cerrando filas en la defensa de la constitución con su enemigo íntimo, Rajoy. Si existían dudas de sus condiciones para ser presidente del Gobierno de España, esta crisis las ha disipado. Y a Rivera hay que reconocerle el valor de su larga travesía solitaria del universo secesionista resistiendo cualquier tentación en su reto de defender la España constitucional en un universo tan hostil como el de los últimos años en Cataluña.

Nos esperan días trepidantes que no van a ser fáciles. Pero la primera batalla se ganó ayer en Barcelona. Quedó destrozado el relato independentista que tan bien habían fabricado durante tantos años. Y eclosionó con fuerza el relato de futuro de una Cataluña española como condición imprescindible de integración, modernidad y progreso. Los electores de Cataluña tienen la palabra. Pero por primera vez en mucho tiempo parece al alcance de la mano una nueva mayoría que garantice que no habrá catalanes de primera y de segunda.

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